Estudiantes examinándose en selectividad.

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Educación sin odios

Alberto Sémper
Publicada

He observado con consternación la actitud de algunos profesores universitarios que expresan el deseo de cambiar la metodología de estudio, pero continúan impartiendo clases de manera convencional y asignando trabajos.

¿Realmente han adoptado una nueva forma de enseñanza o persisten en métodos heredados?

Mi inquietud no radica en cuestionar este sistema empleado por los profesores, que de hecho, me resulta conveniente. Mi preocupación se centra en la manera en que se está formando a los docentes del futuro.

Actualmente, me encuentro inmerso en mis estudios de Magisterio, donde percibo de manera directa la aversión hacia las instituciones educativas que siguen un enfoque más "tradicional". Esta actitud coexiste con la promoción de escuelas alternativas que, aunque poseen méritos y seguramente benefician a muchas personas, a menudo carecen de una base sólida.

Es público y notorio que las críticas dentro de las escuelas de Magisterio se dirigen específicamente hacia aquellas instituciones que optan por métodos convencionales, como los colegios concertados, que se caracterizan por su enfoque en un ambiente educativo más tradicional, apostando por métodos y prácticas que reflejan valores arraigados en la pedagogía convencional.

Para quienes critican a los centros educativos que apuestan por una educación más tradicional, cabe preguntarse si no están pasando por alto los cambios que muchos de estos colegios han introducido en sus métodos de enseñanza. ¿No están, acaso, incorporando elementos de la educación moderna para adaptarse a las demandas contemporáneas? ¿No están implementando prácticas en empresas para proporcionar a los estudiantes una experiencia más práctica y exploratoria de sus intereses? ¿No están fomentando la inclusividad a través de patios coeducativos y esfuerzos para integrar a todos los estudiantes de manera equitativa?

Estas son cuestiones que aquellos que etiquetan rápidamente a los colegios como "tradicionales" deberían considerar antes de pasar juicio, reconociendo que la enseñanza religiosa, por sí sola, no define por completo la riqueza y diversidad de las estrategias educativas implementadas en estas instituciones.

Es innegable que algunos colegios buscan sobresalir en los exámenes de selectividad y obtener reconocimiento, pero la manera en que algunos de ellos persiguen este objetivo es más evidente que en otros.

En mi experiencia, al haber formado parte de un colegio “moderno”, presencié de cerca cómo se excluía a aquellos que no se ajustaban al sistema desde el principio. En un principio, se les sugería abandonar la escuela; posteriormente, se les sometía a evaluaciones injustas y, finalmente, se les forzaba a repetir hasta que decidían abandonar. No comparto esta información desde una perspectiva de resentimiento personal, sino basándome en testimonios de individuos que han experimentado este sistema y concuerdan en que se intenta apartar a aquellos que son considerados "diferentes".

No pretendo entrar en la discusión sobre qué tipo de escuela es mejor o peor, ya que todas tienen sus ventajas y buscan superar sus desventajas. Además, quiero resaltar que la educación en España está entre las mejores y no tiene nada que envidiar a nuestros colegas europeos.

Mi mensaje es simple: quiero que la gente sea consciente de que se está formando a los futuros profesores con un sesgo negativo hacia las escuelas tradicionales, cuando en realidad lo tradicional no es tan negativo y lo moderno debería ser examinado más detenidamente. Educar en el odio no construye sociedades, solo perpetúa divisiones.

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