“… hombre alto de cuerpo membrudo y hablaba algo entonado,

como medio de bóveda, y era natural de Valladolid y

casado en la isla de Cuba con una dueña ya viuda que se

llamaba María Valenzuela y tenía buenos pueblos de indios

y era muy rico».

Bernal Díaz del Castillo

Para unos, en Valladolid, para otros, en Navalmanzano, Pánfilo de Narváez nació en algún momento entre 1470 y 1480 en una familia hidalga. Era alto, de cabello rubio tirando a naranja, cabal y honesto, de poca prudencia, buenas costumbres y con quien bien se podía entablar una conversación.

Sus primeras noticias en Indias son de 1508, cuando colaboró con Esquivel en la conquista de Jamaica. Tres años después, ya con la paz en la isla, sin oro, y, sabiendo que su paisano Diego Velázquez de Cuéllar estaba en plena colonización de Cuba, se pasó a esta otra isla con treinta buenos arqueros. Una vez allí, fue nombrado capitán y enviado a ocupar la parte centro oriental de Cuba. Fue en Bayamo donde entró Narváez montado en su yegua, acompañado de otros castellanos y sus flecheros jamaicanos, y donde tuvo que repeler el ataque nocturno de unos siete mil indios, que si bien tan fieros como para herirlo con una piedra, eran igual de codiciosos como para enfocarse en robar los bienes de los españoles en vez de rematar sus vidas. Eso libró al contingente castellano de algo peor.

En 1513, Velázquez envió a Narváez y a otro segoviano, Juan de Grijalba, junto con un centenar de castellanos y mil indios, a avanzar en la colonización por el interior de Cuba. Los acompañaba fray Bartolomé de las Casas, clérigo que, a pesar de estar en contra de la violencia, no pudo impedir alguna, como la injustificada matanza de indígenas en Caonao, presenciada con indiferencia por Narváez, a pesar de las instrucciones de Velázquez. En esta ocasión, los esperaban en Caonao unos dos mil indios en cuclillas en la plaza del pueblo. Tras la larga marcha pudieron saciar su sed y proveerse de pescado y pan de mandioca. De súbito, un castellano desenvainó la espada, sospechando que los indios les iban a atacar y comenzó una verdadera carnicería. Después de la escabechina, el propio Narváez preguntó a Bartolomé de las Casas: “¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han hecho?”, y el cura le ciertamente indignado: “Que os ofrezco a vos y a ellos al diablo”.

Ante la ferocidad española, los indios huyeron, con lo que se estropeó la política de atracción pacífica prevista por Velázquez. Los castellanos salieron del poblado y acamparon junto a una gran roca; allí, poco a poco, regresaron algunos indios y Narváez tuvo noticia de dos mujeres y un hombre castellanos cautivos de los indios en la provincia de La Habana. Abandonaron el campamento y llegaron a Carahate (actual Matanzas), donde recuperaron a las dos mujeres. De allí se dirigieron a Puerto Carenas. Entonces Velázquez quiso reunirse con Narváez y el clérigo en Jagua (actual Cienfuegos) para pensar qué política seguir. La conclusión fue que Pánfilo de Narváez debía seguir recorriendo la isla, llegando hasta Guaniguanico y certificando la conquista de Cuba.

Narváez fundó, por orden de Velázquez, San Cristóbal de La Habana, en 1514 y Santa María del Puerto Príncipe (Camagüey) en 1515.

En esos años de conquista cubana, uno de los alimentos que más tomaban Narváez y sus hombres era la carne de papagayo, ave abundantísima en la isla, pues en quince días que permanecieron en el poblado indígena de Carahatas, comieron más de diez mil de estos animales, que eran cazados a lazo por los indígenas.

Pero no quedó en Cuba la cosa… Así, cuando en noviembre de 1518 Hernán Cortés salió de Cuba rumbo a Yucatán sin consentimiento de Diego Velázquez, se convirtió en un hombre fuera de la ley. Velázquez puso entonces a Narváez al frente de un ejército para cruzar a México y reducir a Cortés. Al llegar a Ulúa (actual Veracruz) en 1520, estableció alianza con los indígenas, prometiendo ser tolerante, porque los indios eran vasallos y tenían derecho a ser tratados bien y con dignidad. Les hizo entender que su misión consistía en liberar al emperador azteca Moctezuma. Lo más curioso de la estrategia de Narváez fueron sus negociaciones directas con Moctezuma.

Cada uno vio en el otro la posibilidad de eliminar a Hernán Cortés. Pero Cortés, enterado de la llegada de los enviados de Velázquez, inició su maquinaria de sobornos a través de segundos hombres y dobles juegos, haciendo que la mayor parte del ejército de Narváez se uniera a sus filas. Narváez, fue entonces derrotado y capturado en Cempoala, una noche de mayo en la que fue además herido en un ojo que perdió. Cortés lo retuvo prisionero varios años, hasta que lo liberó en 1523. Tras eso, Narváez regresó a Castilla, concretamente a Toro, a quejarse de Cortés al obispo Juan de Fonseca, quien lo envió a su vez a quejarse al Rey. Pero todo quedó sin efecto.

Después de Jamaica, Cuba y México, la última empresa de Pánfilo de Narváez fue conquistar el río de las Palmas y La Florida. Zarpó en 1527 desde Sanlúcar de Barrameda con cinco navíos y seiscientos hombres. Al llegar a Cuba se encontraron con una terrible tormenta, repararon barcos y hombres, y luego un vendaval los arrojó contra la costa de Florida, en la bahía de Tampa. Los indios malinformaron a Narváez y los suyos de un lugar lleno de oro, Apalache, y los castellanos se dividieron, unos por mar y Narváez y Cabeza de Vaca por tierra, con otros trescientos hombres, pero no encontraron riqueza alguna. Volvieron a la costa, construyeron unas canoas, fueron acosados por los indios y cruzaron la desembocadura del Mississippi, pero se hundieron las canoas en una tormenta y muchos fueron arrastrados por las corrientes. Los supervivientes se dispersaron por la costa de Texas a finales de 1528. Desafortunadamente para Pánfilo de Narváez, él no estaba entre los que lo pudieron contar.

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