María Jiménez, en una imagen de archivo.

María Jiménez, en una imagen de archivo. Gtres

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María Jiménez

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No sé si fue la forma de su boca enseñando sensualmente sus dientes, como un estriptis espontáneo o quizás su acento de Triana con su leve tono calé…o será su mirada descarada de rubia, aparentemente indomable pero que esconde una ilusión. Ya desde el principio vi todo eso sin poder dar una respuesta, así que María Jiménez quedó en mi vida como una mujer salvaje. Una hembra dotada de una fuerza que nunca he sido capaz de entender pero siempre me cautivó en su misterio.

Me hechizó como cuando te encuentras con una criatura única, sin referentes, tan difícil de encajar entre lo vulgar y lo sublime. Este espíritu así concebido no tenía más salida que el "desgarro". Y ahí, querida amiga, nos unimos. La unión tremendista de un ser que grita cantando, que recita chillando, que sufre bailando, a mí me impresionó siempre.

Desde su Se acabó a toda su interpretación de Sabina, desde los palos flamencos a la copla, María Jiménez se expresa desde un mundo roto al que sólo ella es capaz de hacer sentido y nos lo transmite. No importa los requiebros de la voz ni sus registros, ni su heterodoxa forma de moverse…porque es un todo magistral que emociona desde abajo, desde la calle. Esa fuerza nace en el barrio, la casa hasta que nos llega un tono caliente de sonrisa abierta que nos muestra, eróticamente sus incisivos centrales. Las lobas son las criaturas más tiernas, y lo vemos con su trágica vida: una pérdida irrecuperable fruto de amores entre el beso y la paliza que hicieron de nuestra chica una superviviente. Por eso la queremos más. Por eso la queremos muchísimo. Por eso la queremos todo. Nos da pena esa élite que no valora la música rota, la que desborda vida y que prefieren un refinamiento de orquestas para disimular el olor a puchero. No, señores, yo soy flamenco y de Maria y lo que eso implica. También de ópera, claro, pero no de mezcolanzas.

María Jiménez fue un espíritu exacto siempre, una tragedia encarnada con plumas y sin plumas. Una mujer total a la que me rindo con agradecimiento.

Se acabó. Te quiero, Maria.

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