La puerta de uno de los negocios más emblemáticos de la calle de El Riego de Zamora está hoy tristemente cerrada. El viernes, la panadería Transi se despidió apresuradamente de los vecinos y clientes que durante tantos años han permanecido fieles al aroma de su pan reciente, llegado de todos los rincones de la provincia; a sus empanadas caseras y de originales sabores, y a la infinidad de dulces que hacían caer en la tentación hasta al menos goloso.
El viernes, Transi Martín, su propietaria, tomaba la dura decisión de cerrar el negocio que inició siendo una veinteañera, hace ya 35 años, primero en el Mercado de Abastos, el mismo que ahora el Ayuntamiento de Zamora reforma para darle una nueva vida.
Después, en la calle del Riego, la que fuera hace décadas la calle más comercial de la ciudad, a medio camino entre Santa Clara y San Torcuato y la Puerta de la Feria, uno de los epicentros de actividad de Zamora.
En la esquina con la calle Toral, en un coqueto rincón de un puñado de metros cuadrados, el Museo del Pan y los Dulces de Transi ha sido testigo de la apertura y del cierre de muchos comercios en esta calle. Con la pérdida de actividad del comercio tradicional en Zamora, quienes aún tienen la trapa levantada luchan a diario para combatir una inercia que desplaza a las grandes superficies y las franquicias las tendencias de compra, más despersonalizadas e industriales.
Transi es una de estas comerciantes, que apostó por lo artesano y la cercanía con el cliente, por abrir durante jornadas interminables y festivos para no dejar ninguna mesa sin su hogaza o barra de pan; por adaptar la oferta de sus vitrinas a las apetencias del momento según la época del año: garrapiñadas y aceitadas en Semana Santa; buñuelos de viento en los Santos; hornazo y empanadas en tiempo de romerías… En el lateral de la tienda, una frase lapidaria y sorprendente: “La única verdad es el amor”, y su retrato risueño sosteniendo una sombrilla rodeada de magdalenas, palmeritas de chocolate y hojaldres.
A finales del mes de octubre, Transi tomó una dura decisión: abandonar su amado Museo del Pan y traspasar el negocio, superada por las cada vez más exigentes e inflexibles condiciones de los autónomos, que impiden llevar una vida digna acorde con el ingente esfuerzo que dedican.
En este país deberíamos hacernos mirar el maltrato que sistemáticamente se inflige al empresario-trabajador autónomo, presuponiéndoles beneficios que no son, privándole de los derechos laborales de los que sí disfrutan los empleados por cuenta ajena, y equiparándoles en buena medida a las grandes empresas que sí obtienen importantes beneficios y que, proporcionalmente, pagan menos impuestos.
Olvidamos que los autónomos son el motor de nuestras economías locales, que muchos consiguen no solo autoemplearse, sino dar trabajo a otros, que no es poco; que no cobran prestaciones, ni paro, y apenas causan bajas laborales.
Y hoy no puedo evitar pensar que no fuimos lo bastante golosos; que no fuimos lo bastante constantes para corresponder la perseverancia de Transi y de tantos pequeños negocios que abren llueva o truene sin faltar a la cita diaria; no fuimos lo bastante generosos para pagar solo esos céntimos de más a cambio de esa calidad extra que se queda en el bolsillo de nuestras gentes, y de evitar que poco a poco seamos un poco más pobres, en riqueza y en empleo.
Hoy, lunes, Transi está de nuevo al pie del cañón, porque ella es una trabajadora nata, pero ya lejos de su panadería y de la calle del Riego. Su esfuerzo, alegría y buen humor es un activo que, afortunadamente, no depende de la cuenta de resultados. Buena suerte, Transi.