Castillos y fortalezas de Salamanca: Monleón
La Edad Media es un periodo de disputas y enfrentamientos al hilo de la Reconquista cristiana, más si cabe en la Sierra de Francia. En los siglos XII y XIII, los monarcas leoneses apuestan decididamente por la repoblación de esta singular zona, entonces fronteriza con los invasores árabes. De ahí la aparición de numerosas fortificaciones en las márgenes del río Alagón, barrera natural con los territorios de los caudillos almohades, bajo el mandato del entonces monarca Alfonso IX, quien apostó de lleno por reforzar el avance cristiano hasta el sur del Sistema Central, en las cercanías del río Tajo, tras donar treinta castillos a doña Berenguela. En este proceso de colonización de las tierras reconquistadas, destacan dos poblados, Miranda y Monleón, este último con un castillo que es objeto del segundo capítulo de esta serie dominical que intenta rescatar del olvido aquellas historias que, siglos después, parecen leyenda. Sin embargo, la contrastada realidad, recogida en múltiples escritos de la época a modo de romance prosificado, supera a la más inimaginable ficción.
Un documento de 1214 alude ya a Monleón, una localidad entonces con cierta superioridad sobre el resto de asentamientos del entorno, ya que contaba con arcipreste y después con Fuero propio, llegando incluso en 1625 a albergar en su término a setenta y siete préstamos, la mayoría correspondientes a similar número de aldeas bajo su jurisdicción, según consta en el ‘Libro de préstamos’ de la Catedral de Salamanca. La importancia de Monleón la convierte en localidad fortificada, pero su castillo protagoniza una de esas historias que el injusto paso del tiempo ha relegado al desconocimiento del gran público, un relato donde la pasión, la disputa, el poder y la traición son sus principales ingredientes, con la esencia añadida que supone la intervención de los mismísimos Reyes Católicos. Y es que los castillos y fortalezas que los caballeros construyeron en la provincia de Salamanca fueron indicadores de prestigio, lo que provocó en numerosas ocasiones disputas y banderías envueltas a veces en altos grados de agresividad e ilegalidad. Máxime en años posteriores a las rencillas por el trono con Juana la Beltraneja, con apoyo charro, y de que el anterior monarca, Enrique IV, hubiera concedido a la capital del Tormes los privilegios de su feria septembrina.
Según narra en 1477 el cronista real Hernán Pérez del Pulgar, la villa estaba entonces bajo el domino de Rodrigo Maldonado, un peculiar personaje acusado de acuñar moneda falsa, una práctica que fue la última gota en colmar el vaso de múltiples denuncias y quejas de los vecinos por robo y tiranía. Al llegar a oídos de la Corte, intervino el propio rey Fernando el Católico, que se desplazó en persona a Salamanca para arrestar a Maldonado en la posada donde se hospedaba. A pesar del incógnito viaje del monarca, la noticia llega hasta el alcaide de Monleón que, burlando a una tropa de alguaciles, escapa por los tejados y se resguarda en el monasterio de San Francisco. La intervención de los frailes logra un pacífico acuerdo por el cual Rodrigo Maldonado es prendido pero se condiciona su libertad a la entrega de la fortaleza de Monleón.
Pero sus poseedores se resistieron a claudicar y procedieron a defenderla con uñas y dientes después de que los criados fuesen hasta el castillo a certificar la entrega del alcaide, acompañado por su esposa. En el interior del castillo se hicieron fuertes e incluso reclamaron grandes recompensas y honores a cambio de su rendición. Ni siquiera un mensaje del propio Maldonado, dejando su vida a su merced, les amedrantó. «Amigos, mi libertad está en manos del Rey, pero mi vida está en las vuestras, y por esto diréis a mi mujer que entregue al punto el castillo, que ya no es mío sino del Rey, a no querer perder a su marido e hijos con nota de infame», les interpeló acuciado por el cercano peso de la inefable figura de la guadaña en el horizonte.
Tal era el desafío de los amotinados que incluso amenazaron con solicitar auxilio a los portugueses para declarar la guerra a Castilla. Ante tal afrenta, los Reyes Católicos levantaron sobre un cercano cerro un patíbulo para ejecutar a Maldonado si sus más allegados no cedían. Precisamente el lugar pasó a los anales de la historia como el Teso de la Horca. Sin embargo, los familiares y amigos de Maldonado estaban dispuestos a consumar la traición a su señor a pesar de la prometida ejecución en sus narices, incluso en presencia de su propia esposa.
La suerte estaba echada. Rodrigo Maldonado sería degollado a la vista de quienes él consideraba sus seres más queridos y estaban a punto de dejarle morir. Cuando se iba a consumar la sentencia, camino del cadalso y vestido de luto, con el verdugo dispuesto a proceder sobre el cuello del facineroso alcaide de Monleón, un emocionado discurso del reo ablandó los corazones del interior del castillo, quienes depusieron sus armas y entregaron la fortaleza. «Ésta es la confianza que hice de vosotros y la lealtad que me profesáis», les gritó, y a su mujer: «Ésta es la piedad, amor y fe que me prometiste cuando nos casamos, de que serías siempre constante y firme en lo próspero y adverso. Pues sabed que no me manda matar el Rey ni este verdugo que me aguarda y me degüella, sino vosotros todos de quienes hice entera confianza».
El castillo de Monleón aguantó en buen estado varios siglos de vicisitudes y disputas señoriales con los terratenientes de la capital charra. Pero la invasión francesa propició importantes daños, que fueron acentuándose hasta que en pleno siglo XX, tras pasar por varias manos, entre ellas doña Inés de Luna, se hace cargo de la propiedad Salvador Llopis, quien restaura una fortaleza que llegó a sufrir amenaza de derribo, tal y como señala Antonio García Boiza en 1937 en su ‘Inventario de los castillos, murallas, puentes, monasterios, ermitas, lugares pintorescos o de recuerdo histórico, así como de la riqueza mobiliaria, artística o histórica de las corporaciones o de los particulares de que se pueda tener noticia en la provincia de Salamanca’.
Entre escarpadas a unos sesenta kilómetros de la capital, la granítica torre del homenaje, de 27 metros de altura y fechada en el siglo XV, presenta actualmente un buen estado de conservación, así como su respectiva muralla, con tres puertas o arcos de entrada. La torre, que recuerda a la del castillo de la Mota en Medina del Campo, está rematada con redondas garitas voladas, formando una vasta estancia con bóveda de cañón sobre impostas de nacela, sobre una ancha cenefa de adornos que parecen del siglo XVI, grabados sobre la argamasa. Encima de la escalera, que arranca de muy alto, pisa otra similar estancia abovedada, y más arriba, dos pisos todavía con suelos de madera. Junto a esta torre quedan vestigios de habitaciones y de una primera puerta en arco redondo. Desafiando al cielo, como hicieron los allegados de Rodrigo Maldonado hace 530 años, el castillo de Monleón guarda entre sus muros una historia que no debe quedar allá donde habita el olvido.