En estos días debería de escribir sobre el gobierno de la Junta de Castilla y León, o sobre la entrada de Vox en el gobierno, o sobre la celebración del día de la Comunidad Autónoma, o sobre la guerra de Ucrania y la lengua larga de nuestro presidente señalando el barco y la trayectoria que enviamos con material militar, o ... vamos, que tenemos temas para aburrir; pero, eso es tanto como bajar la disputa política al terreno de lo mediato, del plexiglás y de la farfulla.
En este momento, prefiero insistir en mis discursos seculares y en la necesidad urgente de regenerar nuestra democracia y dotarla paulatinamente de calidad, de fortaleza y, por ello, de controles al poder.
A la izquierda se le llena la boca de democracia y conceden los carnés de demócratas entre los suyos y los que desean obtener el título; pero, cada vez que han gobernado, han producido una bajada de la calidad democrática, han eliminado los controles y han putrefactado aquellos que han dejado, con el mantra de democratizar lo que hacen es purgar en beneficio propio y desmembrar los modelos de control y sometimiento del poder; pues, mientras son ellos los que someten, los que amordazan, los que controlan desde las instituciones, eso es democrático, pero cuando lo hace el adverso es fascismo.
Ciertamente el PP ha podido reconstruir los modelos y fortalecer la democracia y no lo ha hecho y, eso, junto con otros factores, como es la corrupción económica de los dos grandes partidos, ha producido la desafección inicial y la generación de partidos nuevos que abanderaban la transparencia, la democratización, la honradez y que, según han ido tocando pelo, han ido cayendo en las redes de la misma forma de hacer política.
Que se puede hacer política de otro modo es algo evidente, que se puede gestionar lo público austeramente y con muy buenos servicios públicos sin necesidad de esquilmar las arcas del particular, no precisa reiteración; pero, para ello, es imprescindible y vital la reconstrucción de modelos de control y la invención de unos nuevos que permitan, sin presentaciones erróneas, acreditar la capacidad del dirigente, las responsabilidades de este, la transparencia en la gestión y el control de la misma.
En lo que no obtengamos gerentes públicos con capacidades para ello acreditadas y acreditables, capaces de asumir las responsabilidades del cargo y las obligaciones del mismo, que acepten modelos de accountability, de medición de su gestión y de valoración técnica y política de esta, difícilmente podremos alardear de democracia y nos someterán, como nos someten, con la mentira, la manipulación, el juego corto del inconsistente mental y, en esa incapacidad, el estúpido nos gana y nos lleva a su terreno, donde él efectivamente se mueve y desarrolla mejor.
La idea democrática se debe de defender desde los valores, desde la gestión, desde la actuación constante de cada ciudadano en su ámbito de actuación, pues el político es lo que es su sociedad y, por ello, precisamos revalorizar nuestra sociedad, fortalecer nuestros valores y construir modelos, formas y mentes críticas que exijan que el dirigente se encuentre capacitado para ello y le obligue a cumplir sus obligaciones.
Seremos lo que queramos ser, lo que nos propongamos, y alcanzaremos las metas que nos fijemos si nuestra meta es el dinero a cualquier precio, la corrupción y la falta de capacidad será nuestro destino; pero, si queremos alcanzar un mundo distinto, sólo el trabajo, la valía, la responsabilidad y el esfuerzo nos permitirá obtenerlo. Es posible, España en su historia lo ha hecho cada vez que nos los hemos propuesto, ¿por qué, ahora, no se quiere estudiar historia y contemplar de lo que somos capaces?