Los gritos se escuchaban desde la sala de prensa, que está a una distancia bastante considerable de la colina que lleva el nombre de Andy Murray (años atrás bautizada con el Tim Henman). Antes de que el número dos del mundo cerrase su apretado pase a las semifinales de Wimbledon contra el francés Tsonga (necesitando apurar las cinco mangas), el pequeño montículo que está junto a la pista número uno del torneo había explotado varias veces, mezclando aplausos de alegría con lamentos de decepción. Finalmente, el gentío allí reunido se puso en pie casi de forma coral para celebrar la clasificación del británico, que mantiene con vida el sueño de vivir otro gran domingo tres años después del último.
Como siempre, cientos de personas se han convocado durante las dos semanas de torneo frente a la pantalla gigante que está a los pies de la colina para seguir los partidos de Murray. Son aficionados que no tienen entradas para la pista central, pero deciden citarse en el corazón del All England Club y animar desde ahí al número dos del mundo, bebiendo Pims y agitando las banderas de Reino Unido a ritmo frenético. Solo por ver al ambiente de la colina merece la pena darse un paseo por Wimbledon durante un partido de Murray, un auténtico espectáculo dentro del lugar más sagrado del circuito.
Ahora, con el campeón de dos grandes cerca de la final (se mide este viernes a Tomas Berdych), los británicos cruzan los dedos para ver a Murray peleando por el título el domingo en la gran final. Después de haber vivido un acontecimiento histórico en 2013, cuando el número dos rompió una sequía de 77 años (Fred Perry fue el último local en alzar un título en el torneo en 1936), los asiduos a la colina se preparan para repetir lo de aquella tarde. Si Murray vuelve a ganar la copa, Wimbledon se tambaleará de arriba a abajo. Empezando por la colina que lleva el nombre del ojito derecho del público.