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De Pekín a Ceilán pasando por England

Pablo Alejandre
Publicada

Los ingleses llaman "England" a su país, pero aunque tal es su nombre formal, nosotros lo llamamos Inglaterra. A su vez, el del nuestro es España, pese a lo cual los ingleses se empeñan en decir "Spain". Y, curiosamente, nadie en ninguno de los dos países parece extrañarse, ni se le ocurre molestarse, por el hecho de que un idioma foráneo tenga otras palabras para nombrar ciertos topónimos cuyos nombres "oficiales" son distintos en la lengua propia.

Imagínese el lector que un día Inglaterra se pusiera muy digna y nos exigiera que cambiásemos, en nuestro propio léxico, las palabras con que denominamos a su país, sus ciudades o sus ríos. Entonces, si los españoles aceptásemos esa pretensión, ya no deberíamos decir "Mi amigo vive en Londres y pasea por el Támesis", sino "vive en London y pasea por el Thames". Y en los medios de comunicación ya no podrían decir: "El presidente del gobierno ha visitado Escocia", sino "ha visitado Scotland". Tal cosa, me parece, sería no sólo ridícula, sino impensable. ¿Por qué iban los británicos a querer modificar nuestro idioma y decirnos qué palabras usar para la geografía de aquellas islas?

Más inconcebible aún sería el caso inverso: ¿Imagina alguien las carcajadas que se oirían por todo Reino Unido si, de pronto, España les exigiera que de ahora en adelante se acabó eso de "Spain" y que hay que cambiarlo por "España"? ¿Cree alguien que, por un capricho de nuestros diplomáticos, los ingleses empezarían a decir: "Many British spend in España their summer holidays"?

Supongo que cualquier lector se hace cargo de lo perfectamente irrisorias -amén de absurdas- que resultarían semejantes demandas. No es así, por exigencia diplomática, como funcionan las lenguas. Cada comunidad que habla un idioma va conformándolo en el transcurso de los siglos según los rasgos de su carácter, su forma de articular los sonidos; y si el vocablo latino "Hispania", pongamos por caso, evolucionó en el castellano a "España" pero en el inglés a "Spain", por algo será. Forzar políticamente un idioma es darse de bofetadas con la realidad lingüística.

No obstante, esta lógica tan elemental, tan razonable para la inmensa mayoría, y con la que pocos, en su fuero interno, estarán en desacuerdo, la arrojamos a la papelera cuando se trata de Pekín o de Ceilán. ¿Por qué? Un buen día, un dirigente chino y uno cingalés se levantaron con la luminosa idea de decir al resto del mundo: "Señores, se acabó eso de Pekín y de Ceilán; se acabó lo de Peking y Ceylon; a partir de ahora, todo quisque a decir Beijing y Sri Lanka". Y el rebaño universal, bien pastoreado por los medios de comunicación, abrió en efecto la boca y dijo: "Beeeee". ¿Por qué aprobamos esas ridiculeces?

Por tolerancia, por respeto, por deseo de agradar -dirán algunos-. Bien; aceptemos de momento este argumento buenista. Entonces, si somos tan obsequiosos, ¿por qué con chinos y ceilandeses sí pero con ingleses, húngaros o japoneses no? ¿Acaso no merecen nuestra misma consideración? ¿No es igual de ofensivo decir Londres o Hungría? Para colmo, ni el léxico chino ni el cingalés se escriben siquiera con el alfabeto latino. ¿Qué pito tocan los unos ni los otros en el modo en que, quienes sí usamos ese alfabeto, transliteramos unos topónimos que ellos representan, con caracteres totalmente distintos?

Aunque, en realidad, creo que lo suyo es negar el argumento buenista, y que la pregunta correcta sería: ¿por qué debe de importarnos lo que ellos piensen? Se supone que cada comunidad lingüística tiene perfecto derecho a referirse a la geografía mundial según su propio léxico. Pero parece ser que no es así; que está permitido decir Londres y Finlandia, pero no Ceilán y Pekín. Así de incoherente suele ser la diplomacia.

Adviértase además otro detalle. Si no es admisible por nuestra parte decir Pekín y Ceilán, ¿a nadie se le ocurre pensar que tal vez tampoco lo sea, por parte de chinos y cingaleses, exigirnos cambiar nuestro vocabulario? ¿No hay aquí un conflicto diplomático?

Confieso que no se me alcanza la razón que pueda haber tras este tipo de prerrogativas. ¿Qué criterio se utiliza para "favorecer" a unos países sobre el resto? ¿Se trata de aleatorios o caprichosos alardes de corrección política, o es una simple cuestión de esnobismo? Lo único que tengo claro es que tales privilegios los otorgan nuestros políticos y medios de comunicación, y que el rebaño los acepta sin rechistar, sin crítica, sin hacerse pregunta alguna: si lo dicen la política o el telediario, así será.

Por último, este asunto de los topónimos foráneos, en apariencia tan baladí, tiene polémicas derivadas en nuestro propio ámbito nacional, pues lo que vale para los dos ejemplos propuestos, ¿no vale igual para Gerona o La Coruña? Pero esa reflexión la dejo ya para el lector. Yo me detengo aquí, no vaya a ser que la corrección política me censure estas líneas.

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