Cuando pisó por primera vez un plató no levantaba un palmo del suelo, pero no importaba, era imposible no adorarle. Carlitos Alcántara llegó a la televisión para robar el corazón a los espectadores. Poco a poco, durante 16 años -ahora ha cumplido los 22- le hemos visto crecer. Ha pasado de ser el secundario tierno a uno de los protagonistas de la serie más veterana de la historia de la televisión española. Cuéntame cómo pasó supuso un punto de inflexión en nuestra ficción, y en sus 18 temporadas ha repasado la historia española de la mano de una familia que, en el fondo, también es la nuestra. A Ricardo Gómez le hemos visto pasar de ser Carlitos para convertirse en Carlos. Ríanse de Boyhood, nosotros lo inventamos antes.
Ahora Ricardo Gómez ha dado un golpe en la mesa para demostrar que es mucho más que un personaje. También es un actor que ha vivido rodeado por los mejores en la mejor escuela de interpretación posible. Sabe que es difícil que la gente vea más allá de un personaje mítico, pero trabaja para ello y nunca reniega de la serie que le ha dado todo. “Sabes que la gente te tiene cariño, y que te conoce por un personaje que tengo la suerte de que ha conectado muy bien con ellos. Recibo mucho cariño de la gente que me ha visto crecer, pero yo siempre digo lo mismo, creo que con buenas decisiones y elecciones de proyectos y trabajando fuerte... Yo soy Ricardo Gómez. Soy un actor que adora su profesión y que tarde o temprano pues llegarán otros proyectos y en otras direcciones”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Este es el año en el que todo ha cambiado. Ha estrenado su primer papel importante en cine a las órdenes de Salva Calvo en 1898, Los últimos de Filipinas, por la que ha logrado una nominación al Goya que todavía no termina de creerse. También ha estado en una de las obras de teatro más importantes del curso, La cocina, dirigida por Sergio Peris-Mencheta y con 26 actores interactuando y dando una lección. “Sí, creo que ha sido un punto de inflexión. Con cada decisión y con cada paso veo que avanzo en la dirección que quiero ir. Este año, en el que me he estrenado con 22 años en el Centro Dramático Nacional, y en el cine con la nominación al Goya, es un salto. Si siempre doy pasos hacia donde quiero estar, esto es un salto. Y luego toca mantener, que es el verbo más difícil para un actor y para eso trabajaré”, añade con humildad y sin perder la energía que desprende y que se hace contagiosa.
Si siempre doy pasos hacia donde quiero estar este año he dado un salto. Y luego toca mantener, que es el verbo más difícil para un actor y para eso trabajaré
Le ha costado encontrar estas oportunidades, sabe que ha habido prejuicios por su papel televisivo, pero se alegra de que haya realizadores como Salvador Calvo o Sergio Peris-Mencheta que no entienden de etiquetas y sólo valoran el talento. "Sergio es una de las personas más inteligentes que me he cruzado en mi carrera, y tengo la suerte de haberme cruzado con mucha gente. Estoy convencido de que para él dirigirme a mí era un reto, pero por algún motivo creía que yo podía interpretar a ese personaje y él quería mostrarle a la gente que yo no soy un persona o un actor de televisión, sino que podía hacer de un personaje chipriota con acento chipriota en el Londres del 53. Creo que él va en esa dirección de integrar y tratar a los actores como actores, sin etiquetas”, añade.
Con 22 años ha tenido la oportunidad de trabajar con gente como Fernando Fernán-Gómez o Tony Leblanc en la serie, que le han dejado un recuerdo imborrable y que “no me veían como un compañero, sino también como alguien que está aprendiendo y al que han querido enseñar”. Por ello destaca la importancia de la gente que le rodea, para no perder el norte, para no convertirse en eso que llaman un juguete roto y que tantas veces hemos visto.
“Es importante seas niño actor o niño sólo. Es importante la gente que te rodea siempre. Te dediques a esto o no. Pero en un caso de exposición tan bestia como un niño que empieza trabajando en un medio como la televisión, que llega a millones de personas, es mucho más. Y depende de cómo te lo gestionen casa y de la importancia que le den. Yo cuando empecé ya quería dedicarme a esto, disfrutaba con esto. Y no hay que darle más importancia, que sí, estás trabajando, pero ya. No eres más que tus amigos del colegio por salir en televisión. Y esa es la premisa que se ha tenido en mi casa siempre”, explica con claridad.
Es importante la gente que te rodea siempre. Te dediques a esto o no. Pero en un caso de exposición tan bestia como un niño que empieza a trabajar en televisión, mucho más
También el último año le han rodeado dos polémicas en torno a los proyectos en los que participaba. El caso Nummaria y la acusación de Ana Duato e Imanol Arias de evasión fiscal pusieron en duda la continuidad de la serie, un terremoto que le pilló rodando Los últimos de Filipinas. “Me cogió allí y una oportunidad como esta no se tiene todos los días, ni todos los años. La prueba es que he estado 16 años esperando para que me la diesen, y no quería que nada que tuviese que ver con la serie, que quieras o no es mi constante, me despistase de ello. Yo llamé al productor, le pregunté que cuánto había de cierto en esto, y que si en septiembre nos veíamos rodando o no. Me dijo que sí, que me concentrara en lo mío y luego me mandaron los capítulos, volví de Canarias, hicimos lecturas de guion, volví a rodar y ahí seguimos”, zanja.
La segunda llegó por el retraso en los pagos del Ministerio de Hacienda a los actores de La cocina, que se realizaba en un teatro público, el Centro Dramático Nacional. Ricardo Gómez ha sido uno de los afectados por estos impagos. “Nos ha tocado a todos. La cocina, para el que no conozca el proyecto, ha juntado a 26 actores, más su ayudante de dirección, más su director, más su equipo técnico... es mucha gente la que se necesita para montar una función. Y ese mérito es de Sergio Peris-Mencheta", apunta.
"Creo que el Ministerio, que en este caso es el que paga, porque es un centro público, no ha sido igual de profesional que todas esas personas que durante dos meses han ensayado de lunes a sábado y que luego no han faltado al teatro, han llegado con la voz cuidada, y con la disposición perfecta para que esas funciones tuvieran el patio de butacas lleno. Creo que los organismos del Estado que se encargan de hacer los pagos no han compartido esa profesionalidad que nosotros hemos puestos en el proyecto”, cuenta el joven, que muestra su compromiso como actor sin perder la sonrisa.
Ricardo Gómez ya no es Carlitos, aunque todavía siga en esa serie a la que “algún día habrá que dar un cierre”. Es un actor capaz de vivir la Transición, de ser el último de Filipinas y un cocinero chipriota en menos de doce meses. Y haga lo que haga estará esa extraña sensación que te hace alegrarte por el éxito de alguien a quien ni siquiera conoces pero al que has visto todas las semanas durante 16 años. Ahora toca el siguiente paso, verle volar.