Todo el mundo apretado, como si al acabarse el año se acabase también el espacio y todas las ciudades, a estas alturas del calendario, pareciese que encogen por el frío y que la gente se arrima para evitarlo. La Calle Santiago –por la tarde– está más concurrida que Sevilla, con este traje de luces que le han hecho que es más propio de una Feria de Abril que de Navidad. Suenan villancicos a un volumen generoso y venden chocolate y churros cuando pega más el rebujito que calienta lo mismo bebiendo la mitad.
Están todas las capitales de provincia iluminadas como para que no se sientan solos los astronautas de la Estación Espacial Internacional. Hasta que no se apagan las luces de Vigo de madrugada nadie puede cerrar los ojos a lo largo de la galaxia. Es imposible que encuentren vida en otros planetas porque toda se concentra en las calles españolas desde que encienden las luces hasta que termina la Navidad, como si aparte de bajar del alfoz de las ciudades al centro, viniesen de más lejos, de Saturno y de la constelación de Ofiuco, como El Almendro: “por Navidad”.
Para dar un paseo por la calle estos días uno se mete las manos en los bolsillos, porque entre tanto empujón y tropiezo tiene constantemente la sensación de que, como se despiste, vuelve a casa sin un riñón. Nunca me han robado, ahora que lo pienso. Únicamente lo intentaron una vez. Acababa de empezar la universidad y un crío escuálido me pidió el teléfono a punta de navaja y no le hizo gracia cuando le aseguré que, aunque no lo parezca, "soy tímido y no salgo con cualquiera”. Me libré del disgusto porque aparecieron dos amigos por el fondo y él estaba sólo, como todos los cobardes.
De aquello hace años y no he vuelto a tener más sobresaltos. Valladolid, que es una ciudad tranquila, como sacada de un libro de Proust. Cuando amaneces con titulares de una pelea en una discoteca, por mucho que la frecuentaras en otra vida, parece que hablan de otra ciudad. Aquí no pasan esas cosas hasta que pasan.
A mis nuevos amigos, Javier y Carmen, ayer les robaron sin que se enteraran. Dicen que se les acercó una chica a contarles una película, “muy mona, bajita, maquillada, con buena pinta”. Aseguran que llegó muy alterada, diciendo que les conocía, que era hija de Fulana “y que no sabes lo que me ha pasado" y que se le acercaba mucho y la manoseaba a ella como un italiano en celo a la tres de la mañana. Que la habían intentado violar dos negros, que no es un guión escrito precisamente por Hitchcock. Carmen llevaba guantes y un abrigo de esos de señora bien que abriga más incluso que un consomé y está blindado como una armadura medieval. Y con todo, cuando llegó a casa se dio cuenta de que le habían volado el reloj.
Hay que joderse con los carteristas de Chamartín, que decían en los cincuenta con mala leche los madrileños que los mejores eran los de Valladolid. Y resulta que va a ser verdad. ¡Tengan cuidado que estos cabrones, en vez de pedir el aguinaldo, como Hacienda, primero se lo cobran y después reclame usted a quien corresponda!