Castilla y León

Castilla y León

Salamanca

Estación, el ensanche entre fábricas y palacios

21 julio, 2018 20:02

En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.

Hoy es el turno para el entorno de la estación de ferrocarril, barrio que se denomina precisamente así, Estación, unido a Garrido, en torno a una avenida que ha sido testigo directo de la evolución urbanística y social de Salamanca. Una calzada que durante siglos fue empleada para acercar el ganado hasta la capital charra procedente de tierras castellanas, el cordel de merinas que une las cañadas reales de la Plata y la Leonesa Occidental, hasta que el 26 de agosto de 1877 llegó a Salamanca el ferrocarril con la apertura del último tramo de la línea Medina del Campo-Salamanca entre El Pedroso de Armuña y la ciudad del Tormes. Fue el rey Alfonso XII quien días después protagonizó su inauguración, un hecho cuyos testigos ya son parte de la historia, pero queda el recuerdo de las siguientes generaciones para mantenerlo vivo.

Con la apertura de nuevas líneas se fue articulando en torno a la avenida desde el parque de La Alamedilla hasta la estación de ferrocarril una hilera de edificios que aumentaban de altura y capacidad según transcurrían las décadas. El ensanche de la ciudad que pudo llamarse avenida de Canals a principios del siglo XX, en honor al ingeniero Gumersindo Canals que participó en la construcción del puente Enrique Estevan y de la plaza de toros, pero la idea fue rechazada y con la llegada del franquismo pasó a llamarse General Mola.

Surgieron entonces también las casas de los ferroviarios, aún en pie, en un barrio obrero dedicado por y para el tren, con fábricas de jabones, de piel y hasta de fideos. Un barrio en transformación como su propia estación, que con el regreso de la democracia dejó atrás el nombre franquista y en los albores del siglo XXI dejaba atrás la deteriorada fuente sin agua, los obsoletos apeaderos y las oxidadas puertas para abrir un moderno centro comercial y de ocio por el que pasan miles de personas cada día.

Pero si algo distingue al entorno de la estación es sus casas palaciegas, la mayoría desaparecidas durante la fiebre urbanística de la construcción en los años setenta. Aún queda en pie el palacete del Marqués de Llén, que albergó una fábrica de cervezas y hielo artificial, y más recientemente fue anfitrión de eventos hosteleros, centro de negocios y restaurante.

A su lado estaba la capilla de San Ildefonso, que Ángel Borrego de Dios, abogado y ex-concejal del Ayuntamiento, construyó en memoria de su padre. Pero apenas duró unos años, al igual que su fundador, quien murió arruinado apenas un lustro después. Y sí permanece desde entonces el anexo palacete que actualmente es morada de ‘okupas’ tras sobrevivir a inundaciones e incendios, pero originariamente fue la vivienda de familias acaudaladas procedentes de la comarca de Peñaranda.

Enfrente estaba la denominada Casa de la Madre, inaugurada en 1945 para atender en el parto a madres que no disponían de recursos. Un órgano de beneficencia que pertenecía al Auxilio Social, transformando un caserón descuidado en un sanatorio. Pero apenas dos décadas después fue derribado para levantar la Casa de los Maestros. Un ejemplo más del azoroso devenir del progreso en una ciudad en constante evolución, como el ferrocarril que la atraviesa.