La ruta por el canal de Suez ofrecía alguna instantánea de gran belleza. Desde la pasarela de la embarcación, pudo verse el monte Sinaí, en donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley. Causó asombro porque ante un paisaje ajado de monótona arena se alzaban cumbres fingiendo querer tocar el infinito. Casi 2.300 m de altitud…
Pasado Adén, el barco derrotó hacia Punta de Gales, en la Isla de Ceilán. Un reencuentro con masas forestales de caoba, ébano, satén, teca... Y superficies cuajadas por arbustos del canelo. La humedad de la isla se palpaba en un ambiente cada vez más caluroso como anticipo de lo que ya sería una constante climática.
Seis días después arribaron a Singapur. Es una isla próxima al ecuador, situada en el extremo meridional de la península malaya, entre la embocadura del mar de China y el estrecho de Malaca.
Ciudad británica, muy bulliciosa. El inglés que la levantó en el s. XIX lo hizo con monedas de plata sustraídas a varias haciendas españolas en América. Su población era una miscelánea de distintos países, razas y credos.
El vapor necesitaba reponer combustible y aprovecharon la intendencia para visitarla. Por indicación de un oficial se dirigieron para almorzar al London Hotel. Situado en la bahía era confortable y acogedor. De esos en donde uno encuentra algo de calor que disipa las soledades causadas por la lejanía. La sobremesa transcurrió entre platos de distinta procedencia y alguna bebida europea.
Quedaba un poco de tiempo antes de iniciar la singladura. Optaron por visitar unos cultivos próximos a la ciudad. Como agrónomo, Eduardo deseaba visitar los campos de especias y su explotación.
Apresuradamente se dirigieron a la bahía para tomar el vapor. Era curioso observar cómo al partir de Barcelona los pasajeros se agrupaban por nacionalidades europeas y cómo, dejando atrás el canal de Suez, la filiación nacional se convertía en filiación continental. Ya no había españoles o franceses, sino europeos, americanos o asiáticos.
Ocho días para llegar a Manila. Lo primero que se vio fue la isla de Corregidor, fortificada, que junto a la isla Limbones, franqueaban una extensa boca de bahía de 19 kms.. Tras ellas se abría una costa circular de 48 kms.
El puerto de esta ciudad era uno de los más hermosos que podían visitarse, a decir de mucha gente. Una larga hilera de palmas de Manila de frutos rojos bordeaba la ensenada y, a sus pies, diferentes embarcaciones atracadas con las velas recogidas, cansadas de beber tanto viento y de tantas latitudes.
Antes del terremoto de 1863 era visible una fortaleza que impregnaba a la ciudad de un aspecto europeo y, al lado, una multitud de casas con tejados rojos a dos aguas. Manila era considerada como una de las ciudades medievales mejor conservadas del mundo. Hoy, esta composición arquitectónica forma parte de un ayer porque todo se redujo a escombros.
Solo quedó en pie el convento y la iglesia de los Agustinos recoletos porque su construcción fue hecha con unas reglas de construcción muy especializada: por las inclemencias del tiempo: huracanes y lluvias; por las inclemencias de la tierra: seísmos, incendios y termitas.
En la bahía, el pasaje descendió del vapor, concluía una singladura de 31 días. Y cada pasajero fue al encuentro de lo que depararía este trozo de hispanidad en Asia.
Manila se alza en la ribera sur del río Pasig, es llana y rodeada de juncos y palmas arecas. En el horizonte, los montes de S. Mateo. Ciudad cosmopolita, integrada por filipinos, chinos, japoneses, algunos europeos y malayos.
Su puerto es refugio del tráfico marítimo procedente del Índico por el estrecho de Gilolo. Punto medio en donde encuentran abrigo las travesías mercantes de Japón, China, Anam y plazas fuertes holandesas e inglesas del archipiélago malayo cuando surcan el mar Occidental de Filipinas.
Al día siguiente se dirigió por mar hacia Batangas, en donde se encontraba la Inspección Forestal. Allí empezó una vida de funcionario diferente a la que dejó en España. El trayecto en barco le mostró entornos muy distintos a los de la vieja España y, sin embargo, en las Filipinas, pudo encontrar evocaciones de su hogar español porque la cultura y el corazón de España lo impregnaba todo.
Batangas es conocida también como Kuomintang, limita al norte con la laguna Bombom, en donde se encuentra la pequeña isla de Taal, con un volcán del mismo nombre. Activo y durmiente, como una bestia siempre al acecho. Al este, linda con la provincia de Quezón y, al sur, con el mar Occidental de Filipinas.
Es un terreno montañoso con profundos valles que beben toda la luz del sol. Rica en caoba, ébano negro, palo Maria… Y animales, como los fieros y grandes cocodrilos, ocultos muchas veces, y siempre esperando una presa fácil. Se habló de que tenían predilección por los europeos, pero eso ya son leyendas muy viejas.