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'Freeheld: un amor incondicional': más lagrimeo que denuncia
Julianne Moore y Ellen Page se enamoran en una película que recrea un caso clave en la lucha a favor de los derechos LGTB.
No me parece mala idea hacer cine social o político desde lo íntimo. Me parece tan buena como hacerlo a lo grande, mostrando con la logística y la fanfarria que haga falta las ramificaciones de una historia con voluntad de denuncia. El problema viene cuando se hace mal, cuando el retrato de esa intimidad es endeble y carece de la fuerza suficiente para reflejar un situación o un drama universal. Es justo lo que le pasa a Freeheld: Un amor incondicional, centrada en la historia real de una policía de Nueva Jersey (Julianne Moore) que, al enterarse de que tenía cáncer, emprendió una batalla legal en 2004 para que su pareja (Ellen Page) recibiera su pensión cuando ella faltara.
Dirigida por Peter Sollett (Camino a casa) y escrita por Ron Nyswaner, el guionista de Philadelphia (1993), drama de denuncia donde la carta de la intimidad estaba mucho mejor jugada, Freeheld: Un amor incondicional cuenta con tan poca fuerza la historia de esas dos mujeres que dinamita su alcance. Más que contarla sin fuerza, se enzarza tanto en los mimbres del melodrama romántico efectista, tocado por una enfermedad, que coarta las verdaderas dimensiones sociales y políticas de un caso clave en la historia de Estados Unidos. Un caso que supuso un gran paso adelante en la lucha a favor de los derechos de los homosexuales y sirvió de indiscutible precedente a la legalización del matrimonio gay.
Buenas intenciones
La película de Sollett muestra la intransigencia que rodea a la pareja, los absurdos del sistema estadounidense (el último acto de la película gira en torno al juicio en el que defienden sus derechos), incluso el espectáculo mediático que suelen generar los actos de reivindicación o de denuncia. Pero lo hace moviéndose en una pasmosa superficie, sin ahondar en ningún tipo de implicación.
Más que remover conciencias, remueve con descaro las emociones del espectador. Y reduce Freeheld: Un amor incondicional a una película con las dichosas buenas intenciones (¿cuándo dejarán de ser las buenas intenciones motivo de defensa de un filme?) y determinados aciertos, pero insuficiente como crónica del caso que reproduce. De hecho, llegado un momento, todo se reduce a un drama demasiado convencional y lacrimógeno sobre la enfermedad de la protagonista.
Más que remover conciencias, remueve con descaro las emociones del espectador. Llegado un momento, todo se reduce a un drama demasiado convencional y lacrimógeno sobre la enfermedad de la protagonista
Es una pena. A pesar de lo difícil que se lo ponen, tanto Moore como Page consiguen hacer creíbles a sus personajes, apenas escritos. No tienen mucho dónde agarrarse, y su caracterización física, destinada a señalar las diferencias de edad (les separaban diecinueve años) y clase social de sus personajes y algo caricaturesca, tampoco juega a favor de ellas. Pero son dos buenas actrices (Page no palidece al lado de Moore) y, aunque a veces tengan que pronunciar frases delirantes, convierten las escenas más íntimas de la pareja en lo mejor del filme.
Pero esa entrega interpretativa o el agradecido (aunque poco afortunado) intento de Sollett de introducir el humor en el relato no equilibran los problemas de base de la película, una propuesta a la que le faltan profundidad, matices, alcance y rabia. Freeheld: Un amor incondicional es el melodrama inflamado y poco pudoroso que le ha quitado el sitio a una película a la altura de su importante historia.