Vivencias de toros en nuestros pueblos en fiestas: Briviesca y Cantalpino
Ya estamos en Cantalpino y por la terraza del bar, donde nos acariciaba una brisa fresquita, empezaron a desfilar las gentes del pueblo camino de la plaza de toros. Se anuncia un festival sin caballos para cuatro diestros salmantinos; tres matadores de toros: Perico Capea, Damián Castaño y el recién alternativado, Alejandro Marcos. Y como es preceptivo también se anuncia un novillero de la Escuela de Salamanca: Rubén Blázquez; un espigado mozo que tiene buenas formas pero tiene que practicar mucho más con la espada.
El ambiente es festivo como no puede ser de otra manera. Algunos peñistas con chillonas camisetas y su logo a la espalda –creo recordar de la peña El Pino- se ubican al lado de nosotros. Me refiero a María Antonia y a un servidor, ya que Gonzalo Santonja se nos fue al callejón para acompañar a Perico Capea. En tono jocoso lo convertimos en apoderado del diestro dinástico cuando fuimos a saludarlo antes del paseíllo.
Mucho personal mayor en los tendidos -como toda la vida-, parejas jóvenes con sus niños y bastante gente joven e infantil. Al fondo, junto a la presidencia, una charanga llena el aire de pasodobles toreros. Si la plaza de toros portátil de Cantalpino hace unas 2.500 localidades, al menos había casi tres cuartos de su aforo, por lo que deducimos que fueron a los toros esa tarde todo el pueblo, más los que llegan de otras latitudes para convivir las fiestas con los suyos, más gente de Salamanca por la cercanía, etc.
En el caso de los que emigraron en la década de los 60, que fueron muchos, hemos de reseñar que detrás de nuestra fila había una familia compuesta por la abuela, la madre y dos hijos; un jovenzuelo de unos 14 años y otro que aparentaba unos 8-9 años.
Por la conversación residían en Zaráuz (San Sebastián) y, a pesar de no entender absolutamente nada de lo que pasaba en el ruedo (por las preguntas que nos hacían), los chicos disfrutaron yendo de un lado para otro hasta que consiguieron dos rabos y dos orejas ofrecidas por los toreros tras la vuelta de rigor. Yo me atreví a darle a la madre una receta para las orejas, mientras que el hijo mayor exclamó: “ama, cenamos rabo de toro”!!!! Quedaron inmortalizados con la foto que les hice y que luego les enviaré por wassap junto a la crónica.
Como esta familia muchos son los que fueron a los toros porque lo habían vivido desde pequeñitos y es una forma de entender y mantener la tradición secular. Lo comentábamos al inicio de la primera crónica y era el motivo principal de esta serie. Está claro que la tradición de los toros en los pueblos no se pierde fácilmente. Además se viven con más intensidad y entusiasmo.
El ledesmino José Ignacio Cascón es el empresario que había montado el festival de Cantalpino, además de otra serie de espectáculos de tipo popular. En otros cosos de más enjundia es el asesor y organizador de las ferias, con la colaboración total y absoluta de los ayuntamientos (Ledesma. Guijuelo, Béjar, etc.). Y la cosa taurina funciona. Ahí están los ejemplos de éxito y de llenos.
En este festival Cascón incluyó a su torero: Damián Castaño (también apodera a un novillero que puede funcionar como Manuel Diosleguarde). Por delante Perico Capea, además de Alejandro Marcos y el novillero antes citado. Se anunciaron cuatro erales de Valdeguareña, cuyas reses pastan en el triángulo donde convergen tierras salmantinas, zamoranas y vallisoletanas. El ganadero es José Luis Robles García, cuyo parentesco está ligado a la legendaria familia ganadera de los Chulas, de la vallisoletana Torrecilla de la Orden.
Uno conoció esta ganadería hace años cuando lidió en las nocturnas de Valladolid, incluso debutó con caballos en Pedrajas de San Esteban. Pero algo ha debido cambiar-supongo que al refrescar sangre- porque aquellos erales pastueños, nobilísimos y de una gran clase nada tienen que ver con los que salieron en Cantalpino, al menos los dos primeros.
“Altiricones” -como diría el Maestro Antoñete- violentos y siempre con la cara alta. Muy deslucidos. Perico Capea tuvo que tirar de oficio y logró sacar algún meritorio natural bajando mucho la mano. Damián Castaño, que venía tocado de Roa de Duero el día anterior y con un enorme parche cubriendo la herida de la cara, le echó coraje al eral que creo recordar era facado (mancha blanca en la cara, cuando este es de color negro) y logró hacerse con él, a pesar del par de achuchones que le dio. Raza de Damián.
Alejandro Marcós sacó su torería y elegancia ante el mejor eral del encierro y el joven novillero Rubén Blázquez ya hemos comentado que pasó el aprobado con los trastos, pero la espada… El público pidió con insistencia los máximos trofeos porque en los pueblos, y en festivales de este tipo, la gente viene a divertirse y cuantos más trofeos mejor. Así es la Fiesta en los pueblos y así seguirá por los siglos. El tractor que remolcaba a los toros- un Lanz de los 60- resultó llamativo. A falta de mulas!!!!!
Nota: Las meriendas en Cantalpino brillan por su ausencia, aunque sí observamos a dos peñistas en el callejón que le pegaban al bocata y a la bota. Y nuestro “apoderado” Santonja se presentó con otro bocata; obsequio de algún admirador, seguro.