Opinión

Hispanidad enferma

El ministro del Interior de Venezuela, Diosdado Cabello, asiste a un evento para conmemorar el día de la Resistencia Indígena en Caracas, Venezuela, el 12 de octubre.

El ministro del Interior de Venezuela, Diosdado Cabello, asiste a un evento para conmemorar el día de la Resistencia Indígena en Caracas, Venezuela, el 12 de octubre. Reuters

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Tiempos inciertos corren para la condición hispana, bien pasados ya los cinco siglos desde que nuestros audaces antepasados circunnavegaran el globo arrojando, lo que desde el punto de vista contemporáneo, sería equiparable a una potente luz cegadora vertida sobre un mundo oscuro aun limitado por la falta de conocimiento y el oscurantismo de la ignorancia, descubrimos que a día de hoy hay demasiada gente que continúa cegada y habitando en una suerte de adulación alquímica donde no sólo no se es capaz de aceptar la realidad, sino que la niega.

Nos encontramos a pueblos que fueron adoptados como hijos de España al otro lado del océano, a los que proporcionamos conocimiento, arquitectura y lo más importante, una fe en un dios que no reclamaba la sangre de sus fieles para saciar el precio de sus designios. España es innegable que fue un imperio, además con un dominio extensísimo donde, como cuenta la leyenda, no se ponía el sol. Esto es un hecho histórico irrefutable, pero también lo es que no tuviera colonias, aunque personajes estrepitosamente absurdos se empeñen constantemente en repetir lo contrario. Los españoles que cruzaron el Atlántico engrandecieron la nación española donde los territorios conquistados pasaban a formar parte de la propia España como una provincia más y proporcionando a los pueblos que allí habitaban la ciudadanía de pleno derecho.

De un modo taxativamente contrario se expandieron otras grandes potencias mundiales de entonces como por ejemplo Inglaterra, pero claro, no quedan indios para clamar por su historia ni reclamar por el exterminio de que fueron sujetos, esto es por lo que ellos no están en el debate.

Volviendo al tema que nos ocupa, en principio pudiera resultar hasta hilarante escuchar a Nicolás Maduro, actual dictador de ese país hermano que es Venezuela, despotricando de España acerca de cuán fascistas somos y de todo lo que le debemos a su patria, claro está que todo ello lo hace eludiendo la realidad que nos vincula histórica, cultural, económica, comercial y fraternalmente. Es lo que tienen los dictadores, que si la realidad y la verdad no les parece bien o no se ajusta a sus pretensiones populistas, tienen otra para mostrarte. Y si no se la inventan.

Últimamente, otros máximos representantes de ciertos países hispanoamericanos encabezados o liderados por la gran nación de México, se pierden en el abismo de la resurrección de supuestos agravios producidos hace cinco siglos aduciendo acerca del perdón debido por España hacia su pueblo por la opresión, pillaje y expolio que llevaron a cabo los que les dieron el derecho a ser un pueblo libre de opresión, con el respaldo de ser la otrora mayor potencia militar mundial y los que llenaron aquellas tierras de catedrales, bibliotecas y universidades.

Asistimos perplejos desde la península a un delirante y surrealista relato donde fuerzas políticas de muy dudosa relación con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, así como absolutamente ajenas a la realidad y del sentir de los pueblos, dedican ingentes cantidades de tiempo y energía en hacer añicos la historia, las relaciones de buena convivencia y en no dejar ni rastro de nada parecido a la prosperidad y al desarrollo de la vida en paz y armonía.

No entraremos en enumerar los derechos de las personas que esta clase de personajes pisotea en sus países, pero que bien blindan para sí toda clase de privilegios, ya que sería objeto de otro artículo.

También es debido y de justicia reseñar que la vinculación antes citada para Venezuela o México es igualmente válida para todos los países hispanohablantes de Sudamérica, aunque se sigan líneas y se vivan situaciones políticas similares.

Sin embargo, toda esta deriva antiespañola, y de manera paradójica, muy probablemente tenga su origen en las propias entrañas de la propia España. Tengamos en cuenta la propia configuración política de estado español, donde el propio presidente del gobierno está abandonado a la traición a su pueblo, al embuste, al cinismo, cogobernando con una serie de micro formaciones políticas enemigas de todo lo huela a hispanidad, manifiestamente antiespañolas y que están trastornando una buena sociedad que, hasta hace unos diez años atrás, vivía en paz y armonía, hablando en términos generales, claro está.

Ahora, el ciudadano común, boquiabierto y ojiplático, es además espectador de una España enferma, dividida, polarizada, ideologizada bajo el dogma de las diferentes sectas políticas que acechan la pacífica convivencia y con la herida infectada con el problema que suscitan las políticas de inmigración que el gobierno de Sánchez se empeña en llevar a cabo, como si un médico infame, en vez de tratar la herida de su paciente, se centrase en que permaneciera infectada de tal forma que no sanase nunca. Tal es la traición de este médico a su propio código, tal vez su fin sea el que la herida del paciente necrose y finalmente muera por septicemia.