Muerte del general Moore en la batalla de La Coruña.

Muerte del general Moore en la batalla de La Coruña.

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La Coruña y Ferrol en la Guerra de la Independencia y la conciencia monárquica

Juan B. Lorenzo de Membiela
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El 16 de enero de 1809 el mariscal Soult, al frente de las tropas francesas de invasión, vence al general Moore en las ruinas de Elviña, antiguo castro cercano a Coruña. El militar inglés muere por una bala de cañón que impactó contra su hombro izquierdo en el sitio conocido como Peñasquedo… Pero las escaramuzas no cesaron durante algunos días.

Se quiso cambiar el resultado de una batalla fatal para España que ya había concluido: emboscadas sin éxito; cansancio frío por un tiempo inclemente...; silbidos de balas de mosquete, emboscado entre rocas y bruma oscurecida por la combustión de piezas de artillería y carros de avituallamiento…; silencios rotos por lamentos de soldados heridos... A las 10h. de la mañana del día 18 de enero cesó todo actividad.

4.000 hombres caídos, entre heridos y muertos, de unos ejércitos que alcanzaban los
36.000 hombres.

A la mañana siguiente, del campamento francés partieron al galope un trompeta y su coronel. Ante las murallas de La Coruña invitaron a su rendición.

El descalabro militar sufrido, la huida de los ingleses ya embarcados por la noche hacia su país, la derrota del ejército del marqués de la Romana por el mariscal Víctor Claude Perrin, yermos de todo ímpetu, capitularon el 19 de enero: nada podía hacerse contra unas fuerzas categóricamente superiores en número y armamento.

La noticia llegó al Ferrol causando consternación y alarma.

La ciudad no había claudicado al invasor y temían ser el próximo objetivo: por las importantes instalaciones de la Marina Real y por la relevancia estratégica de la plaza en todo el norte peninsular.

No pasó un día cuando alertaron de que varias partidas de caballería e infantería cruzaban el río en Pontedeume en dirección a Ferrol. Habían previsto minar el puente, pero los Justicias de los pueblos de Pontedeume y García Rodríguez se opusieron.

La Junta de Tranquilidad y Pacificación de Ferrol no contaba con un ejército bastante como para oponerse con cierta dignidad al invasor. En septiembre de 1808 abandonaron la ciudad para unirse al ejército extramuros, dos compañías en función de zapadores, todos voluntarios, compuesta por 108 hombres cada una de ellas. Su instrucción fue dirigida por el capitán de fragata D. Santos de Membiela, comandante del arsenal, tanto en el manejo de armas como en la estrategia militar.

También se sumó un batallón con los presidiarios más idóneos del depósito del arsenal. A este se le puso el nombre de «La Victoria». Quedó en la ciudad una milicia honrada, de voluntarios, sostenida económicamente por su Ayuntamiento.

El día 23 se presentó ante la Puerta del Canido un trompeta a caballo con bandera blanca y dos oficiales, enviados por el mariscal Soult. Portaban un comunicado al gobernador instando la rendición en 24 horas que fue desoído.

Reiterada al día siguiente, ante la escasez de todo, la Junta acordó su capitulación, pero solicitó al mariscal algunas peticiones para mantener el orden público y proveer la situación personal de algunos militares franceses refugiados en la plaza española. Ninguna fue rechazada.

El ejército francés entró en Ferrol a las 8 de la mañana del día 27, en número de 5.000 hombres, con el duque de la Dalmacia a la cabeza acompañado por el general español
D. Pedro Obregón.

Frente a la superioridad francesa hay algo decisivo que se produjo en aquella España tan auténtica en ideales, tan alejada de esta España de hoy tan escéptica en valores, crédula y sin esperanza.

El pueblo se levantó para defender algo propio: su monarquía y sus reyes. Fue un gesto de tan hondo sentimiento, que descubrió lo genuino cincelado en el alma por el transcurso de los años y el devenir de los siglos. Pero, además, un gesto tan espontáneo e impredecible que no pudo ser aplacado por el rigor de la ciencia militar.

Las gentes dieron todo por el último miembro de la familia real, el infante Francisco de Paula Antonio, cuando los franceses lo separaban de Aranjuez.

Esto fue el detonante y lo demás una mecha explosiva que se extendió por toda la península y que acabó por expulsar a unos franceses que no habían sido invitados a ocupar la corona de España.

Los sucesos de Coruña y Ferrol que se narran en este breve escrito se enmarcan en este contexto.

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