Federico Luppi, el actor que demostró que la patria es "un invento"
El intérprete argentino, fallecido hoy a los 81 años, dejó para la historia del cine un monólogo en 'Martín (Hache)' en el que se atrevía a criticar el significado actual del patriotismo.
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Federico Luppi nos ha dejado. Se ha ido el actor en cuya voz todo sonaba bien. Su acento argentino, su entonación melosa y su credibilidad a prueba de bombas le convirtieron en uno de los mejores actores de la historia del cine argentino. También en un vehículo perfecto para que directores como Adolfo Aristarain soltaran sus maravillosos monólogos.
El realizador escribía parlamentos largos, densos y profundos, reflexiones sobre nosotros que en los labios erróneos sonarían pomposas y artificales. Con Luppi encontró el mejor declamador, y gracias a él dos discursos de sus películas se convirtieron en verdaderos emblemas repetidos una y otra vez.
En estos momentos, en los que Cataluña quiere poner más fronteras entre nosotros y el Gobierno de España responde con cartas esquivas y requerimientos que nadie entiende, resuena más que nunca la definición de la patria que hacía Martín, su personaje en la fantástica Martín (Hache) (1997). Un papel por el que ganó el premio al Mejor actor en el Festival de San Sebastián. Su personaje lo tenía claro: "la nostalgia es sólo un verso". “No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañas si te mudas a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento!”, decía.
Un discurso que iba más allá, y que aseguraba que las personas de tu mismo país pueden ser absolutos extraños para uno, y que la verdadera patria estaba en la gente querida y con la que se sentía a gusto. “¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Estadísticas, números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa”, terminaba.
El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento!
Aquel director de cine retirado en Madrid que recibe la visita de su hijo, le encumbró a los altares cinematográficos, y tardaría tiempo en encontrar otro papel de tanta enjundia como Martín. Lo encontró, y fue precisamente Adolfo Aristarain el que se lo ofreciera en Lugares Comunes (2002). Aquel Fernando Robles fue otro regalo que le hizo el director. Un profesor de universidad de izquierdas que se ve forzar a retirarse y a replantear toda su vida. También sus ideales y todo lo que daba por seguro.
Luppi, de nuevo, dice en alto un parlamento del libreto de Aristarain (que ganó el Goya al Mejor guion adaptado), y consigue la mejor reflexión del fracaso de la izquierda en las sociedades modernas que se ha escuchado en años. Ningún líder del PSOE o Podemos se ha atrevido a decir con tanta contundencia que los ideales por los que se luchó tantos años han terminado reducidos a una camiseta con la cara del Che Guevara: “La guerra la perdimos hace rato. Cómo será que los que ganaron, los dueños del mundo, están tan sólidamente establecidos que hasta permiten que exista la izquierda".
"¿Por qué? Porque no jode a nadie, ya no es más una amenaza revolucionaria, es una chapita de ésas, como es, un pin, un graffiti. Pura nostalgia. A lo sumo puede hacer una actitud moral que nunca va a salir de la esfera privada. Esperamos que el mundo se organice con sentido común, que la gente sepa que pertenece a una comunidad, que haya justicia, que trabajen por el bien común... sabes qué es eso: libertad, igualdad y fraternidad. Han pasado más de dos siglos y no hicimos una mierda, nos quedamos en 1789”, añadía.
Personaje y persona
La coherencia de Federico Luppi hacía que entre su persona y los personajes que interpretaba hubiera un vínculo indivisible. El actor siempre demostró activismo político, se calficaba abiertamente de izquierdas y no dudaba en apoyar a Kirchner y criticar las políticas de Macri, por las que aseguró que casi no llegaba a fin de mes en una entrevista.
Hoy deberíamos tener un sentido de la lucha bastante más eficiente, más claro y más de amor propio
Lo que tenía claro, como su Fernando Robles en Lugares Comunes, es que la izquierda se ha quedado en su sofá esperando que la revolución se inicie sola: “Hoy deberíamos tener un sentido de la lucha bastante más eficiente, más claro y más de amor propio”, dijo en una entrevista. También denunció la "vergüenza, cinismo, depredación, perversión, impunidad y caradurismo" que, a su juicio, están "a la orden del día" en los discursos del gobierno de Macri, que lo que persigue es "crear grandes negocios y que la gente que gana 10 lucas (unos 584 euros) tenga que pagar 7.000 (en torno a 408 euros) de luz o gas". A sus 81 años seguía luchando, alzando la voz y pidiendo un cambio que no llegaba y que se quedaba ahogado en los discursos de sus maravillosos personajes.