Hay muy pocos toreros de leyenda en la historia del toreo: Joselito, Belmonte, Manolete y, quizá algún otro, como Antonio Ordóñez. Pero ¿Quién de los actuales será así considerado? Pues, a mí juicio, viendo lo que se está viendo, únicamente hay uno que pueda considerarse no solo como figura, que de estos hay varios, sino como una leyenda de la que se hablará de generación en generación y este es Morante de la Puebla.
Se dirá que esta calificación es exagerada, e incluso prematura y puede que tengan razón los que lo afirmen, ya que lo legendario se crea con los años, muchos, y estos aún están por llegar, pero los cimientos de la narración que luego se cuenta y muchas veces se engrandece y también se deforma, va camino de ello.
He visto torear a Morante en plazas que van desde las efímeras, como la del Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo, hasta la primera y más importante, como es la de Las Ventas de Madrid, y en muchas más y, en todas ellas, Morante ha estado hecho un genio del toreo lleno de valor y arte.
Se dirá, también, que tiene un rival en esta consideración legendaria muy destacado, como es José Tomás. Sin embargo, mientras este torea una, ninguna o a lo sumo dos corridas en la temporada, Morante pasa de las cien, como este año, arrimándose y arriesgando como un verdadero jabato.
Y no solo es por la cantidad, los récords creo que los tienen Jesulín y El Cordobés, este último santo y seña de una época de nuestro país. Recuerdo que en el Paris de los sesenta me decían los jóvenes franceses que ellos conocían a España por tres personajes: Franco, Picasso y El Cordobés.
Pues bien, ahora y en años sucesivos, se hablará sin duda de los citados dos toreros: José Tomás y Morante, y yo me inclino por este último, y también por aquello que dijo García Lorca de Ignacio Sánchez Mejías, igualmente legendario: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen…”. Ojalá las mías nunca tengan que gemir y veamos mucho tiempo a Morante deslumbrarnos en los ruedos.