Garrido Sur: barrio obrero para dar cobijo al ‘boom’ demográfico
En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.
Hoy es el turno para Garrido, el barrio de mayor extensión y más población de la capital charra. De ahí la necesidad de abordar su historia a través de varios capítulos. El primero ya lo vimos la semana pasada con el entorno de la estación de ferrocarril, con el barrio del mismo nombre. Hoy es el turno para Garrido Sur, el espacio delimitado entre la avenida de Portugal, María Auxiliadora, paseo de la Estación y Alfonso IX de León.
A finales del siglo XIX, cuando el tren llegó a Salamanca, también lo hizo la necesidad de expandir la ciudad hacia el norte. Se proyectaron así varias manzanas que dieran cobijo a los trabajadores de la estación de ferrocarril, pero también obreros que no tenían cabida en el casco histórico de la ciudad. Manuel Garrido y Santiago Bermejo fueron los pioneros. Suya fue la idea de construir las primeras casas en hilera a lo largo de una calle. Pero, como suele ocurrir, la historia sólo recuerda a los primeros, en este caso el primer fundador, Garrido, que da nombre al barrio. No obstante, para hacer justicia a su compañero, recientemente se renombró una calle como Garrido y Bermejo.
Como si de un puzle se tratara, se fueron rellenando con viviendas las parcelas libres durante la primera mitad del siglo XX. Casas bajas, muchas de ellas con su huerta particular, como si de un pueblo se tratara a las afueras de Salamanca. Porque entonces era el extrarradio de la ciudad, algo impensable ahora a diez minutos de la Plaza Mayor. Garrido Sur fue el cobijo del ‘boom’ demográfico que vivió la capital charra debido al éxodo rural. Y, ya en los años sesenta y setenta, la zona del ‘boom’ urbanístico. Las casas bajas (alguna queda aún de la época, como en las calles El Greco o Cabeza de Vaca) fueron desapareciendo para levantarse altos edificios cual cajas de cerillas. Los primeros moradores del barrio sucumbieron al avance de la especulación urbanística y cambió radicalmente la fisonomía. Eso sí, sus calles no fueron urbanizadas y asfaltadas hasta los años ochenta, dejando atrás barrizales y charcas en invierno, polvaredas en verano.
Estos nuevos edificios se pensaron también como zona comercial, de ahí que la mayoría de sus plantas bajas estén destinadas para locales. Pero no surgieron tantas tiendas como se pensaba y actualmente la mayoría de estos locales son garajes particulares. Y es que entonces no se tenía visión de futuro y no se construyeron garajes bajo los edificios, como en la actualidad. La expansión del automóvil, en la actualidad varios en una misma familia, hizo surgir el problema del estacionamiento, que todavía perdura. Demasiados coches para un espacio callejero tan reducido. Y más cuando ya en el siglo XXI se construyeron al lado los grandes almacenes El Corte Inglés, que trajeron consigo un lavado de cara para múltiples calles, algunas incluso reconvertidas a peatonales para favorecer los negocios hosteleros. Un progreso comercial que propició el avance urbanístico de Garrido Sur pero que, al mismo tiempo, condenó a gran parte de su comercio local. De ahí que actualmente sea una de las zonas de la ciudad con más locales cerrados.
El origen de esta parte del barrio entorno a la estación de ferrocarril marcó buena parte de las vidas de sus habitantes. No sólo en lo laboral, también en la infancia. Como recuerda Alfredo Rodríguez, vecino del barrio desde hace más de medio siglo, “de chicos nos gustaba ir a jugar al lado de la vía del tren, cuando pasaba por la avenida de Portugal, le tirábamos piedras o las poníamos en las vías para ver como la locomotora las destrozaba cuando pasaba”. Eran otros tiempos, sin videoconsolas ni teléfonos móviles para ver vídeos de YouTube, una época en que la imaginación daba rienda suelta al entretenimiento de los más pequeños. En invierno, aprovechaban el barro de las calles para jugar al clavo, y en verano, la arena para las canicas, sobre todo ‘el gua’, la peonza o las chapas. También aprovechaban las tierras más allá de Alfonso IX, lo que hoy es Garrido Norte, para jugar al fútbol. “Las explanadas que había eran muy buenas para echar partidos, en la plaza de Barcelona, que entonces era un secarral, iban muchos chavales, poníamos dos piedras grandes como porterías y a correr detrás del balón”.
Las familias de Garrido Sur eran humildes, en su mayoría obreras, porque lo que apenas tenían tiempo para el ocio. Su día a día transcurría en sus labores, los hombres en la estación de ferrocarril, obras de construcción o las cercanas fábricas entre El Rollo y Puente Ladrillo; las mujeres, cuidando de la casa y la descendencia. Pero siempre había tiempo para conversar con el vecino, principalmente en las tiendas de ultramarinos, el epicentro comercial, o las noches de verano al fresco de la medianoche. También los fines de semana. “A muchos nos gustaba ir a ver a los soldados del Cuartel de Caballería (hoy es El Corte Inglés) cuando salían de permiso, a veces tocaba la banda y se juntaba mucha gente a bailar”.
Después, con la evolución de la sociedad, llegaron los cines. El más recordado, Taramona, estaba en el perímetro del barrio, en la avenida de Federico Anaya entonces, actualmente renombrado ese tramo como María Auxiliadora. Era el lugar de encuentro para los enamorados los domingos, aprovechando la oscuridad de la sala, pero también para que las familias pudieran ver los últimos estrenos de la época. “Iba tanta gente que tenían que hacer doble sesión”.
Pero si algo unió también a los vecinos de Garrido Sur fue su iglesia parroquial dedicada a la Virgen de Fátima. Precisamente allí había un pequeño cine que servía de lugar de congregación vecinal y para el trabajo pastoral. Fue entonces cuando surgió la idea de levantar un templo. La primera piedra se colocó en 1955 pero no se inauguró hasta 1960 como filial de la parroquia de San Juan de Sahagún, un edificio vanguardista para la época, con una arquitectura modernista que era orgullo de sus fieles. Después lograría su propia autonomía, como la de un barrio que es una ciudad dentro de Salamanca. La próxima semana, turno para Garrido Norte.