El Alzheimer y la desmemoria nacional
Una de las vivencias que te hacen sentir que el tiempo pasa y que te haces mayor es comprobar cómo aquello que has vivido en primera persona no es conocido por muchos.
Cuando ves cómo tus hijos y sus amigos son ya profesionales o trabajadores que, al no haber vivido lo que tú, no valoran lo que tienen, lo que nos dejamos por el camino o aquellos momentos que para ti siguen vivos y para ellos son aburridas historias de papá.
Me hace gracia cuando algún mozalbete/a se pone campanudo y hace referencia a la etapa franquista, a la transición o a la falta de libertad que padecíamos en el pasado, cuando no sólo hablan de lo desconocido, sino que lo valoran con criterios predefinidos y, en muchas ocasiones, fruto de la manipulación y la tendenciosidad. Al fin y al cabo, cuando hablan del pasado franquista, del que se puede hablar mucho, lo hacen desde la democracia, desde la libertad que fuimos capaces de alcanzar con la grandeza de corazón de unos y otros, desde el haber querido superar esa etapa de nuestra historia sin rencores, sin mirar atrás y, sobre todo, con la voluntad cierta de unir las dos Españas que se forjaron en el pasado.
Cuando tienes claras estas vivencias, y no hablas de algo no vivido, sufres, te apena ver cómo algunos de estos muchachotes, profesores, profesionales, políticos de una u otra formación, hacen bandera de la memoria histórica ensalzando a una u otra España, de una memoria que ellos no tienen, de una historia ya superada por los que la padecieron y, sobre todo, que supone un reabrir heridas que costó mucho cerrar y lo hicieron los que la vivieron; pero, lo más doloroso es que se hace con una intención revanchista, revisionista y con la voluntad de utilizar la historia como arma arrojadiza contra los rojos o contra los azules.
El colmo supone que, precisamente los que reescriben la historia, los que desdeñan la transición, son los mismos que olvidan la sangre derramada por unos terroristas que pretendían torcer el rumbo de la democracia, acabar con la senda que se iniciaba y retorcer los deseos de los españoles para conseguir sus quimeras o provocar la involución.
Es muy triste recordar batallas de hace 80 años para echar en cara al nieto o bisnieto lo que hicieron unos familiares que no conocieron y olvidar las muertes de los demócratas de hace cuatro días, blanqueando la imagen de los asesinos, pactando con ellos, asumiendo que ellos no piden perdón a las víctimas, a las esposas viudas, a los hijos huérfanos, a las madres y padres que vieron morir a sus hijas o hijos, así como a la multitud de tullidos, amputados, disminuidos en sus capacidades por las secuelas y daños producidos en un atentado que sólo quería hacer daño, amedrentar e inculcar el terror en la sociedad que quería vivir en paz y libertad para conseguir ellos su dictadura. Las víctimas precisan de memoria, dignidad y justicia; pero, sobre todo, que sus verdugos no puedan, ni por un segundo, alcanzar sus propósitos y aparecer como corderitos.
¿Cómo es posible que algunos políticos, de uno u otro signo, busquen hacer política con quienes han matado, permitido que maten, amparado, defendido o practicado el terrorismo?, en lugar de exigir su responsabilidad, su arrepentimiento y ofertando igualmente el perdón, el olvido y la superación del dolor, siempre con quienes defienden ideas, planteamientos y posturas políticas sin las manos, el alma o la idea manchada de sangre.
Serás de izquierda, de extrema izquierda, de derecha o extrema derecha, pero sólo podrás defender tus ideas, democráticamente, aceptando la libertad de los demás sin rememorar o desear la dictadura, de Franco o del proletariado, y sin tener sangre o admitir la sangre del adversario, que nunca enemigo, aceptando el marco de juego que nos ofrece la Constitución, que podrá se alterada siempre y únicamente por los medios, sistemas y formas en ella establecida.
Al que no quiere jugar o no respeta el campo de juego, no se le puede permitir “joder el juego a los demás”, pues ese juego es la democracia, tu pan, tu paz, tu casa, tu gente, tu libertad.