Yolanda Díaz se ha convertido en vedette de la política. Y eso por tres razones: porque la vicepresidenta del Gobierno viste unos modelitos de clase media asentada, bien lejos de la estética comunista de antaño, porque practica una desmedida exposición pública, quitando protagonismo a otros miembros de su Gabinete, y porque sus índices de valoración son superiores a los de sus compañeros de Consejo de Ministros.
No está nada mal en los pocos meses transcurridos desde que Pablo Iglesias la designara candidata electoral de Unidas Podemos. En esos meses, además, se ha alejado de la otra heredera de Iglesias, Ione Belarra, para evidenciar que ella tiene un proyecto propio, al margen del partido.
El suyo, dice, es un proyecto “transversal”, alejado del de su mentor, ya que ella, repite, no quiere estar a la izquierda del PSOE. Esa pretensión es fácil de explicar ya que esos votos los tiene porque sí, porque ¿dónde van a ir si no? Y ahora quiere pescar en el caladero socialdemócrata, de ahí la presunta transversalidad. Para mayor imagen de moderación, todavía, acaba de afirmar que ella advirtió al Gobierno contra la manifestación feminista del 8-M, por el riesgo de contagio del coronavirus.
¡Yolanda Díaz, la izquierda-centrista!
Este giro político contra natura me recuerda al de Albert Rivera con Ciudadanos, cuando, convencido de que podría sobrepasar al PP, pretendió ganar votos por la derecha y acabó perdiéndolos por la izquierda. Pues Yolanda Díaz se encuentra en esa misma tesitura: querer arrebatar votos socialdemócratas para superar al PSOE y acabar perdiéndolos a uno y otro lado del espectro político por no convencer a ninguno de ellos.
No hay que olvidar que Díaz es miembro del Partido Comunista y que no hace mucho tiempo decía en público que los comunistas han estado siempre en el lado correcto de la Historia. Y, por mucho contorsionismo político que haga, un comunista, aunque se vista de seda, en comunista se queda y no hay sedicente transversalidad que valga.