Una semana como en la que nos encontramos, Semana Santa, deja poco margen a la especulación del ciudadano que, en ese ejercicio de contemplación del mundo que le rodea, se afana en verlo desde su balcón. Generalmente dos puntos de reflexión aparecen ante cada uno de nosotros en estas fechas: la vivencia religiosa de la Semana Santa o la vivencia vacacional de ella, sin despreciar la sana combinación de ambas.
Al igual que en la Semana de Pasión, en el devenir de la vida, todo comienza con los momentos de alabanzas, palmas y vítores para recibir a los que vienen como 'mesías'. El hombre, que es un ser de novedades, se aferra, probablemente por sus deficiencias personales, a todo aquel que le reporta felicidad, poder, beneficios y se presenta como un salvador. Una liberación deseada se ve recompensada por el anuncio de la llegada del libertador y convierte al ser humano en un ferviente seguidor del líder, máxime cuando hay una 'masa' que le arropa y le dirige en su entrega. Este es un habitual comportamiento en muchas de nuestras manifestaciones.
Sin embargo, el hombre no suele ser un ser de adhesiones incondicionales para siempre, sobre todo si la masa le envuelve. Por eso no pasa mucho tiempo para denostar a quien le ha robado su interés, cuando en ese proceso de adhesión le exige un poco más, una renuncia, una entrega. El Jueves Santo es el ejemplo. Una mesa compartida, una celebración con pan, vino y mantel es la ocasión para proponer a los seguidores un paso más, reflejado en la renuncia personal de un hombre que se humilla hasta lavar los pies y la exigencia de amar a todos. Gestos como estos despiertan sospechas, por contradictorios, con la imagen que generalmente tenemos de los líderes, los poderosos, los que mandan. Eso no nos convence; nos extraña e inmediatamente nos aparecen las reticencias, los murmullos y entre la gente se escucha decir ¿qué querrá este de nosotros? Y empiezan los abandonos, las huidas o desplantes hasta llegar a la persecución, la traición y la entrega por veinte monedas. Se abandona al justo y se cambia de líder dejándonos conducir por fariseos que saben vender su producto, aunque tengan que engañar, mentir, comprar voluntades, prometer lo imposible a sabiendas de que es inalcanzable. No les importa el hombre, lo que importa es conseguir sus objetivos. Ingenuos de nosotros nos vamos con ellos y abandonamos al limpio de corazón, al que ofrece amor desinteresado. Es la vida misma la que se refleja en estos días de 'Pasión'. Y lejos de quedarnos contentos con los que nos engañan, nos incitan a 'matar', a hacer desaparecer al oponente. No le quieren. Ni que compita con ellos en la búsqueda de un mundo mejor, porque saben que saldrían perdiendo. Ellos no ofrecen 'lo mejor', ofrecen lo que les conviene y nadie puede interferir en sus intereses. Mueven a la masa para que, 'todos a una', griten una y otra vez, ¡“crucifícalo”!, ¡“crucifícalo”!
Difaman, se burlan de él, le menosprecian y le 'crucifican'. Pero son tan cobardes que ni ellos se manchan las manos y encargan a otros hacer el trabajo sucio. Son los líderes de lo público en general (políticos y no políticos) los que protagonizan este objetivo. Y cuando se consigue, nadie se siente responsable. Todos miran para otro lado y echan la culpa a los demás. No se conforman con negar al que seguían, sino que le abandonan y desaparecen para no tener responsabilidades.
La semana de Pasión no solo es el recuerdo vivencial de un hecho histórico y religioso que marcó el devenir de la humanidad. No es sólo la conmemoración religiosa de la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sino que es también, a modo de pantalla gigante, un reflejo de la condición del ser humano. Somos como los que vivieron aquellos acontecimientos. Seguidores 'hooligans' al principio, críticos exaltados a la primera de cambio, manipulados por la masa y aborregados por los ideólogos de la farsa.
Subimos a la 'cruz' a cualquiera que pueda sobresalir, máxime si nos pide un compromiso de vida o una entrega desinteresada. Los fariseos nos incitan a desconfiar de él, porque no entienden que se pueda actuar con generosidad, sin conseguir prebendas, sueldos o cargos bien remunerados. Y una vez cumplido el trabajo, desaparecido de la circulación, es enterrado, sepultado tras una losa y olvidado.
Sólo unos pocos seguirán confiando en él y, aunque “resucite” o vuelva a la luz, de una u otra forma volverán a denostarle, perseguirle, porque es incómodo para los intereses de los poderosos que mueven los hilos de la masa. El tiempo, los hechos, las acciones, los ejemplos de vida, pondrá a cada uno en su sitio.