Hemos invertido mucho tiempo, energía y por qué no decirlo dinero en la educación de nuestro hijo. Desde siempre teníamos claro una cosa: Iba a triunfar en la vida. Lo que no pudimos hacer nosotros, lo va a hacer nuestro retoño.
Primero pensamos en que fuese deportista de élite. Empezamos pronto, pero sin prisa, probamos con diferentes deportes desde pequeñito. Probó el futbol, baloncesto, tenis y pádel. Algunos sí le gustaron, pero no destacaba en ninguno de ellos, así que mi mujer y yo decidimos ahorrarnos el dinero de esas actividades porque, aunque las disfrutase, no iba a ser ni Pau Gasol ni Cristiano Ronaldo o Nadal. Y como cualquiera comprenderá, si con siete años no has destacado, olvídate.
Total, que empezamos a probar con otro tipo de actividades extraescolares.
La música descartada. Estuve buscando en internet y los grandes de la música habían empezado desde muy jóvenes. Total, que otro disgusto. No nos dimos cuenta a tiempo y ahí no estuvimos nada finos. Porque teníamos a Alfonsito con tres años jugando con muñecos en vez de tocar poco a poco el piano o la flauta travesera. No nos lo perdonaremos nunca.
Estábamos desesperados, ya siete añazos y sin un futuro claro. Mi matrimonio pendía de un hilo, los ansiolíticos circulaban en casa como caramelos en la puerta de un colegio. Los días eran semanas y las semanas, meses. Después de que nuestro niño cumpliese los ocho años, y por recomendación de nuestro psiquiatra, le apuntamos a robótica y a ajedrez.
¡Vaya desastre más grande! El niño no estaba por la labor, estaba cansado y desmotivado. Después de todo el esfuerzo que habíamos hecho y se planta diciendo que de ninguna manera. Que él quería estar en casa con la tablet viendo vídeos de TikTok. Eso nos dio una gran idea, igual podría ser Tiktoker o joven influencer. Nos pusimos con ello. Nuestra casa se convirtió en un plató de televisión improvisado. Tanto mi esposa como yo hacíamos de cámara, de ayudante de sonido, de estilista o de maquillador.
Decidimos darnos un plazo de 12 meses para conseguir nuestra meta, que Alfon fuese famoso y empezase a codearse con los más grandes del mundillo. Al año, nuestro niño tenía tan solo 5000 seguidores en TikTok, cero contratos publicitarios y un cansancio extremo que estaba pasando factura en su rendimiento escolar. Y por ahí sí que no. Porque esa era nuestra última baza: su futuro académico.
A las puertas de la ESO, nuestro niño no iba mal, pero tampoco sus notas eran excelentes. Eso nos atormentaba de forma extrema. Finalmente, acabamos desistiendo, nuestro hijo hizo la ESO y bachillerato con una media de notable. No era mala pero tampoco era lo suficientemente buena para que algunas universidades de prestigio quisieran que cursase estudios con ellos.
Nosotros lo intentamos, hicimos varias llamadas y mandamos algunas cartas de recomendación, pero no obtuvimos respuesta alguna. El día que teníamos que entregar la documentación para elegir carrera, mi casa era un velatorio.
Mi mujer llorando por las esquinas, mi hijo con ansiedad, yo había perdido el poco pelo que me quedaba después de la etapa del TikTok. Y de repente la bombilla se nos iluminó.
Gracias a Dios apareció la gran idea. Esa que le haría triunfar y destacar en la vida.
Decidimos, mi mujer y yo, por unanimidad, que nuestro hijo sería ministro. Con lo cual le matriculamos en derecho, le afiliamos a las juventudes de varios partidos políticos de forma aleatoria y comenzó a meter el morro en el ayuntamiento del pueblo como concejal de fiestas.
Con eso, algunos contactos y llamadas y que se dejara ver en algunos actos institucionales ya lo tendría hecho. Será ministro, y no cualquiera, uno de los mejores de la historia. Espérate que no llegue a ser presidente del gobierno. ¡Ahí lo dejo!