Últimamente, en el mundo político y en el periodístico, se está usando mucho el término “relato”, entendido como la manera de interpretar los hechos, que responde a una narración uniforme, escrita por los líderes y sus secuaces, que es repetido borreguilmente por sus seguidores y que tiene como finalidad contar una realidad según les interese. Ya no hay noticias, hay relatos.
Efectivamente, el concepto definido por la Real Academia en su primera acepción deja de tener sentido. Ya no es el “conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho”, sino que todos nos vamos a su tercera acepción que dice: “Reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología o de un movimiento político”.
Es decir, ya de primeras eliminamos lo fundamental en la narración de los hechos: el conocimiento. No interesa contrastar si lo que se narra corresponde a la realidad, lo que interesa es la interpretación que se da. Se “reconstruyen” los hechos y se “interpretan” con la única finalidad de que lo ocurrido o narrado les beneficie. Lo único que perdura es que se presenta como una narración estructurada que facilita la comprensión de este.
Sus creadores, magos del ilusionismo hipnótico, saben perfectamente lo importante que es hacer una buena narración, una narración estructurada, para que el lector u oyente lo asimile con tal facilidad que no sospeche del engaño. Sus creadores son hábiles prestidigitadores y sabios ilusionistas que nos embaucan sin darnos cuenta.
Son expertos en reinterpretar la realidad y mostrar al que lo lee o escucha aquello que más les interese, sea verdad o mentira, embelleciéndolo con recursos estilísticos y saltándose las mínimas reglas de moralidad y decoro.
En eso estamos en estos momentos. Depende de quien presente la noticia, así es el relato de esta. Es cierto que, como para hacerlo interesadamente, las barreras de lo ético y el prestigio personal se vulneran, hay agentes o narradores más perspicaces capaces de llegar lo más lejos posible con tal de convencer de lo contrario a lo acontecido.
Una de las cosas más comunes en estos “brujos” es que lo que hoy es de una forma, mañana es de otra. Si hoy pienso una cosa, mañana su contraria, todo por el beneficio personal. No les importa “cambiar de opinión” porque no la tienen. Para tener una opinión recta, segura, coherente sobre las cosas que se hacen o se pueden hacer, sobre lo que se piensa y lo que se debe pensar, es necesario que previamente la inteligencia personal esté despierta y que el resto de las facultades del hombre, memoria y voluntad, se tengan en perfecto “estado de revista”.
Todo ello permite llegar al conocimiento de la realidad sin distorsiones manifiestas que generalmente son debidas a un elemento necesario a cualquier percepción: la rigidez personal por no desfigurarla. Parece que con lo afirmado se debe concluir que todas esas personas que servilmente y con descaro desfiguran esta realidad y la cuentan para su beneficio personal, carecen de inteligencia.
Y si la inteligencia es la capacidad que tiene el hombre de comprender la realidad y resolver problemas que se nos van planteando, estos inventores del relato carecen de la misma, porque ni entienden ni la comprenden, la confunden y, además, lo único que hacen es crear problemas en lugar de resolverlos.
Y en esas estamos en este país: en manos de los relatores. Y nos comemos crónicas periodísticas explicándonos el mundo; nos embobamos ante sesudos comentaristas desvelándonos la realidad que les interesa; escuchamos explicaciones ministeriales de estos sabios de la falsedad….
El ciudadano es culpable de que esto exista porque si fuéramos lo suficientemente inquietos trabajaríamos para desvelar nosotros mismos el mundo en vez de entregarnos en manos de los avispados inmorales.
Por eso, para que no nos engañen, a trabajar en este “des-velamiento”, que no es otra cosa que rasgar el velo con el que nos tapan nuestra percepción.