“Estudia para poder presentarte en cualquier sitio”, le repetía su madre a Gregorio Luri. En ese apunte maternal se sintetiza, para Luri, la más propicia de las definiciones sobre educación: aquello que nos posibilita un “saber estar”, en muy distintos ámbitos y en muy distintos tiempos, para desenvolver en cada caso la actitud adecuada. Por ejemplo, desde luego, “sin servilismos ante el poderoso y sin prepotencia frente a los débiles”.
Escucho estas sensatas cosas cuando asisto a un coloquio sobre educación en el que participa Luri junto a Carmen Iglesias, y que modera Fernando Savater. Tres referentes sobre los que no hará falta detallar currículos. Tres referentes que representan la antítesis de ese triste adanismo que tanto aflora en nuestra esfera pública.
Hace unos días, sin ir más lejos, la ministra de Educación dijo que acumular contenidos “ya no sirve”, porque la Inteligencia Artificial “es una realidad”. Una explicación humorística, que remató con esos habituales muletazos de incentivar “el pensamiento crítico y reflexivo”. Fantástico. ¿Se puede lograr tal propósito desde la tabla rasa? Si nada se tiene en la cabeza, ¿de dónde brotarán esas ideas tan críticas y reflexivas? Ay.
Viene siendo un lugar común la insistencia en que nada hay que aprender, porque todo está en internet… o porque la IA es un inminente bálsamo de Fierabrás. Ante tópicos de ese estilo, subrayaba Savater que “no hay forma de ordenar una habitación vacía: lo mismo pasa con los cerebros”. Y añadía Luri que precisamente porque en la red hay muchos datos, y de muy distinta naturaleza y de muy diferente valía, necesitamos “criterio” para cribarlos, contextualizarlos, digerirlos… Criterio para discernir. Ese criterio es el que nunca llega envuelto en papel de regalo, a golpe de espontáneo clic. Ese criterio es el que se trabaja. Ese criterio es el que se forja de manera paulatina, y que el alumnado podrá ir conquistando con la ayuda de buenos maestros.
Carmen Iglesias lamentó que “nos ha faltado educación cívica”; y reivindicó que al profesorado no se le retire la posibilidad de alcanzar “autoritas”. Ya saben: la autoritas implica una confianza, un liderazgo, un prestigio, que se ganan a pulso mediante el conocimiento y la ejemplaridad; y difiere de la “potestas”, el mero poder que va asociado a tal o cual cargo.
“La educación es la lucha contra la fatalidad social”, recordaba Savater. Ese instrumento para que quienes se criaron en un entorno más desfavorecido (desde el punto de vista económico y/o desde el punto de vista cultural) puedan salir de ahí, puedan romper el presagio al que invite la cuna. Una escuela que no sea solvente, “de qué les sirve a los niños pobres”, se preguntaba Luri a ese respecto.
Por eso me da rabia que a buena parte de nuestros dirigentes se les llene la boca con su pretendido compromiso social, mientras asisten con indolencia o complicidad a determinados deterioros educativos. Deterioros que causarán mayor daño a la ciudadanía más humilde; a la infancia y a la juventud de menos recursos (los entornos económica y culturalmente ricos encontrarán con facilidad alternativas).
Termino. Casi nadie se muestra contrario a la Educación. Sin embargo, es palpable que casi todos entienden por ella algo diferente. Los sucesivos cambios legislativos en materia educativa (según gobiernen unos, otros o los de más allá) ilustran tanto la coincidencia a la hora de valorar el significante, como la disparidad al contemplar su significado. Y esos vaivenes normativos evidencian también un fracaso colectivo. Si ni siquiera en este terreno somos capaces de un mínimo pacto de Estado que otorgue cierta continuidad al proyecto educativo; si ni siquiera en este terreno somos capaces de apartarnos del sesgo y el bucle partidista… pues eso: la derrota como nación será patente.