Después de casi tres horas de corrida y visto lo visto en las faenas de Enrique Ponce tras la vigésimo tercera del abono venteño me declaro poncista convencido. Nunca me identifiqué con ningún coletudo, salvo la excepción de mi seguimiento a Roberto Domínguez cuando le hice el libro con su biografía (“Roberto a secas”) hace ahora 25 años.

Siempre me gustaron las distintas formas de entender y hacer el toreo: desmayado, técnico, lidiador, ortodoxo, de bragueta, etc., variado en suma. Pero lo de esta tarde con el valenciano de Chiva en Las Ventas del Espíritu Santo, que no es moco de pavo, me ha convencido sobremanera. Conozco a Ponce desde 1988, cuando le hice una entrevista para Antena 3 de Radio tras la suspensión de una novillada en Aranjuez.

Seguíamos entonces mi hijo y yo a David Luguillano, que ese día ambos estaban anunciados en el coso ribereño. Tras la suspensión, por un ventarrón terrible… y la escasa taquilla, le puse delante una grabadora para comentar su trayectoria y, entre otras frases, dijo que en dos o tres años se quería comprar dos fincas mejor que una!!!!

Dos años más tarde tomaría la alternativa en las fallas y, tras dos años de ostracismo, comenzó una remontada que es imparable 30 años más tarde.

No sé ni me interesa las fincas que tiene Ponce, pero lo cierto es que su desparpajo con capote y muleta lo trasladaba a las conversaciones. Listo como una ardilla, inteligente en la cara del toro, técnico y dominador como el que más, y conocedor profundo del toro, de sus terrenos y de todo lo que concierne a la lidia, Enrique Ponce, excelente persona y mejor torero, lleva casi treinta años mandando en esto del toro.

Lo de esta tarde en Las Ventas del Espíritu Santo, con su pertinaz viento haciendo honor al nombre del coso, ha sido memorable y para enmarcar; todo aquel chaval que quiera ser torero debe tener la referencia de lo que Ponce ha sido capaz de hacerle a dos toros de muy distinta condición. Al primero, bravo pero metido en tableros, fue capaz de instrumentarle los muletazos mejor acompasados que jamás uno haya visto (temple se llama esa suerte). Pero con empaque, con hondura, con torería plena. Sin olvidar los compases capoteros del inicio que finalizaron con unas chicuelinas llenas de alegría y vistosidad. Sin olvidar sus clásicos pases genuflexos que son un gozo su ejecución como colofón de la faena.

Y con el otro, un salpicado veleto casi cornipaso, la faena fue de dominio absoluto ante un animal que tuvo muchas teclas y que el valenciano de Chiva supo dónde y cómo tocarlas en cada momento. Fue una lucha feroz entre toro y torero, imponiéndose finalmente un auténtico maestro como es Ponce que esta tarde ofreció un master de toreo para quien quiera aprender.

La verdad es que mi artículo de opinión iba a ir dirigido íntegramente al ganadero que esta tarde tomaba antigüedad en la plaza más importante del Mundo: Domingo Hernández. El y su hijo Justo llevan las riendas de esta ganadería y de la de Garcigrande, más veterana en Madrid (1986). Ambos hierros tienen su origen en juanpedro y los animales pastan en tierras salmantinas.

Pues bien, la lidiada esta tarde, bajo mi humilde opinión, es la más completa de las que hasta ahora han desfilado por este San Isidro de tantos altibajos. Porque jamás toros que han sobrepasado los 600 kilos, alguno con 674, han dado tanto juego como los de Domingo Hernández. Se han movido, no se han caído, bravos y encastados como el segundo y tercero (aplaudidos en el arrastre), destacando el importante sexto al que se le pidió la vuelta al ruedo. Corrida de muchas virtudes con un notable alto en su toma de antigüedad.

Pero la pasión torera me pudo y me acordé de mi amigo Gonzalo Santonja y su pasión por Ponce y no he tenido más remedio que decantarme y unirme a esta pareja de catedráticos, uno de Lengua y el otro de HISTORIA ETERNA DEL TOREO, así con mayúsculas.

Enhorabuena a Ponce y a los ganaderos por ofrecernos una tarde tan hermosa de toreo. Viva la Fiesta!!!!