Robleño, un santacoloma y entereza de Capea
Seis cuatreños de Pablo Mayoral en la plaza de toros de Cuéllar: hecho inusual y esperado que sólo se da de ciento en viento, porque los astados santacolomeños de aquel recordado ganadero, hoy en manos de sus hijas, llevan años y años lidiándose sobre todo como erales y utreros en novilladas sin y con caballos. Había ganas de verlos, al menos en teoría, porque la verdad irrefutable de los tendidos aconseja poner en duda la entidad de esas ganas, minoritario el encaste y todavía más minoritario el grupo de aficionados en verdad dispuestos a pasar por taquilla cuando el acontecimiento se obra y tres toreros dan el paso delante de acartelarse con ellos.
Seis cuatreños de Pablo Mayoral, decía, y los seis diferentes, cada uno de su padre y de su madre, con sólo uno, el cuarto, llamado Bombonero, el segundo de Fernando Robleño, en el tipo de los santacolomas, lo que a mí al menos me dejó perplejo, ya que casi nunca he visto animales fuera de tipo y hechuras embistiendo como es debido.
Vayamos con ellos: el primero, Listeado, con estampa de torazo, salió apagado y acabó mortecino; el segundo, Churreón, se dejaría las fuerzas en toriles, donde al parecer él y sus hermanos se entregaron a una batalla nocturna sin tregua. Batalla, por cierto, de la que presentaba muchas señales el siguiente: Jalisco, un toro que no pasaba, parado e incierto, males agravados por el quinto, completamente ajeno a las vicisitudes de la lidia, como si aquello no fuera con él, en tanto el sexto se diluyó de inmediato, deparándonos el espectáculo penosísimo de un toro de su estirpe por el suelo. La excepción, como ya he señalado, fue Bombonero, el único de la tarde en santacoloma, excepción celebrada en los tendidos y en el ruedo.
Cómo lo disfrutó Robleño y cómo lo cuidó su cuadrilla, desde el picador y el lidiador a los banderilleros. Toreo de categoría el del diestro madrileño, encajado y roto, que le cogió las distancias, las alturas y el ritmo que el animal exigía para crecerse y crecerse, faena larga que nunca perdió intensidad ni cedió en armonía, con naturales profundos e interminables.
Robleño tomó la alternativa hace la friolera de más de cuatro lustros, concretamente en junio de 2000, y yo llevo tiempo preguntándome por la sinrazón de su encasillamiento en las corridas duras, con las que ciertamente puede, cuando a la vista salta su calidad, una calidad de nuevo y por enésima vez confirmada este último domingo agosteño. A mí juicio el faenón a Bombonero fue de dos orejas y la tarde de tres, ya que sacó a su primero más de lo que tenía y lo mató con solvencia. El presidente sabrá por qué sólo le otorgó una.
El Capea llegó a Cuéllar casi recién bajado del avión que lo trajo de México, a la vuelta de tres corridas, una de ellas en Tijuana, plaza de primera. O sea, antes de abrirse de capa ya había toreado por abajo al jet-lag, uno de los varios síndromes melindrosos que los toreros no pueden permitirse. Se dice pronto: subirse al avión, bajarse del avión, salir para Salamanca, abrazarse con la familia y a por lo que salga por el portón de los sustos. En esta ocasión dos morlacos con muy buena fachada: Churreón, que enseguida perdió las manos, y Botellero, asaltillado y en principio codicioso, aunque pronto se desentendiera del asunto, como si estuviera a otra cosa, ausencia de la que no despertó ni en el momento de la suerte suprema, menudo regalito.
Con una cuadrilla sería y eficaz, en la que sobresale Juan Carlos Porras con las banderillas, El Capea sorteó dos astados enojosos y difíciles, pero no precisamente con las dificultades inherentes a la bravura. El primero resultó un marmolillo, al que el diestro recibió con unas verónicas muy limpias y luego aplicó unos naturales sentidos, en tanto el segundo se mostró olímpicamente desrazado. Porfiando y con oficio, sacó de ambos más de lo que parecía posible. Así pues, el diestro salmantino, sobrepuesto sin inmutarse al jet-lag, toreó con entereza a dos mayorales adversos, lo cual está al alcance de pocos.
Por su parte, y aunque tomara la alternativa en 2009, el soriano Rubén Sanz ha toreado poquísimo, limitado a las plazas de su tierra, y yo lo vi en las de Soria y El Burgo de Osma, en actuaciones poco afortunadas, antes del desastre de la pandemia. Ahora, llevado por Caminero, está sacando la cabeza, pero no sé, a juzgar por la inseguridad que transmitió en Cuéllar quizás uno y otro tengan que plantearse con mucho tiento los pasos a dar.
Un sector -minoritario- del público le pidió la oreja de su segundo toro y el presidente accedió, lo que inevitablemente me obliga a repetirme: el presidente y sus asesores tendrían sus razones para asentir. Pero que nadie se engañe: ni ese trofeo vale lo mismo que el de Robleño ni un palco se prestigia pecando por ambos extremos, el de la cicatería y el despilfarro.