Por qué 'Pekín Express' jamás debería dar la vuelta al mundo
Pekín Express está a punto de regresar a nuestras pantallas, y lo hace con una nueva ruta que parte de Myanmar y concluye en territorio de Indonesia; un trayecto nunca antes visto en España, pero que se mantiene afín a la filosofía del programa.
No os voy a engañar, creía que se iba a optar por recrear el viaje original y se iba a recorrer de nuevo la ruta del transiberiano. De haberlo hecho así se daría carpetazo a todo lo que vimos anteriormente; se podría empezar de cero con nuevas reglas, haciendo que el programa encontrase una nueva esencia y conectase con un nuevo sector del público. Al fin y al cabo, la audiencia a la que aspira Cristina Pedroche es mayor a la que se obtuvo en la primera etapa del reality show, ya que todos sabemos que los datos de Antena 3 son muy superiores a los que maneja Cuatro.
Atresmedia ha decidido abrazar la herencia recibida sin pretender crear nada nuevo
De haber hecho esto, y aunque se lograse captar a nuevos espectadores, las comparaciones seguirían ahí, y los seguidores más puristas no aceptarían que Pekín Express ya no fuese aquello que conocieron (aunque tampoco lo fue la edición que presentó Jesús Vázquez, pero todos hemos hecho un esfuerzo por borrarlo de nuestras mentes). Por ello Atresmedia ha decidido abrazar la herencia recibida sin pretender crear nada nuevo: no es un comienzo, es la quinta temporada del programa.
Al hablar sobre las posibles rutas vuelven a resonar en mi cabeza los cientos de comentarios que pude leer en redes sociales al respecto (donde se celebró masivamente el regreso del formato, todo sea dicho), pero los que más llamaron mi atención fueron aquellos que pedían rutas como las de Amazing Race, un formato de origen estadounidense que cada temporada da la vuelta completa al globo terráqueo. Y voy a ser claro a este respecto: no estoy de acuerdo.
Pekín Express no es sólo un viaje físico, es también una inmersión cultural. Aún recuerdo a los concursantes de la primera edición bebiendo vodka en mitad de una carretera rusa, el horror reflejado en la cara de una concursante al ver que la familia que le abría las puertas tenía perro para cenar y sufrí con las miradas de un joven africano a uno de los participantes sabiendo que nunca podría vivir su sexualidad libremente pues en su país los gays son perseguidos. Sin ir más lejos, cuando quiero hablar de una determinada temporada del concurso, no hago referencia a sus participantes, sino a los países que visitaron.
Cada temporada vemos cómo los aventureros llenan sus mochilas de regalos para lograr que alguien les pare haciendo autostop, pero al final los terminan dando a los niños de la aldea más cercana, aunque no hayan hecho nada para ayudarles a alcanzar la meta. Esto jamás ocurrirá en Amazing Race, pues no interactúan con la población autóctona, sólo realizan pruebas en su territorio.
Centrar el concurso en una ruta que ocupe, como mucho, cuatro países permite que descubramos cómo se vive en ellos
Centrar el concurso en una ruta que ocupe, como mucho, cuatro países permite que descubramos cómo se vive en ellos, mientras que recorrer todo el mundo no permite este conocimiento. Amazing Race es un concurso diferente, es un gran juego que utiliza el planeta como escenario y, aunque pases por los cinco continentes, no descubres qué significa vivir en ninguno de ellos.
Me encantaría que Amazing Race llegase a España y ver cómo se da la vuelta al mundo en cuestión de días como en los sueños de Julio Verne, pero que no se mezcle con Pekín Express. Cada programa debe mantener su esencia y, en este caso, la ruta marca la diferencia.