Una escena de la película de Lorenzo Vigas.

Una escena de la película de Lorenzo Vigas.

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Cine político y social de alcoba

Ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, 'Desde allá' es un drama social sobre la durísima historia de dependencia entre dos hombres.

Desirée de Fez
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Lo más interesante de Desde allá -la coproducción entre Venezuela y México que ganó el León de Oro en el pasado Festival de Venecia- es el paralelismo que marca entre el drama íntimo y el drama externo y colectivo. Es, podríamos llamarlo, cine social y político de alcoba. Sin hacer cine de tesis, anteponiendo la observación de los personajes al juicio de su conducta, el debutante Lorenzo Vigas (arropado, eso sí, por cineastas como Guillermo Arriaga y Michel Franco, ambos productores de la película) establece un símil seco y descarnado entre los personajes y su entorno.

Ambientada en Caracas, Venezuela, en la actualidad (la película es de 2015), Desde allá tiene como protagonista a Armando (Alfredo Castro, actor fetiche de Pablo Larraín), un hombre de clase media, de unos 50 años, que trabaja como protésico dental. Y gira en torno al vínculo que establece con Elder (Luis Silva), un delincuente juvenil al que contrata para tener un encuentro sexual.

Su película es profundamente pesimista con el hombre, al que describe como un ser demasiado mimetizado con un mundo atroz como para salvarse.

Con una capacidad de síntesis admirable y ejerciendo de mirón comprensivo pero incisivo, el director describe con precisión a ambos personajes y desarrolla la relación de dependencia que surge entre ellos. Desde allá no tiene los mimbres de un thriller, pero es interesante cómo juega la carta del misterio para mostrar las ambivalencias de los personajes y la evolución de una relación predestinada a un desenlace terrorífico. El director extrae de la ecuación cualquier posibilidad de escape. Su película es profundamente pesimista con el hombre, al que describe como un ser demasiado mimetizado con un mundo atroz como para poder, ni siquiera intentar, salvarlo o salvarse.

A ambos personajes les carcome una sensación de orfandad, por eso la relación entre ellos es más paternofilial que sexual o romántica

En esa durísima visión de los personajes como víctimas y verdugos de sí mismos y de sus respectivos entornos radica la fuerza de Desde allá. La relación entre ambos, desigual, incómoda, violenta, interesada, destructiva y contradictoria, es la representación perfecta de las diferencias sociales en Venezuela, si bien es extensible a cualquier país en crisis. Y la angustia con la que Armando encara su homosexualidad (el secretismo, la culpa, el castigo) y la ignorancia y la rabia con la que Elder la censura expresan con claridad el terrible alcance de la homofobia en pleno siglo XXI.

Pero el símil que más me interesa de Desde allá tiene que ver con la ausencia del padre. A ambos personajes les carcome una sensación de orfandad, por eso la relación entre ellos es más paternofilial que sexual o romántica. Esa idea funciona perfectamente como metáfora de la desorientación y del desamparo ante un entorno inestable donde es imposible sentirse escuchado, representado, atendido y protegido.

Sólo hay dos cosas discutibles en Desde allá. Una es esa tendencia tan de cierto cine latinoamericano actual a dilatar escenas y forzar silencios, algo que va camino de convertirse en fórmula (si es que no lo es ya). Otra, un par de decisiones de guion desafortunadas demasiado evidentes (todo el asunto de la adopción en paralelo a la historia de Armando) y tramposas (la propia resolución final).