No sé ustedes, pero yo, al menos, me lo estoy pasando en grande. Sé que quizá debería estar indignado al ver que el dinero de todos los españoles, a tenor de lo revelado por Víctor de Aldama frente al juez, llega antes a comprar un piano de cola para la hija de José Luis Ábalos, o a financiar un tratamiento de fertilidad para la mujer de Koldo, que a Valencia para restaurar la normalidad de quienes lo han perdido todo; pero no me dirán que no tiene su gracia, o algo de ironía. Ver a Pedro Sánchez con miedo palpable en el rostro, con claro temor porque el castillo de naipes pueda derrumbarse de una vez por todas, tiene un inherente componente de justicia poética que me satisface mucho en mis adentros.
Veamos, porque se supone que aquí está implicado hasta el apuntador. Aldama dice que Ábalos, casas en Cádiz aparte, se llevó el premio gordo, de 400.000; Koldo, por el contrario, quedó segundo, con una mordida de 250.000; y a Ángel Víctor Torres, como no le da para mucho más, ni siquiera en los negocios turbios, se llevó tan sólo una pedrea de 15.000 a sobre cerrado.
A Begoña Gómez, que pasaba por allí, Aldama le habría gestionado presuntamente reuniones vitales para el máster de la Complutense que después lideraría, saltándose la competitividad en la docencia universitaria y la cualificación académica necesaria para lograrlo. Aunque eso es otro tema aparte, pero ya ven cómo se las gasta la señora presidenta del Gobierno.
Y luego lo de Delcy Rodríguez, las maletas, el oro, las redes de Zapatero en Caracas, la impecable gestión de Nicolás Maduro al frente de la operación, el dinero robado a los venezolanos, que no pueden comprar el pan de cada día, y que ha terminado pagándole más de un lujo a los infames protagonistas de las redes tejidas por el binomio Aldama-Sánchez. Para no haberse bajado Delcy de ese avión, para haber intervenido Marlaska cuando supo que la mano más estrecha del dictador estaba volando a Madrid, esto que dice Aldama de que se le habría alquilado una lujosa mansión en una de las zonas más caras y exclusivas de la capital suena muy sospechoso. Quizá sea yo, que tenga que graduarme las dioptrías.
Apareció el presidente conmocionado ante las cámaras —casi me recordó a El grito de Munch—, gélido de rostro y con ademán nervioso. "Bueno, menuda inventada, mentira tras mentira de este criminal confeso, ¿no?", dice él, que jamás ha mentido al pueblo y es la clásica persona a la que todo el mundo le confiaría la mascota durante las vacaciones de verano.
Qué negro lo debes estar viendo todo por vez primera, Pedro. Sé fuerte. Y si necesitas más ayuda, por favor, pídenosla.
Mi conclusión es que nada ni nadie es inmortal. Todo bicho malo tarda en perderlo todo; pero lo pierde, tarde o temprano. Y siempre, en estas ocasiones especiales, se cumple la misma trágica y paradójica regla del juego: agarrándose de forma novelesca al escaño, de modo siniestro al alfiler del que pende su legislatura, tratando de esquivar sin éxito el terremoto, o su propio destino, muere por la razón última que un día lo elevó al Palacio de la Moncloa.