Crónicas rurales, gastronómicas… y de toros
Mi amigo, el doctor Antonio María Mateo (cirujano jefe de la plaza de toros de Valladolid) y mi habitual amigo y compañero en estas lides José María Castellanos, vinieron encantados de este viaje donde el título del artículo lo dice todo.
Vaya día completo en todas sus variantes, incluyendo al tradicional frío y viento burgalés, que ya es compañero inseparable en nuestra visita anual a La Cabañuela, nombre de la finca donde Antonio Bañuelos cría con mimo una vacada que ha tomado nombre con nottoriedad en los ambientes taurinos tras más de veinticinco años de esfuerzo, pasión, ilusión y afición.
Pero empecemos por el madrugón, que a uno ya sin actividad obligada pero con pasión inusitada, lo deja para las mulillas…
Pero todo sea por esta bendita afición que “mamé” en su momento y que trato de inculcar a todo aquel que se deje. Tanto el cirujano Mateo como el “chef” Castellanos se dejaron porque, de alguna forma, ellos también viven intensamente nuestra Fiesta y nuestros toros, como diría el Maestro Santonja.
El viaje anual a la ganadería de Bañuelos se centra principalmente en la finalísima que unos chavales -y chavala- disputan ante las becerras de origen domecq por la vía de Torrealta. Un certamen de tentaderos que organiza con acierto y esfuerzo las buenas gentes de Rioseco y Valladolid comandados por Justo Berrocal junto a Maríadela Alvarez, Jesús Pedrosa, Herminio Jiménez “Chaca”, Chema Rueda, etc.
Allí, en la coqueta placita de tientas, nos instalamos cámara en ristre para recoger los mejores momentos y brindarlos a los miles de espectadores que cada semana ven el programa taurino Grana y Oro que dirige Carlos Martín Santoyo.
Y aprovechando el viaje torero planificamos un buen almuerzo con los familiares de Castellanos en Frandovinez. Y este año, excepcionalmente, una visita por la amplia finca que el propio ganadero nos mostró a bordo de su poderoso todoterreno por las sinuosas sendas de La Cabañuela.
Una gira que asombró al doctor Mateo y a Castellanos. A ella se unieron Conchi Quijano y Jesús Caminero; dos veteranos de la cría del toro de lidia en la siempre bella provincia palentina.
Una auténtica delicia el corto pero intenso viaje a las tierras adentro del toro (otra vez sale a la palestra el Maestro Santonja) que nos ofreció con generosidad y amistad Antonio Bañuelos.
Setecientas cabezas de ganado pueblan las 600 hectáreas que el ganadero burgalés adquirió en 1993 para albergar a sus vacas con sus reatas, y que uno fue testigo de primera mano.
No insistiremos más porque las fotografías ilustran todo lo que aquí se dice. Aunque sí abundaremos en el trato exquisito ofrecido por Bañuelos. Gracias, ganadero. Y suerte para las siete corridas que lidiará esta temporada.
Pero debemos centrarnos en la belleza que aconteció en la finalísima del tentadero. Seis vacas coloradas entre añojas y eralas fueron lidiadas por doce aspirantes a la gloria. Todo transcurría con la normalidad que caracteriza un tentadero de este tipo: becerras buenas, regulares, mansitas, rajadas, etc. Y aspirantes al premio nerviosos unos, inquietos otros. Siempre dependiendo de la calidad de las becerras. Y mucho más en manos inexpertas, sin oficio aún.
Pero hete aquí que la última vaca -ya el personal en letargo por el frío y viento reinante- nos ofreció todo un recital de bravura, de clase, de humillación, de duración, etc. Es decir, de lo que un ganadero sueña que le salga cada día.
Pero para ello la becerra tiene que tener delante a alguien que la domine y la enseñe para luego torearla. Y a partir de ahí que produzca belleza, ritmo y compás en cada embestida que ella proporciona. Y la excelente erala se encontró con una pareja de jóvenes que destacaron por encima del resto.
Ellos son el salmantino Ismael Martín y el alcarreño Jesús Romero. Este último ganador claro y absoluto de esta XI edición del “Concurso de Clases Prácticas para Alumnos de Escuelas Taurinas Ciudad de los Almirantes de medina de Rioseco”.
Todos los aspirantes a la gloria torera recibieron a las vacas de salida y las llevaron a la jurisdicción del piquero Pedro Iturralde. Picador oficial de la casa Bañuelos que, como siempre en él, estuvo brillante. Por cierto recibió una ovación del público a petición del ganadero. Y es que el bueno de Pedro cumplía años.
Y a la vuelta, henchidos y satisfechos de la jornada matinal vivida, nos dimos un festín en Frandovinez con las alubias “canela”-y la ración- que un día antes había preparado el “chef” Castellanos. Como siempre es habitual en él, José Angel, primo carnal de Castellanos, nos recibió con ese espíritu de paz, tranquilidad y sosiego que se respira en los pueblos, sobre todo en este ribereño del Arlanzón.
Una morcilla de la tierra al horno de la “bilbaína” sirvió de entrante para ir haciendo boca, regado con un rosado ribereño que José Angel había trasvasado a un porrón. Fresco y delicioso, uno se echó al coleto un pequeño trago para aliviar el gaznate del seco frío de Hontomín. Pero enseguida agua en abundancia porque uno conducía y había que llegar a Pucela sanos y salvos.
Lástima que a última hora “se nos cayera del cartel” Coco, la esposa del galeno Mateo, que es de nacencia burgalesa (Buniel) y cuyo padre fue secretario de varios ayuntamientos de la zona, entre ellos Frandovinez.
Pero seguro que cuando deguste las alubias de Castellanos -el doctor y uno dispusimos de un taper- se acordará de su terruño y de su infancia. Volveremos a Frandovinez y a La Cabañuela porque estos viajes te dan vida. Verdad doctor¡¡¡, verdad Castellanos¡¡¡
“Pero la vida es corta: viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra” (Lope de Vega)