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Región

Peregrinos de la Peña de Francia aún velan 584 años después

20 mayo, 2018 10:26

El 19 de mayo de 1434, Simón Roland, un francés que buscaba a la Virgen tras ser testigo de su aparición en París años atrás, encontraba la talla que se venera en la Peña de Francia. Se cumplía además la profecía de la moza santa de Sequeros. Este sábado, 584 años después, a las seis de la tarde en el santuario se conmemorará este hallazgo tras una peregrinación promovida por la Asociación de los Amigos del Camino de Santiago.

Si hay un lugar cargado de misticismo en la provincia de Salamanca, ése es sin duda la Peña de Francia. Con sus 1.723 metros de altura, se trata de uno de los santuarios marianos más elevados del planeta, un lugar repleto de energía donde la eternidad es capaz de embelesar al caminante, un enclave para dejarse llevar por la magnitud de la naturaleza y contremplar cuán fugaces e ínfimas pueden llegar a ser las pretensiones humanas en comparación con el vasto horizonte que se expande por los cuatro costados de tan singular paraje.

Allí se venera a una virgen negra o morena, con las connotaciones fantásticas que ello acarrea, una imagen protagonista de innumerables vicisitudes que dieron origen a un relato que ha llegado a nuestros días con detallada precisión, transmitida de forma oral y escrita por los rincones más recónditos del mundo de tal forma que muchos ya no saben distinguir dónde acaba la realidad y dónde empieza el mito.

Cuenta la leyenda que allá por el año 1424 había en Sequeros una virtuosa joven llamada Juana Hernández. Muy querida en este pueblo de la Sierra de Francia, de la noche a la mañana enfermó sin poder luchar contra su destino trágico. No hubo remedio. Había quienes aseguraban que era un castigo divino por una herencia mal adquirida, pero todos lloraron su pérdida. El espíritu de la guadaña acudió en su busca de noche, pero Juana, sorprendiendo a propios y extraños, se levantó de su propio funeral para anunciar una importante profecía, el hallazgo de una Virgen y otras tantas cosas maravillosas:“Volved vuestro rostro contra la Peña de Francia, puestas las rodillas en tierra, con mucha fe y devoción y decid tres veces Ave María a la Virgen María, a honor y reverencia de una imagen que allí está escondida hará doscientos años. La cual imagen de aquí a poco tiempo ha de ser manifestada, por la cual Nuestro Señor hará muchos milagros y maravillas. Y después que esta imagen fuese revelada vernán de muchas gentes y naciones a la buscar allí”, y añadió: “Esta gloriosa imagen ha de ser mostrada a un hombre de buena vida. Allí, en el mismo lugar, a reverencia de la madre de Dios, ha de hacerse otro monasterio de los frailes predicadores, allí será Dios y su bendita Madre de las gentes cristianas. Porque ha de ser casa de mucha devoción y vendrán muchas gentes de extrañas tierras y naciones con gran devoción a buscar a la Madre de Dios y su bendita imagen”. Dicho esto, la joven descansó para siempre.

Sus palabras no cayeron en saco roto. Un monje francés llamado Simon Roland fue llamado en sueños por la propia Virgen para acudir en la búsqueda de tan preciada imagen. “Simón, vela y no duermas”, le repetía constantemente. Simón había nacido en París dentro de una familia acaudalada, por lo que al morir sus padres heredó una fortuna. Pero él, en un gesto de hiperbólica bondad, la repartió toda entre los pobres. En su mente sólo había un objetivo, la santidad. Por este motivo, decidió hacerse fraile franciscano. Y así eligió pasar su vida hasta que el Destino se cruzó en su peregrinaje espiritual para convertirlo en un peregrinaje real en busca de la Virgen. “Simón, vela y no duermas”, le repetía sin cesar la voz en sueños. No lo dudó un instante. Tanta era la insistencia que se puso en marcha y desde entonces adoptó el nombre de Simón Vela.

La profecía ya estaba camino de cumplirse. Los vecinos de Juana Hernández guardaban a fuego sus últimas palabras como un rayo de esperanza. Había vaticinado numerosos prodigios. Así, en su agonía también reveló la construcción de otro monasterio anunciando que en la fiesta de la Cruz (cada 3 de mayo) aparecerían al ponerse el sol tres señales con esta figura en el cielo: “La primera caerá sobre las casas del obispo de Salamanca, que están cerca de San Martín del Castañar, en las cuales se ha de edificar de aquí a cinco años un monasterio de la Orden de San Francisco de la Observancia. La segunda caerá sobre la Peña de Francia, donde la gloriosa imagen ha de ser mostrada a un hombre de buena vida. E allí, en el mismo lugar se ha de hacer otro monasterio de la Orden de los Predicadores, que es del Bienaventurado Santo Domingo. La señal tercera caerá donde será la devota casa de la Virgen María, nuestra Señora de la Peña de Francia”.

Mientras tanto, Simón Vela había comenzado su búsqueda por toda Francia. Rebosaba optimismo a raudales. Habría de encontrar una imagen de la Virgen cuya fama perduraría para la eternidad. Poco podía imaginar entonces que su fama también trascendería fronteras y estaría íntimamente ligada, como sus restos, a la joven Juana Hernández la profetisa, a quien desde entonces se conoce como la Moza Santa de Sequeros y cuyas reliquias descansan en la ermita del Robledo del municipio serrano.

“Simón, vela y no duermas”, le repetía constantemente una voz a Simón, de apellido Vela para la posteridad. Pero, ¿dónde buscar? ¿Por dónde empezar? La ansiedad lo consumió durante sus primeros años, recorriendo Francia por los cuatro costados. Sin demora. Sin descanso. Pero nada. Ni rastro de la Virgen. Y la voz le seguía machacando en sueños: “Simón, vela y no renuncies a tu santa peregrinación”. Al escuchar estas palabras, comprendió que el hallazgo tal vez podría encontrarse en el Camino de Santiago. Por eso, raudo, emprendió la marcha.

Y así fue. Simón Vela, con ánimos renovados, realizó el santo trayecto, aunque sin más pena que gloria. ¿Qué estaba fallando? ¿Acaso no estaba comprendiendo bien el mensaje? ¿Acaso no acertaba a descifrar la dulce voz de sus sueños? De regreso a Francia, el destino quiso que decidiera desviarse por el camino del sur, más conocido como la Vía de la Plata. Al llegar a Salamanca, buscó nuevas pistas. Una vez más, sin éxito. Exhausto y fracasado, se sentó en la plaza del Corrillo para aclarar su mente. Los carboneros mitigaron su dolor pregonando el material vegetal de la Peña de Francia. “¡Ya está!”, pensó. “Allí debe ser”. Tras indagar, conoció la profecía de la joven de Sequeros. Y entonces comprendió. ¿Dónde si no podía aparecer la Virgen?

La curiosidad de Simón Vela provocó el recelo de los carboneros, que desdeñaron ofrecerle mayor información, pero el monje francés no decayó en su empeño. De lejos, siguió a los carros, convirtiéndose así en el primer peregrino de la Virgen de la Peña de Francia. La voz ahora se escuchaba con más fuerza, ya no sólo en sueños: “Simón, vela y no duermas”. Al llegar a San Martín del Castañar, perdió de vista a los carboneros. Pero no le importó. Después de siete años de infatigable caminar, sabía que estaba muy cerca, rozaba ya con la punta de sus dedos la misión que le había sido encomendada desde los cielos. La peña estaba allí, a su vista, el objetivo a escasos kilómetros, su tierra prometida. No esperó a la jornada siguiente y se dirigió presto hacia la cima. Sin embargo, el destino quiso de nuevo jugar con su fe y perseverancia. Hasta tres noches pasó en la cima de la peña con nulo resultado, una de ellas entre una infernal tormenta que a punto estuvo de costarle la vida. Cuando agonizaba, la dulce voz regresó, pero ya sólo con dos palabras: “Simón, vela”. Y perdió la noción del tiempo.

A la mañana siguiente, rezando y dando gracias por haber sobrevivido a las iras de la naturaleza, el joven monje francés percibió una silueta al fondo. Era ella, la mismísima Virgen que poco a poco se fue acercando para dirigirle con paso firme hasta la gruta donde se hallaba la imagen. Y en efecto. Allí estaba. Allí podía percibirse. Desconsoladamente, se arrojó al suelo y lloró sin cesar durante horas. El esfuerzo había merecido la pena. Derrochando sus últimas energías, se dispuso a quitar las rocas que cubrían la talla, pero era tanto el desgaste de los días anteriores que apenas hubiera podido sostener una ínfima china en sus manos. Por este motivo, decidió descansar y volver abajo en busca de ayuda. No le faltó, porque la profecía de la Moza Santa de Sequeros aún estaba reciente en la Sierra. Cuatro hombres regresaron con él para dar testimonio del hallazgo, uno de ellos escribano. Con suma delicadeza, consiguieron arrancar las rocas lacradas a la imagen. Así queda registrado para la posteridad que un 19 de mayo de 1434, miércoles de la infraoctava del Espíritu Santo durante el reinado de Juan II de Castilla, se encontró la Virgen de la Peña de Francia. Fueron testigos Pascual Sánchez, Juan Hernández, Benito Sánchez y Antón Fernández.

La noticia no tardó en difundirse. Todos querían ver a la Virgen. No importaba el cómo ni el cuando, no importaba el lugar de procedencia de las gentes. Tal era el fervor despertado, capaz de vencer a los humanos miedos de quienes debían empeñar gran parte de su tiempo en llegar hasta la Sierra de Francia por escarpados caminos de cabras cuando ni el mismísimo Leonardo da Vinci hubiera sido capaz de imaginar los senderos de asfalto que hoy desbrozan las montañas cual afilados cuchillos. Simón Vela decidió cumplir los designios marcados y, con la ayuda de las limosnas de los devotos, construyó una capilla que con el paso de los años se fue transformando en lo que ahora es el santuario mariano a mayor altura del planeta, a 1.723 metros y donde después se encontraron otras tallas románicas, como la de Santiago en 1439, la de San Andrés en 1440 y la del Santo Cristo en 1446, escondidas por los primeros cristianos durante el avance de los musulmanes.

Desde entonces, la Virgen de la Peña de Francia es venerada por cientos de miles de personas en todo el mundo. Una imagen morena, una de las más famosas vírgenes negras encontradas, una talla sagrada en un lugar mágico desde los albores de los tiempos. Hay quienes hablan de su origen templario, hay quienes aluden a santuarios rurales primitivos, pero lo cierto es se trata de una preciada Virgen cuyo periplo está cargado de vicisitudes. De hecho, tras la desamortización de los bienes del clero en 1835 fue robada varias veces y llegó a desaparecer un 17 de agosto de 1872. Durante diecinueve años no hubo noticias de la imagen, hasta que un día apareció, aunque en un estado lamentable. Así, la actual talla que se venera en el Santuario no es la original, sino una réplica de Jacinto Bustos Vasallo, eso sí, que guarda en su interior la imagen original, como se puede apreciar a través de una rejilla en su pecho, una ventana al corazón de la Virgen de la Peña de Francia, la esencia de la Sierra y guía para quienes, como Simón Vela, buscan un objetivo en su vida. Porque, al fin y al cabo, nada es imposible.