Una escritora, Virginia Woolf

Una escritora, Virginia Woolf

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No todo es querer

Paz Martín
Publicada

Durante la presentación del cuarto libro de la joven escritora Sara B. Green, y ante la imposible tarea que ejecuta como madre, esposa y aspirante a maestra a la que añade "escritora" con presuntuosa seguridad (si no entendemos el término en su literal acepción de "el que escribe"), relacionada con mi admiración con la necesidad sine qua non de tener (sí, tener, no ser) 500 libras y una habitación propia para escribir una novela (bien argumentados por Virginia Woolf), se me ocurrió la idea para mi nuevo artículo, reflexión o sencillo ejercicio literario que me autoayude a transitar por este valle de lágrimas que, en suma, es el paraíso terrenal en que nos tiene acomodados la publicidad.

El don natural de la facundia, locuacidad, rapidez mental, natural propensión al vómito literario o la absoluta complicidad de la musa correspondiente, siempre dispuesta, avalarían la productividad de la escritora en ciernes frente a la dificultad que plantea la labor de la escritora consolidada (la de las 500 libras que mantengan la habitación propia), quien pone en entredicho la comprometida elección entre las preferencias frente al tiempo o la voluntad frente a las circunstancias.

En cualquier caso, Sara B. Green formaría parte ejemplar de la excepción de la regla que con buen criterio expone Virginia Woolf. Luego, reconociendo que la libertad intelectual depende de las cosas materiales, un espacio tranquilo y las horas necesarias para la lectura y la documentación, una renta desahogada con que comprar tiempo (valioso bien de consumo inmaterial), aliado de la reflexión y la libertad que exige la creación artística, se afirma un axioma en el propósito. No en vano se compara el tiempo con el oro y este con la riqueza y la belleza y, por ende, perder el tiempo es tan mal visto.

Ergo, el dinero no da la felicidad pero ayuda a liberar la mente del vacío intelectual derivado de la propia existencia que nos atrapa.

En otro orden de cosas podemos afirmar que "no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita", a lo que sumo, para concentrarme en lo importante, que no en la esclavitud de lo urgente procrastina la contemplación y, por consiguiente, la creación misma, ambas alimento necesario para el ánimo que alienta al obrador.

"Cada día necesito menos cosas y las pocas que necesito, las necesito muy poco", dice San Francisco, quien, libre de la zozobra, inmanente en el mundano materialismo, contaba con tiempo suficiente para maravillarse ante la obra del Creador. En su línea, con notable antigüedad, Diógenes, Séneca o Sócrates insistían en el incordio de lo superfluo que nos desvía del minimalismo de lo esencial y, por ende, del camino que nos lleva a la sabiduría.

En el tema que nos ocupa, las mujeres siempre han sido pobres, aunque hayan contado con el espacio y la renta necesarias, es decir, el derecho a la propiedad intelectual ha sido exclusivo de sus compañeros. La pobreza intelectual ha igualado al sexo femenino, en la riqueza y en la pobreza material, al margen de su condición social (tan limitadas en el conocimiento que hace girar el mundo han estado la campesina rusa como la dama de alta alcurnia en su feudo de la campiña inglesa), privándolas de la relevancia que tiene la huella en las artes o las ciencias y, por tanto, de la supremacía o la igualdad.

Las mujeres que leen son peligrosas y las que escriben más. Es por eso por lo que las escritoras pioneras fueron calificadas como excéntricas enajenadas, usurpadoras de un rol de género que por naturaleza no les corresponde. Sin duda, no les faltó el coraje para afrontar las convenciones con que desbrozar el terreno para que otras de su estirpe tomaran el relevo.

No obstante, las merecidas lamentaciones que nos han de aguantar, las mujeres no podemos negar el tiempo con que nos ha tocado lidiar y la suerte de poder contar con una habitación propia con escritorio, tinta, papel y pluma (léase a Molière); el sustento necesario y el pensamiento libre de la costumbre que tradicionalmente ha condicionado a los sexos.

No tenemos excusas.

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