Castillo de Puente del Congosto, atalaya protectora del río
El río Tormes siempre ha marcado la vida de miles de salmantinos. Imperecedera fuente de vida, manantial de desarrollo en torno al cual se erigieron decenas de localidades a lo largo de la historia, también jugó su papel clave en el devenir de la provincia durante la Edad Media y la Edad Moderna.
Varios fueron los puntos estratégicos a lo largo del recorrido del Tormes desde su entrada en Salamanca por el sureste hasta su desembocadura en el río Duero trazando una irregular diagonal. Alba de Tormes, Salamanca y Ledesma prosperaron al regazo de sus cristalinas riberas, pero había que defender estos territorios, de ahí que casi todos los núcleos junto al Tormes puedan presumir también de conservar en su mayor parte una fortificación. Es el caso de Puente del Congosto.
Ubicada a escasos kilómetros de la entrada del río Tormes en territorio charro, esta localidad debe su nombre a los congostos desfiladeros y canales que el agua ha ido labrando. Situado en el trayecto entre Ávila y Ciudad Rodrigo, además de formar parte de la Cañada Real Soriana Occidental, el municipio cobró gran importancia estratégica durante la Edad Media. De ahí la construcción de su puente en el siglo XIII, con trece arcos de medio punto, aprovechado para cobro de derechos de portazgo por su tránsito. Precisamente en esta época, en 1212, ya se habla de las Torres del Congosto, pero más bien se trate de las torres del viejo puente.
La localidad ganó peso en las rutas comerciales, pasando estos señoríos en 1393 a manos Gil González Dávila. Durante un siglo, Puente del Congosto experimenta un célere auge, de ahí que los Reyes Católicos ordenaran en 1500 mediante una provisión la reconstrucción del puente principal, que sufre su reforma más importante y queda en su forma actual. A su amparo surge el castillo bajo la propiedad de los Dávila de Cespedosa, pero en 1456 la familia Alba lo recibe de doña Aldonza de Guzmán, viuda de Gil González Dávila, como intercambio con otras propiedades, alternándose la propiedad entre ambas familias durante esta época.
Y es que el siglo XV, sobre todo bajo los reinados de Juan II y Enrique IV, protagoniza la configuración de los grandes estados señoriales de la provincia charra, al amparo de la debilidad del poder real y de otras instituciones como el Concejo Salmantino. En este periodo, como el posterior correspondiente a los Reyes Católicos, familias e individuos aparecen en Salamanca alineados en bandos distintos según su linaje.
El castillo se alza en uno de los extremos del puente, conservando todavía gran parte de su estructura, sobre un trapecial y almenado recinto que sólo defiende un cubo por su testero más ancho y descuella un torre con alguna ventana de doble arco agudo partido por columnas. Garitas con matacanes en lo alto y un cubo semicilíndrico a su lado completan un conjunto arquitectónico donde también destaca la puerta, de arco agudo, con enormes dovelas y una garita encima, subsistiendo por fuera arranques de antemuro con otro arco semejante.
Como se suele decir, la belleza está en el interior. El castillo de Puente del Congosto hace honor al saber popular, pues intramuros se esconden las más increíbles historias como posada de nobles y reyes. Cuentan las crónicas que en 1497, hallándose en el interior de esta fortaleza, la reina Isabel la Católica recibió la fatal noticia del fallecimiento de su hijo Juan, Príncipe de Asturias y heredero de las coronas de Castilla y Aragón. Bien fuera ‘de amor’, bien por causa de la fogosidad de Margarita de Habsburgo, hermana de Felipe el Hermoso, lo cierto es que el fallecimiento del infante Juan sumió a Isabel la Católica en una profunda depresión, agravada un año después por la muerte de la princesa Isabel, siguiente en la línea sucesoria, con motivo de un parto, y para colmo de males, el infante Miguel, hijo de la anterior y que había sido designado heredero al trono de las coronas españolas y de Portugal por sus abuelos, falleció en 1500.
Pero aquí no termina el devenir histórico de esta atalaya protectora del río Tormes, pues en ella también se alojó el emperador Carlos V, también conocido como Carlos I de España, en su retiro hacia el monasterio de Yuste allá por el año 1556. Todo un privilegio en la ruta que le condujo desde las costas cantábricas de Laredo por tierras castellanas tras haber abdicado de sus dos coronas.
Concluida la Edad Moderna, que convirtió a España en una potencia mundial bajo cuyos dominios nunca se ponía el sol, el castillo regresó a manos de los duques de Alba, pasando un largo periplo sin apenas hechos que reseñar. Tan sólo la presencia de las tropas francesas durante dos años a principios del siglo XIX rompió la tranquilidad de estos muros al regazo del susurro del Tormes en su transcurrir por una zona de gran riqueza natural.
De propiedad particular, la fortaleza de Puente del Congosto está restaurada, pues se usaba como vivienda. Además, se encuentra bajo la protección del Decreto de 1949 y la Ley de 1985 sobre el Patrimonio Histórico Español, siendo uno de los castillos mejor conservados de toda la provincia de Salamanca, ubicado en un paraje tan singular como privilegiado. Un claro ejemplo de cómo conservar las innumerables joyas que atesora el variopinto baúl charro, pero que en múltiples ocasiones se están rayando y llenando de polvo sin que un astuto plumero les pueda devolver su anhelado y merecido esplendor.