El deporte escolar se está enturbiando poco a poco. Cada vez es más desagradable ir a ver un partido de cualquier deporte. Los padres y las madres se han convertido en árbitros, entrenadores e incluso capitanes de los equipos donde juegan sus hijos.
Tienen una habilidad pasmosa para ser totalmente imparciales y a la vez tener en su mente un esquema claro de cómo afrontar el partido y llegar a la victoria.
Sí, ese anhelado triunfo, pero acompañado también de que su hijo o hija juegue el máximo número de minutos posibles, o marque todos los tantos que pueda para ser el “pichichi” del equipo.
Pero esta actitud ¿a qué obedece? Los expertos dicen que suelen ser frustraciones personales que tienen los adultos y las proyectan sobre los niños. Puede ser resultado de una vocación frustrada en el mundo del deporte que trata de resarcir con su retoño, de una adolescencia anodina y vacía que intenta revivir viendo los triunfos que tienen sus vástagos o cualquier otro problema personal que le oprime y saca su rabia soltando improperios a diestro y siniestro y avergonzando a todos los que le rodean.
Sí señor, si usted es un hooligan, tiene que saber varias cosas:
- Gran parte de las personas que están a su alrededor están pasando vergüenza ajena cuando increpa una decisión arbitral o grita a los cuatro vientos qué mal está haciendo su trabajo el entrenador de su hijo.
-Su hijo no está disfrutando el partido, lo está pasando realmente mal al ver a su padre con esa actitud. Es más, va a jugar peor y va a estar deseando que acabe lo antes posible para ir con la cabeza agachada a casa. Puede que incluso gracias a ello deje de jugar a ese deporte, que por otro lado le gustaba mucho.
-Usted sin darse cuenta está convirtiendo a su hijo en otro hooligan, en un futuro él actuará de la misma forma con sus propios hijos, haciéndoles sentir exactamente igual.
-Está educando a estos chicos en el odio, la competitividad y la violencia, dejando a un lado el rigor, la deportividad y el juego limpio.
Si usted que está leyendo esto se siente identificado con algunos de estos puntos y se da cuenta de que está actuando mal, no se preocupe, aún estamos a tiempo.
Vuelva al campo el próximo día con su hijo y apóyele desde la grada, alabando sus aciertos y sin criticar sus errores. Sonríale, haga que se dé cuenta de que le apoya y quiere, juegue como juegue, consiga que esté cómodo jugando y disfrute del partido.
Él lo pasará bien, que al final es lo que se persigue en este caso. Además, creará un vínculo con él que no se puede romper, porque su hijo se dará cuenta de que ahí está su padre con una sonrisa, en las buenas y en las malas, con sus virtudes y sus defectos y que haga lo que haga siempre le estará mirando desde la grada con una sonrisa, los ojos llorosos de felicidad y pensando: ¡Ese es mi hijo!¡Sí señor!