El pasado domingo 27 de septiembre la República de Nagorno Karabaj sufrió un nuevo ataque militar por parte de Azerbaiyán que ha conducido a una nueva guerra con Armenia. El oblast, entre las dos naciones en disputa, se independizó de Azerbaiyán a principios de los años 90, después de haber sido parte de esta república soviética desde que Stalin así lo decidiera por motivos estratégicos. Esto iba a ser un problema a largo plazo, pues la población de Artsaj (así llamado por los armenios) era mayoritariamente armenia.
Durante treinta, años Karabaj ha sido una república de facto, pese a que a ojos de la comunidad internacional sigue siendo parte de Azerbaiyán. Los enfrentamientos más fuertes desde el final de la guerra en 1994, en la que salieron venciendo Armenia y Karabaj, se produjeron en 2016 durante la Guerra de los Cuatro Días. En julio de este año hubo nuevos enfrentamientos. Los últimos durante esta semana, sin embargo, parecen ser los más serios en veinticinco años.
Aquí algunos de los datos importantes a tener en cuenta. En menos de una semana, las cifras de muertos ya superan los centenares, entre los que se encuentran también civiles. Turquía ha mostrado abiertamente su apoyo a Azerbaiyán y ha ofrecido apoyo militar. Azerbaiyán ha incorporado mercenarios sirios, entre ellos terroristas, para luchar entre sus filas. Dos periodistas franceses de Le Monde resultaron heridos después de que el coche en el que viajaban fuera tiroteado. Ha habido ataques dentro del territorio armenio, sin respetar las fronteras de un país soberano reconocido internacionalmente.
Que no se extrañe el lector si no ha leído ni oído información al respecto. Si el impacto en la comunidad internacional ha sido más bien tímido, en España ha sido casi nulo. Afortunadamente, ha habido cierta reacción, ya que después de varios días de conflicto los presidentes Putin, Trump y Macron han exigido un alto el fuego en la región de Karabaj. Pero esta llamada a la paz, con intención de neutralidad, hace un flaco favor a la consecución del cese de las hostilidades. Este episodio no es nuevo, pues los ataques por parte de Azerbaiyán han sido constantes en los últimos años. Y aunque las primeras noticias del conflicto han destacado que ambos países claman reaccionar ante una primera agresión del adversario, hay muchas evidencias que demuestran que existe un claro culpable.
Para empezar, Armenia es un país democrático cuya credibilidad aumentó desde que la revolución pacífica de 2018 trajera unas elecciones libres, al contrario que Azerbaiyán, un régimen autoritario cuyo presidente, Ilham Aliyev, lleva en el poder casi veinte años en sustitución de su padre, Heydar Aliyev. Por otro lado, el país musulmán nunca ha escondido sus aspiraciones de reconquistar por la fuerza Karabaj (el pasado verano amenazó con volar la central nuclear armenia), incumpliendo con ello la resolución de alto el fuego de 1994, así como ignorando las negociaciones del llamado Grupo de Minsk de la OSCE. Todo ello sin contar con que Azerbaiyán triplica la población de Armenia, quintuplica el presupuesto militar y que cuenta con un aliado mucho más poderoso, Turquía, que también tiene frontera con Armenia. Es evidente que los únicos interesados en una guerra son las dos naciones musulmanas, conflicto que desde ningún punto de vista beneficia al país cristiano.
Pues bien, la reacción política más destacable en España ha sido una protesta simbólica de algunos diputados de Unidas Podemos, entre los que había también nacionalistas, frente al Congreso. Sin dudar de la honestidad en la acción, resulta obvio que en política hay siempre intereses detrás de un apoyo, por lo que pueda significar para quien lo pronuncia. Aquí, los interesados son los partidos nacionalistas y sus socios populistas, pues ven en ello una posibilidad para equiparar sus reivindicaciones con las de la nación caucásica, como han demostrado en otras ocasiones. En 1991, Karabaj realizó un referéndum de independencia, apoyándose en el derecho de autodeterminación, situación que nuestros nacionalistas buscan aprovechar, no importa si el contexto del final de la Unión Soviética está a años luz de la realidad española.
Es desalentador que quienes rechazan en España la agresión violenta de Azerbaiyán a la población armenia, y que por desgracia está otra vez regando el Cáucaso de cadáveres (muchos, chicos nacidos en el 2000), sean únicamente los que no dudan en erosionar la democracia española, dañar sus instituciones y alimentar el odio entre conciudadanos por motivos de carácter identitario, étnico y cultural. Nos convendría a todos que nuestros políticos constitucionalistas no dejaran este tipo de conflictos únicamente en manos de partidos populistas y nacionalistas, que no se pusieran de lado ante la violación de derechos humanos, denunciaran a los agresores y clamaran por la vuelta a las negociaciones para resolver el conflicto en Nagorno Karabaj.