Castilla y León

Castilla y León

Región

Huerta Otea, el mirador botánico del río Tormes

1 julio, 2018 08:30

En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en Internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.

Hoy es el turno para Huerta Otea, una zona junto al río Tormes, más allá del campus universitario Miguel de Unamuno, entre el cementerio, El Marín y La Platina, que surgió en los albores del siglo XXI al hilo del ‘boom’ de la construcción y la expansión urbanística de la ciudad, pero con una singular historia en su origen. Coloquialmente se conocía a esta zona como el barrio del Castigo, pues cuando había una crecida del río se inundaban todas las huertas. Una de ellas es el origen de la denominación actual del barrio.

Allí se encontraba una finca con una gran casona de labranza de anchos muros de piedra, altos techos de madera, corrales, cuadras, establos y una tierra de cultivo de lo mejor de Salamanca. Huerta Otea se llamaba, la huerta desde la que se oteaba el casco histórico de la capital charra. Esta finca pertenecía a la más alta nobleza española, Agustín Maldonado y Carvajal, marqués de Castellanos y de Monroy, que vivía en el Palacio de Tejares. A su muerte, la heredó su sobrino Agustín Aranguren y Maldonado, conde de Monterrón, quien se la dejó a su esposa, Ana María de Palacio y de Velasco.

Finca que da nombre a Huerta Otea

La finca fue pasando por diversas manos, incluso acogió la celebración de una boda entre Emilio Motos, hijo de Rafael el rey de los gitanos, y una joven paya que vivía en Huerta Otea. En 1942 la condesa la vende a su rentero, Valentín Carrasco Cano, un arriesgado serrano que trabajó duro junto a su esposa para arrancarle a esa tierra los frutos más frondosos y tempranos del mercado, llegando a tener gran fama en Salamanca. Los invernaderos, la tecnología y el progreso la convirtieron parte en una depuradora y parte de una frondosa chopera de mil quinientos árboles.

Los primeros edificios modernos llegaron con el cambio de siglo. La primera fase se construyó junto al Colegio Guadalupe, y poco a poco fue expandiéndose hacia La Platina y El Marín. “Cuando llegamos estaba todo en construcción y el barrio vallado y con vigilantes de seguridad, no nos dejaban entrar a ver el edificio”, recuerda Marisa Calvo, una vecina que llega casi dos décadas residiendo en Huerta Otea.

Junto con la expansión urbanística llegaron los edificios de la Universidad Pontificia de Salamanca, sobre todo la Facultad de Comunicación, “las vacas de las fincas que todavía quedaban iban allí a lamer los cristales”, residencias universitarias y pistas deportivas. Por su parte, la Universidad de Salamanca construyó el Instituto de Neurociencias de Castilla y León (Incyl) y el Instituto de Biología Funcional y Genómica (IBFG). Al mismo tiempo, el Ayuntamiento de Salamanca creó un parque botánico, una parcela de casi ocho hectáreas junto al puente de la Universidad que cuenta con más de sesenta especies de plantas procedentes, en su mayoría, de las distintas partes de la provincia, pero también de otras partes del mundo. Ahora, tras años esperando, el barrio tendrá una plaza nueva entre las calles Antonio Ponz, Enrique de Sena, Girolamo Da Sommaia y Jean Laufent.

Un barrio reivindicativo

Huerta Otea siempre fue una zona de esparcimiento, un lugar de paseo junto a la orilla del río, al que llegaban numerosos vecinos de Tejares cruzando el río en barca, sobre todo cuando había que ir a ver el fútbol al campo de El Calvario, en la actualidad estación de autobuses. Como otros barrios del extrarradio de Salamanca, es una zona residencial, con escasa historia social. Sin embargo, pese a corta, no deja de ser intensa.

Porque los vecinos de Huerta Otea siempre han destacado por su espíritu reivindicativo. “Siempre hemos estado luchando por una plaza, porque llegara el autobús, por que cuiden mejor los parques, que se dejaron perder doscientos rosales, tenemos el Registro del Ayuntamiento mareado”, explica Nieves Sardón, otra de las vecinas originarias. “Ha sido un barrio de eternas promesas, nos dijeron que harían un colegio, un centro de salud, un hospital privado, un centro comercial…”, añade Tina Pacho, quien explica que apenas hay actividad comercial en la zona, “hace años había una tienda pero era muy cara y terminó cerrando”.

El problema, explican estas vecinas, está en que “estamos en terreno de todos y de nadie, la ribera es de la Confederación Hidrográfica del Duero, el parque botánico de la Universidad, el parque Juan Tenorio del Ayuntamiento pero está considerado como una pradera, así que para hacer cualquier proyecto no se ponen de acuerdo”. Sus hijas Sara, María y Lucía, nacidas en el barrio en los primeros años de expansión urbanística, lo certifican y reclaman más infraestructuras de ocio al Ayuntamiento.

La vida social se canaliza a través de la asociación de vecinos, muy activa todo el año, con actividades para todas las edades y ahora preparando una biblioteca popular. Huerta Otea es un barrio joven, donde cada vez se ven más pandillas de adolescentes y jóvenes, una zona ideal para pasear en verano. “Sentarte en un banco y ver toda la silueta de las catedrales, de la ciudad, eso no tiene precio, y los amaneceres y atardeceres son aquí únicos”, afirma Nieves Sardón. Tan únicos como sus vecinos.