Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero existen algunas cicatrices que son muy difíciles de olvidar. Las del 11-M son unas de ellas. Quizás muchos estudiantes, como ocurre con los atentados de ETA, ya no sepan lo que ocurrió hace 19 años, tal día como hoy, en Madrid. Un antes y un después en la historia de España en lo que es el mayor atentando terrorista cometido en nuestro país. Un atentado cometido intelectualmente por Al Qaeda por al Grupo Islámico Combatiente Marroquí, según la sentencia de la Audiencia Nacional y la del Tribunal Supremo. Fallecieron 193 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas, entre ellas nueve de Castilla y León y decenas de heridas.
Uno de ellos es José Andrés Vicente Ciudad, salmantino y policía Nacional que en aquella época contaba con 26 años y que residía en Alcalá de Henares y trabajaba en la capital. Esa trágica mañana como era habitual viajaba en el tren Cercanías para acudir a su puesto de trabajo. Curiosamente trabajaba en la brigada móvil del Metro. Una bomba estalló en el mismo vagón donde se encontraba. “Fue un estallido, estaba ubicado al principio, pensaba que había un fallo en la catenaria, pero cuando abres los ojos y ves lo que hay te das cuenta de que es algo gordo”, recuerda para El Español Noticias de Castilla y León y asegura sin tapujos que “está vivo porque otros murieron delante de mí”.
En la hora punta de la mañana del jueves 11 de marzo de 2004 se produjeron diez explosiones en cuatro trenes de Cercanías de Madrid. Las explosiones fueron provocadas por mochilas cargadas con Goma-2 ECO, usado habitualmente en canteras. 19 años después mantiene vivo el recuerdo de aquella mañana, aunque reconoce que al no vivir en Madrid actualmente los recuerdos son menores. Pero cada 11 de marzo, como muchos españoles, no puede dejar de pensar en lo que allí ocurrió. Un día marcado en su calendario. “Son imágenes que no se llegan a olvidar, por mi profesión ves mucha cosas pero nunca serán iguales a eso que viví”, asegura.
Un negro acontecimiento que durante los primeros meses le persiguió allá donde iba. Hasta el punto de no poder subirse en algunas ocasiones al Cercanías por miedo. Prefería ir en coche y soportar los atascos de Madrid. Por suerte ya lo superó.
Un estallido que le provocó heridas importantes por el impacto de la cinta de vidrio en la cara y en parte del oído. En ese momento ni se percató y en lo único que pensó fue en salvar a las personas que estaban en el tren. Emocionado recuerda que utilizaron las propias puertas de los trenes para transportar a los heridos a modo de camilla. Son imágenes que no se quita de la cabeza. Además, el estallido se produjo en la calle Téllez, que era de las peores zonas para evacuar.
Tras un día que nunca podrá olvidar, acudió al hospital Gregorio Marañón para curar sus heridas. Posteriormente llegaron los reconocimientos, por ejemplo, la entrega de una condecoración al mérito policial por su labor humanitaria en estos atentados islamistas.
Todos los 11-M recuerda a las víctimas del terrorismo, y le vienen a la memoria esas 193 personas que fallecieron “sin tener culpa de nada”, por eso, desde día tiene claro que “estamos de paso en este mundo y vamos a disfrutar de lo que tenemos”.
Nueve historias, nueve vidas rotas
De esas 193 muertes, según la web del Mapa de Terror, nueve fueron de personas nacidas en Castilla y León. Nueve vidas rotas que ahora recordamos.
Julia Frutos Rosique tenía 43 años. Vivía en Salamanca, pero a su marido le destinaron a Madrid unos meses antes del atentado, tenía un trabajo como cuidadora de ancianos a domicilio y eso provocó su muerte.
Ambrosio Rogado Escribano con 56 años, era procedente de Campo de Peñaranda (Salamanca). Estaba casado, con dos hijos y trabajaba en una compañía de seguros RGA.
Berta Gutiérrez García tenía 39 años y era natural de Villanueva de Gómez (Ávila). Trabajaba como funcionaria en la Consejería de Hacienda de la Comunidad de Madrid. Casada y con una hija de seis años.
Carlos Soto Arranz era procedente de Quintanilla de Onésimo (Valladolid). Huérfano desde los 14 años y soldador de profesión, vivía en san Sebastián de los Reyes con su pareja, Eva. Acababan de tener una hija
Miriam López Díaz de 31 años y de Muñogrande (Ávila). Trabajaba como administrativa y murió en Santa Eugenia después de dejar a su hija de 22 meses en la guardería.
Julia Moral García de Milagros en Burgos. Con 51 años era ama de casa, trabajaba de forma esporádica como monitora en un autobús escolar, por esta razón estaba en el tren aquella mañana.
Félix González Gago 52 años, natural de Guaza de Campos (Palencia). Más de dos décadas de carrera militar, tenía el rango de subteniente del Ejército del Aire. El destino cruel quiso que el pequeño de sus hijos cumpliera años el 11 de marzo. Su pueblo le sigue recordando con cariño.
Domnino Simón González 45 años de Guardo (Palencia). Trabajaba en la Mutua Madrileña Automovilista. Por culpa de una avería en el coche tuvo que coger el tren, junto a su mujer, Cristina. Los dos fallecieron.
La vallisoletana Laura Isabel Laforga Bajón de 28 años, daba clases de español a niños rumanos y chinos de un colegio de Carabanchel.