Chicho Ibáñez Serrador, gracias por los sustos
Llevamos un tiempo en el que a diario corrupciones de todos los colores o virus asesinos se han metido en nuestras vidas como si fueran las líneas del guión de una película de miedo, pero no de las grandes superproducciones; sino más bien de serie B. En este país -o lo que queda de él- somos dignos herederos de Pepe Gotera y Otilio, aquellos entrañables personajes creados por el genial Ibáñez. Entre chapuzas por aquí y por allá una "dulce" muñequita llamada Annabelle tiene revuelto al personal por el miedo y el pavor que ejerce sobre todo aquel que la ve... a mí, sin embargo me produce alipori (si se me permite este cursi palabro).
¿El porqué? Tiene una explicación: Por mucho color, efectos especiales y musicales para dar con el clímax, esta película asustar asusta; pero para miedo lo que se dice miedo y con mayúsculas me remonto en mi particular túnel del tiempo a mediados de los años 60. Aquí en España en aquellos años TVE cuando era ella sola ante el panorama catódico contaba en su plantilla con dos grandes: Narciso Ibáñez Menta y su hijo Narciso Ibáñez Serrador.
Llegaron de Argentina donde ya habían dejado con los pelos de punta a la audiencia de aquel lado del charco con su serie Obras maestras del terror. Al principio echaron mano del maestro Poe; pero después añadieron piezas escritas por ellos mismos: El caso del señor Valdemar, El gato negro les dieron justa fama.
Con esos mimbres en 1965 -se van a cumplir próximamente cincuenta años- crearon en España Historias para no dormir... y a diferencia de los políticos estos sí cumplían con lo que prometían en el título. A mis ocho años en casa me estaba prohibido ver esas historias que se podían ver a través de la Invicta (voltimetro incluído) ya que mis padres sabían que esa noche no iban a ser en la cama un dúo; sino un trío. Recuerdo y aún se me eriza el bello del cogote -ya que me escapaba de la cama y las veía a escondidas desde detrás del sillón de papá- al recordar aquellas historias en blanco y negro que te hacían disfrutar al mismo tiempo que pasar no miedo; sino espanto.
La zarpa, El reloj, El asfalto, El regreso, La alarma, El tonel o El trasplante son algunos títulos. Tras el susto y la noche en blanco en el patio del recreo no había otra conversación. Yo me las daba de que a mis ocho años me permitían en casa ver programas ¡¡¡con dos rombos!!! Lo que no sabían es que el miedo aún me duraba.
Cuando todo el mundo creía que ya no se podía pasar más terror el maestro Chicho sorprendió con ¿Es usted el asesino? Fue todo un fenómeno en nuestro país y durante las nueve semanas que se emitió -si no me falla la memoria la noche de los lunes- millones de espectadores permanecían pegados a la pantalla (y muchos seguíamos detrás del sillón) para averiguar quién era el misterioso asesino del paraguas.
A diferencia de ahora, la televisión no variaba en vacaciones y recuerdo que varios episodios los pude ver en primera línea en la casa de mis abuelos junto al mar. Cierro los ojos y me veo en el salón, con el ruido del mar de fondo, junto a mis dos primas (ellas adolescentes), una de ellas con calcetines en las manos -se los había puesto mi abuela ya que tenía las uñas al límite. Ni una luz en la habitación y la única la que salía de aquel viejo televisor en blanco y negro. Tras la emisión nos jugábamos a “piedrapapeltijera” quién bajaba la basura. Cuando me tocaba a mi se me hacían eternos los cuatro pasos que separaban la puerta de casa del lugar en el que se encontraba la torba en la que depositaba la bolsa con la basura... aún ahora en tardes de lluvia, cuando voy por la calle, casi siempre me acuerdo de aquel hombre de gabardina oscura que mataba a sus víctimas con un paraguas... y es que hay imágenes que te marcan para toda la vida.