Opinión

Con motivo de una entrevista a Lucía Llano

Cruz Sánchez de Lara, Lucía Llano y Charo Izquierdo

Cruz Sánchez de Lara, Lucía Llano y Charo Izquierdo

El diálogo a tres es fresco, ágil, se lleva bien. En orden alfabético de apellidos, Izquierdo, Llano y Sánchez de Lara; o sea, Charo, Lucía y Cruz. La entrevistada, en el centro (muy bien, ella es la protagonista), igual que en una radiante foto del texto, resumen del pódcast, en que se las ve fraternalmente enlazadas.

"Mi madre trabajó en cabarets. Era chica de alterne, que no prostituta". Al leer esa frase en el encabezamiento abrí el texto (Magas. Arréglate que nos vamos. 24 de julio de 2024) pensando que Lucía era una de tantas mujeres desconsiderada con las putas, palabra que, junto con "zorras", quizá sea la forma más malsonante de referirse a las señoras que no tienen más remedio que vender su cuerpo precisamente para no pasarlas putas, entiéndase para no morirse de hambre.

Mas no; ella, Lucía, literalmente, dice: "Chica de alterne, que no prostituta. Con todo el respeto a aquellas mujeres que ejercen la prostitución, pero mi madre trabajaba en cabarets…".

Como normalmente chica de alterne y prostituta son sinónimos, Cruz la invita a explicar la diferencia: que servía copas a los marineros en Ferrol, sin más.

Pero no es mi intención comentar la interesante y valiente singladura de Lucía, sino tomar el botón del encabezamiento para entrarle al asunto de la prostitución y la trata.

Contrariamente a muchas mujeres y hombres que desarrollan una plausible labor de ayuda en este campo, veo una clara distinción entre prostitución libre (es decir, sin detestables proxenetas) y trata con fines de esclavitud sexual. Esta última es un crimen abominable poco castigado, cuando no consentido y, en algunos países tenebrosos, incluso promocionado. Es el estadio máximo de la violencia de género, una violación crónica. El mayor terrorismo bajo la faz de la tierra, pues ningún otro afecta a mayor número de personas, casi todas mujeres.

Hace años conseguí, tras penosos esfuerzos, que me publicaran por ahí un trabajo que establece la similitud entre el terrible castigo pasado de "echar a galeras" y la trata sexual, tan pasada como actual.

En cuanto a las mujeres que viven de ofrecer su cuerpo a cambio de dinero, libres de la torva sombra de los tratantes de carne humana, sólo decir que creo que, si pudieran, casi todas preferirían otra faena (cáptese el doble significado que doy a la palabra). Es muy fácil criticarlas por parte de quienes tienen la panza llena y también solucionadas otras necesidades. Duele que con tantísimo dinero que se despilfarra no haya una asignación para que lo dejen las que así lo deseen, vía su inserción en trabajos menos desagradables.

Y mucho más duele que los recursos para perseguir la trata no sean mayores, así como la determinación de extirparla de raíz. Y que algunos medios de prensa, que de vez en cuando ponen un artículo de denuncia (queda bonito), ofrezcan en sus páginas de publicidad y en el mismo día anuncios susceptibles de trata.

Se dirá que es imposible erradicarla, que una parte de la naturaleza humana es así, que mientras haya demanda habrá oferta No importa. Hay que intentarlo. A ver, ciudadanos en general, políticos y policías en particular: ¡fuera la venda! Mientras no se le meta mano de verdad al horror de la trata será mentira que la esclavitud pertenece al turbio pasado de la humanidad.