Los Goya no están a la altura del cine español
La gala del cine español se encargó de celebrar los grandes datos del año, pero se olvidaron de recordar los desplantes del Gobierno y de hacer una gala que estuviera a la altura de sus películas.
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Ni agua para los protagonistas. Un pequeño gesto, una gran metáfora. La fiesta del cine ha vivido la gala más insólita de los últimos años, en la que las gargantas secas tuvieron dos opciones: más sequedad o más silencio. Venció lo segundo y seguir tragando a secas. En el día en que el sector se homenajea y se exhibe, el mensaje que hace público es: no somos capaces de atendernos, de cuidarnos, de protegernos, de defendernos, de respetarnos, de valorarnos. No nos importamos, ni siquiera nos abochornamos. Tampoco nos movilizamos. Ya no.
Un pequeño gesto entre tantos, que descubre un sector que se recrea en las cifras de recaudación del año 2016, al tiempo que se revuelve por su precariedad laboral (inestabilidad, paro, desprotección). Nada se dijo de la falta de cohesión en la lucha de sus derechos, ni la orfandad de representantes ante los gobernantes. La Academia del Cine filtró y controló las intervenciones, confeccionó un guion rehén que garantizaba la paz con el ministro de Hacienda y desveló que tampoco anda sobrado de libertad de expresión. Mientras unos recordaban los 100 millones de euros de la taquilla 2016 en los cines, otros denunciaban un paro implacable.
El cine demostró que es incapaz de encargarse de sus necesidades más básicas. También hizo gala de un acto reflejo que en tiempos atrás convirtió al cine un sector respetado: la solidaridad espontánea
Entre ambas partes, el cine demostró que es incapaz de encargarse de sus necesidades más básicas. Aunque también hizo gala de un acto reflejo que en tiempos atrás convirtió al cine un sector respetado: la solidaridad espontánea. Ana Belén, la gran dama de la noche, necesitó un sorbo de agua para seguir adelante, apenas un trago, una ayuda mínima que “no está prevista” (ni siquiera para la presidenta de la Academia cuanto también le faltó water y le llegó una botella de alguien, de su Cabify). Y miraba en todas direcciones pidiendo socorro en el desierto. El bochorno volvió a congelar la dignidad de la ceremonia, hasta que Rodrigo Sorogoyen saltó del patio de butacas con su botella.
Los Goya son el desierto, un espectáculo sin resolver, con una realización en la que los primeros planos de las estrellas de la primera fila es capaz de quitarles todo el brillo que una noche como esta pide. Un oficio que se dedica a dominar los mimbres del espectáculo no puede permitirse una realización sin altura. No estaban previstas ni botellas de agua, ni primeros planos que celebren la reunión. ¿Realmente no hay nadie capaz de convencernos de que los Goya no son un marrón para TVE, nadie capaz de hacer de esta noche algo especial? ¿No se merecen los Goya un escenario más digno que el auditorio de un hotel a las afueras de Madrid o un telepromter para que su presidenta y vicepresidenta se dirijan a todos sin leer unos papelitos?
Tampoco se merece el cine español una gala progubernamental, cuando lo último que sabemos del Ejecutivo de Mariano Rajoy es que, en las negociaciones con Ciudadanos para formar gobierno, bajaron el IVA al resto de sectores menos al cine. Sin una explicación, sin un motivo que no empuje a creer en la venganza de un ministro sin perdón. No se merece el cine español un presidente que reconozca en público que no ve cine español.
Tampoco se merece un ministro de Educación, Cultura y Deporte que promete un museo para el cine, que ni siquiera sabe si puede pagar. ¿Lo que necesita el gremio es un museo del cine y una Filmoteca Nacional olvidada, abandonada, arruinada? Íñigo Méndez de Vigo ha dicho que el IVA cultural -del que no habla porque no existe y porque a la cultura no se viene a hablar de dinero- bajará cuando Europa lo permita, dejando de lado sus responsabilidades. Lo que nunca ha reconocido el campechano ministro de Educación, Cultura y Deporte es que el cine subvenciona al Estado, que por los 105 millones de euros que recaudaron las taquillas para las arcas públicas en 2016 -gracias al disparatado 21%-, el Estado ayudó al cine con 75 millones de euros... pagados in extremis en la prórroga. ¿Y ahora qué, cine?