La historia la hacen los historiadores. De toda historia se pueden sacar siempre unas conclusiones. La sola sucesión de acontecimientos carece de sentido si no se acierta a la hora de interpretar su significado. Los hechos son producto de circunstancias singulares, pero los trazos básicos del acontecer histórico, los que condicionan más decisivamente la vida de la sociedad, aparecen con reiteración en distintas épocas, y ofrecen un criterio seguro para valorar lo sucedido en el pasado, y deducir enseñanzas para el presente.
La historia de España pone de relieve tres defectos básicos, los cuales una y otra vez han marcado el sentido de nuestra convivencia: la debilidad del Estado, el desequilibrio social y la falta de instrucción popular. Estas tres graves deficiencias no han dejado de estar presentes durante siglos pero no se las han dejado tan a la deriva como ahora. Vivimos en la sociedad del todo vale y ya se pagará y no es así.
Apenas durante un corto espacio de tiempo hemos tenido en España un Estado capaz de defender los intereses del conjunto del país frente a las amenazas exteriores o la corrupción interna. En cuanto a los desniveles económicos parece que se han ido amortiguando durante el último siglo dejando de ser causa de insolidaridad social y agresividad fraticida. Pero el futuro no es nada halagüeño.
Los tiempos actuales a nuestro pesar han hecho que el gobierno de los países de la UE, de la que formamos parte, han decidido conducir al ciudadano europeo a un suicidio colectivo o a una senda hacia lo desconocido. Un suicidio económico, industrial, energético, demográfico, cultural, religioso, educativo, alimentario, incluso ecológico. Quieren que acabemos comiendo alimentos sintéticos, comerás insectos, te ducharás con agua fría, pondrás la lavadora a las tres de la mañana, la calefacción a 17 grados, irás en bicicleta, no tendrás familia, te atenderá el médico por teléfono, no tendrás dinero efectivo, vivirás sin propiedad en un zulo vivienda, fluirás de género, no tendrás nada y serás feliz.
Por otro lado la educación ha logrado situarse en cotas altas pero no se ha logrado del todo ofrecer escuela y cultivo espiritual a las nuevas generaciones. El profesor es la figura clave aunque paradójicamente se tiende a marginarlo. No tiene el reconocimiento social ni económico que le corresponde. Incluso en la pandemia se le ha marginado y no se ha pensado en su seguridad ni exposición. Si de verdad queremos avanzar es necesario que los mejores se dediquen a la educación. El tú a tú, usted a usted, es la espina dorsal del sistema educativo. Es una de las profesiones más nobles, a la altura del ministerio religioso por la responsabilidad que uno tiene en la forja de la personalidad de sus alumnos. El estudio de las humanidades y de la filosofía no nos hace mejores pero crea el contexto propicio para crecer como personas y ciudadanos el día de mañana. Una auténtica educación tiene un efecto liberador para los estudiantes además de aprender a usar la libertad. La actual espiral de decadencia educativa en la que nos han sumergido se caracteriza por la atrofia de las tres capacidades básicas que todo sistema educativa ha de cultivar como es el leer con profundidad, escribir con rigor y argumentar de modo convincente.
La voz de una historia tejida de carencias fundamentales se hace escuchar siempre con patetismo. De estas deficiencias, la primera que hay que rectificar es la debilidad del Estado, por su incapacidad secular de traer la paz y el progreso de la sociedad. Entre otras cosas por una falta de autoestima cultural fruto de una leyenda negra impuesta desde el exterior por los enemigos de una nación que fue y ha sido la más grande de todo los tiempos en todos los aspectos, tanto geográficamente, culturalmente, y científicamente. Sin España el mundo no sería como es ahora. La historia de todas las naciones del planeta forman parte de la historia de nuestro país.
Sin embargo, el ejercicio pleno de la función integradora de la sociedad a que responde la existencia del Estado es básica para la España de hoy. Sin un Estado más fuerte y seguro de sí mismo, no podemos progresar pues los recursos se nos van cada vez más por la patilla. No se trata de crear un Estado con más competencias materiales o intervenciones económicas, sino un Estado más eficaz, mejor asentado en la sociedad, que no olvida su historia y su lugar en el mundo, y más capaz de impulsar iniciativas. Un Estado arbitro de las comunidades autónomas en las que se deben disfrutar los mismos derechos y deberes, sin fronteras administrativas. Un Estado que defienda su lengua oficial sin cobardía. Un Estado que sea capaz de ser el faro, y la fortaleza de los ciudadanos que no deben sentirse discriminados por el lugar geográfico donde viven, y sentirse defendidos en todos sus derechos, de cualquier tipo, frente a cualquier tipo de agresión interna o externa.
El problema migratorio, cada vez más alarmante, está poniendo cada vez más en tela de juicio la equiparación entre los ciudadanos nacidos aquí y los que llegan. Pues no son individuos con los mismos valores culturales y religiosos, sino todo lo contrario. El trabajo de la integración no es baladí, en un país donde la pobreza y el paro no escasea, y la falta de gestión política frente al envejecimiento de la población es patente. La falta de una coherente política migratoria llegará a generar problemas, y genera, de todo tipo en un corto plazo, pues todo choque genera violencia.
Otros países europeos de nuestra misma órbita cultural cuentan con Estados nacionales robustos, y eficientes, compenetrados con sus respectivas sociedades, a cuyos intereses interiores y exteriores suelen servir con acierto. Estos Estados tienen a su cargo, junto a las funciones tradicionales, otras que obedecen al nuevo signo de los tiempos, pero no asfixian la espontaneidad y evolución de la sociedad, ni se convierten en parasitarios de ella. Tanto el Gobierno central como los autonómicos parecen que tan sólo están pendientes de su política económica, que se reduce a la recaudación de tributos a los ciudadanos y a las empresas.
Cuando un delincuente tiene más derechos que un policía, un okupa más que un propietario, un mantero más que un autónomo, un detenido más que una persona honrada, cuando una minoría de trastornados quiere imponer o blanquear sus costumbres, etc..., te das cuenta que han destrozado y hundido a tu país. Toca también saber enfrentarse al NOM si no queremos perder nuestra identidad. El NOM no es una cuestión económica sino un proyecto de dominio o influencia mundial que no apunta formas ni progreso. La guerra de Ucrania lo está poniendo en entre dicho y está claro que de ella van a salir nuevos polos de influencia. De donde nos posicionemos saldremos de nuevo en la carrera de la supervivencia y de nuestra vida.
En un Estado avanzado la red del gobierno funciona sin bloqueos internos e incide en la vida social con iniciativas, estímulos y prestaciones. Un Estado así, que sepa reducir los excesos de poder interior y exterior, afirmar la justicia social, y asegurar la continuidad cultural de la sociedad que lo sostiene, es el Estado que debemos reclamar para España al margen de lo que nos quieran imponer desde el exterior. Un Estado que sepa portar con orgullo su bandera, además de defenderla.