El año 1987 finaliza oscuro y frío. Juan Carlos de Borbón, aquel niño que llegó a España el 8 de noviembre de 1948, a los diez años de edad, rodeado de caras desconocidas, con más incertidumbres que certezas ante sí, escondido tras la tímida sonrisa de su gesto y dejando atrás la casa de sus padres; cumplirá cincuenta años el próximo año.
Hoy el día ha sido duro. Un nuevo atentado de ETA ha causado once muertos en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, entre ellos cinco niñas y un joven de 17 años, de cuyos pormenores y detalles es informado por el presidente del Gobierno en ejercicio, Felipe González.
Quien fue denominado como “Juanito ‘El Breve” por el ex-secretario general del PCE Santiago Carrillo, tras el juramento de aquel ante Las Cortes franquistas, vivía por entonces el máximo apogeo de su reinado, con las más altas cuotas de popularidad, seis años después de la noche del 23-F, con sus sombras y sus luces. España se preparaba para los fastos de 1992, con los JJOO de Barcelona y la Expo de Sevilla, que debían ser la puerta de entrada a un nuevo futuro.
En una de aquellas noches de invierno, el hijo de Don Juan disfruta de la proyección de la recién estrenada película de Bernardo Bertolucci, El último emperador, y le dejan profundamente emocionado las imágenes de Pu Yi viviendo en el exilio entre fiestas decadentes, aristocracia desvaída y oropeles que dejaron de serlo; piensa en su padre, que renunció a ser Juan II para que él fuese Juan Carlos I, y a su recuerdo vuelve su abuelo, Alfonso XIII, muriendo fuera de España y del trono que ocupó, igual que ocurrió con Isabel II, Carlos IV o Amadeo de Saboya; y es que el último Rey de España que murió en el ejercicio de su reinado fue Alfonso XII, toda una excepción a la regla.
Dice Luis María Ansón que Juan Carlos I ha sido uno de los cuatro mejores reyes de la historia de España, junto a Carlos I, Felipe II y Carlos III, pero sin embargo a estas alturas del primer año del tercer decenio del siglo XXI, su imagen es la de un cazador de elefantes atrapado en una telaraña tejida por sus propios errores, amistades no adecuadas, su interés por regalos, prebendas y ‘trinques’, una bragueta tan excesivamente activa como su propio ego, y los efectos de la pérdida de afectos vinculada a su distanciamiento del poder, primero vía abdicación, luego alejamiento de la vida pública, para finalmente abandonar España, camino de un país de tan dudosa ejemplaridad como Emiratos Árabes Unidos.
En la lujosa suite que hoy ocupa quien reinó en España como Juan Carlos I, se preguntará a sí mismo en qué momento empezó a dilapidar el relato de la gestión de su Jefatura de Estado, su propio legado y, quizás, la supervivencia de la monarquía en España. ¿Fue en Botswana?… ¿O quizás lo fue antes, exactamente cuándo demasiada gente conocía los detalles de sus actividades empresariales, más a allá de la Corona, o su larga lista de amigas íntimas?.
¿Urdangarin fue causa o consecuencia?, ¿es lícito que el Jefe del Estado utilizara su posición para colocar en importantes empresas privadas (Caixabank, Fundación Cajamadrid, Mapfre, Telefónica, etc.) a sus hijas, su yerno o al ex-jefe de su Casa Real al tiempo que movía dinero fuera de España y de su Hacienda? ¿Es coincidencia o casualidad que esos movimientos opacos, más allá de nuestras fronteras, presuntamente, fueran realizados por los mismos gestores utilizados por la familia Pujol para idéntico fin (Arturo Fasana)?
Aunque quizás en ello esté el origen, y causa, de la conocida frase del ex-molt honorable al hablar, en indisimulada amenaza, de “(…) si vas segando la rama de un árbol, al final cae toda la rama… con los nidos que hay. Pero no sólo cae esa rama, también caen las otras”.
Juan Carlos de Borbón no está imputado en España, al menos aún, pero el hecho de que un presunto procesamiento pudiera no prosperar, por ejemplo en relación del contrato del AVE a La Meca, por razones de inviolabilidad de quien entonces era Jefe de Estado, no parece que tranquilice mucho a la mayor parte de la sociedad española, por más que gran parte de su reinado sí cuente con una mayoría social de apoyo.
Este cazador de elefantes está atrapado en una telaraña tejida por sus propios errores, pero el perjuicio no termina en su persona, ni siquiera en su recuerdo o legado para la posteridad, sino que las consecuencias afectan, quizás de manera definitiva, a su hijo y heredero Felipe VI, así como a la prole de éste, pero en esa telaraña está acompañado de su ex-amiga entrañable Corinna zu Sayn-Wittgenstein (nacida como Corinna Larsen), el comisario Villarejo y bastantes otras personas con informaciones al respecto. La partida sigue en juego y el equilibrio parece inestable, Mientras tanto, quien reinó 39 años en España recordará, desde su lujosa suite en Abu Dabi, aquellas imágenes de Pu Yi que tanto le desasosegaron en 1987… y que nunca pensó llegar a protagonizar.