Urbanitas al huerto
Javier A. Muñiz / ICAL
“Jamás había agarrado una azada hasta ahora, pero esto engancha”. Antonio Martiño ha encontrado a sus 72 años una nueva ocupación que le tiene entusiasmado. Cada mañana, toma el petate, atraviesa Salamanca y se va, literalmente, al huerto sin salir del entorno urbano. Es uno de los 617 afortunados adjudicatarios de las parcelas de cultivo que el Ayuntamiento ha impulsado en la ribera del Tormes. Con más de dos millones de euros de inversión de fondos europeos Feder, la capital salmantina encuentra en la agricultura ecológica la mejor manera de 'hacer Europa', mientras lucha contra el cambio climático y favorece la cohesión e integración social.
Junto a la glorieta de Las Aceñas, entre los barrios trastormesinos de Los Alcaldes y Tejares, un gran parque de 100.000 metros cuadrados, con más de dos kilómetros lineales de paseos a la orilla del río, sirve para dar lustre a un espacio hasta ahora asilvestrado y carente de utilidad. Empleando todo tipo de materiales ecológicos, con la sostenibilidad como ulterior máxima, los huertos urbanos se integran en un espacio natural que cuenta además con 550 árboles y 1.866 arbustos, y 9.177 metros cuadrados de césped, según fuente municipales. Las parcelas, además, se abastecen gracias a la energía renovable de las placas solares. A la entrada, una gran nave de aperos revestida con cantos rodados de Villar de los Álamos recibe a los visitantes.
En pleno mediodía, cuando los rayos del primaveral sol de mayo ya advierten a gritos la inminencia del estío, Antonio trabaja, sin prisa pero sin pausa, en la primera cosecha de su vida. Apenas lleva una semana como hortelano, pero ya está imbuido en el diseño de técnicas de cultivo, de estrategias para proteger sus semillas y de sistemas de riego más óptimos. “Pienso que hago una cosa y me voy, pero después hago otra, y después otra... De repente son las dos y me digo que me voy a comer, que esto no puede ser”, comenta sofocado a Ical. Su objetivo, “pasar el rato y comer unos tomates ricos”. Ya los tiene sembrados en hilera a través de un surco y ha tomado la precaución de protegerlos con botellas para que resistan a las heladas previstas para la próxima semana.
La parcela de Antonio apenas tiene 33 metros, aunque la media son 45. De momento, se muestra “encantado” con la experiencia, a pesar de un ligero coste físico. “Me duelen un poco los riñones después de la primera semana, pero nada que no pueda soportar”, reconoce en tono jocoso. Aunque es neófito en estas lides, se repite que "quién dijo miedo habiendo internet". Además, no le cuesta reconocer que "aquí hay compañeros que son especialistas ya”, mientras muestra la parcela contigua, con los bancales protegidos por ladrillos, y camina hacia la huerta opuesta de su sector, donde trabaja José María. “Este sí que sabe”, bromea.
Ataviado con sombrero de paja y con los brazos en jarra, José María, funcionario jubilado desde hace apenas un año, aunque periodista de carrera, se toma un breve respiro en su nueva labor de cosecha. “No me faltan hobbies, pero esto me pareció atractivo. Lo solicité y aquí estamos”. Aunque su vecino alaba sus dotes, su experiencia, por el momento, según reconoce, es la de un espectador que, “más que nada”, lo que hacía era “disfrutar de los productos de la huerta”. Su abuelo tuvo y su padre también. Nunca es tarde y, además, le viene de familia. “Lo que es trabajar y desempeñar todas las labores que esto lleva consigo era un terreno totalmente desconocido para mí”. Sin embargo, es consciente de que la adjudicación se prolonga por un máximo de cuatro años y solo aspira a vivir en los huertos “una experiencia más, sin grandes pretensiones”.
Sesiones de formación
Ambos, al igual que los más de 600 adjudicatarios de los huertos, han pasado por las obligatorias formaciones que se imparten en la nave de aperos. Miguel González es uno de los encargados de proporcionar a los nuevos hortelanos cursos de formación con el fin de ofrecer unas pautas básicas de cultivo y explicar las normas que rigen la actividad. Tras 40 sesiones impartidas por cuatro formadores diferentes, Miguel encara la última de ellas que se enfoca a los reenganchados por alguna renuncia. No en vano, la lista de espera supera los dos centenares de personas y hubo que sortear las parcelas al superar la demanda el número de huertos disponibles.
Según explica González a Ical, la formación se divide en cuatro bloques. El primero de ellos, referido a información obligada. Lo que todos deben saber antes de iniciar su producción. El segundo se basa en el reglamento que rige la actividad. Más tarde, se distribuye un código de buenas prácticas y, por último, se destina un espacio a la gente que tiene "poca o nula" experiencia en la agricultura ecológica. “Les damos unas nociones básicas sobre cómo delimitar y planificar el espacio para optimizarlo bien, hacer un diseño previo, desplegar los bancales o los surcos, aplicar el tipo de riego adecuado y cómo funcionan los sistemas de rotación de cultivo”, comenta.
El formador advierte que la comercialización de los productos que allí se cosechan está “terminantemente prohibida”, ya que la actividad está pensada para el autocunsumo y el ocio. “Sí se permite, por ejemplo, el intercambio si hay excedentes. Tú me das lechugas, porque te han sobrado, y yo te doy los tomates que tengo de más”, matiza. “Se busca tener productos ecológicos que respeten la salud y el medio ambiente. Por ello, no están permitidos los pesticidas ni los herbicidas. Debemos impactar los menos posible en el entorno que nos rodea”, especifica. Además, insiste en que “a menos que se dispare el coste”, hasta el agua está incluida para los adjudicatarios que apenas pagan 50 euros de fianza al año por disfrutar el servicio.
Iniciativa solidaria
Favoreciendo el requisito de aplicar exclusivamente productos ecológicos, una empresa salmantina, la biotecnológica Tebrio, decidió regalar su fertilizante a las familias con menos recursos que hayan accedido a los huertos. Según explica a Ical Adriana Casillas, CEO de la empresa, convergen con el Ayuntamiento en el objetivo de “concienciar a la población en el uso de productos ecológicos para mitigar el cambio climático”. No en vano, su actividad, referida a la cría de un insecto con múltiples utilidades, produce huella de carbono negativa. “Esto quiere decir que, para el medio ambiente, es mejor que exista nuestra industria a lo contrario”, explica.
Con su iniciativa, Tebrio pretende ir más allá del cuidado del medio ambiente, favoreciendo a familias o personas en riesgo de exclusión social. “Los fundadores somos salmantinos y nos pareció una buena opción, con la que está cayendo, apoyar a todas las personas que utilicen el huerto, no solo como actividad de recreo, sino para alimentarse”, comenta. Así, la empresa tiene un convenio con el vivero Jardinet, en Villamayor e Armuña, que despechará un saco de 20 kilos de fertilizante ecológico a quien acredite un bajo nivel de ingresos. “Nos parecía importante aportar algo a la gente que necesite este huerto para autoconsumo y, de paso, concienciar entre los usuarios sobre las bondades de los productos sostenibles y la agricultura ecológica”, resume.
Distintos usos
Además de los huertos de recreo, existen otros adaptados, por ejemplo, a personas con discapacidad o movilidad reducida. De hecho, los llamados 'de bandeja', junto a la nave de aperos, están integrados en un soporte elevado para permitir la actividad de personas con alguna lesión que les impida agacharse. Otros se destinarán a la formación educativa y a la investigación, aunque su puesta en marcha está pendiente de la redacción de un convenio con las universidades y los centros de investigación de la ciudad. Los que sí están funcionando ya son aquellos destinados a fines sociales, incluidos los que Asprodes utiliza para favorecer la integración laboral de personas con algún tipo de discapacidad.
De hecho, según reconoce a Ical el director del Centro Especial de Empleo de Asprodes, Juan Ramón García, la formación en agricultura ecológica es “fundamental” para sus objetivos. A pie de huerto, explica que imparten cursos de formación de aproximadamente un año, como paso previo al empleo, en los que el 75 por ciento del contenido es de carácter práctico para conferir a estas personas mayores posibilidades de acceso al mercado laboral. “Les enseñamos a cultivar y a gestionar el huerto, pero lo más importante es que se formen en un entorno abierto, fuera del espacio cerrado en el que suelen desenvolverse, para avanzar en la normalización, que es nuestro principal objetivo”, incide.
En definitiva, los huertos urbanos ecológicos de Salamanca han emergido en medio de la primavera de las primaveras, con el ocaso de una pandemia que parece haber devuelto a la población el interés por los entornos naturales, como un espacio de encuentro, reflexión e interconexión del tejido social salmantino, donde el intercambio de experiencias y conocimiento ayuda a enriquecer la convivencia vecinal y la integración social, desde el respeto y el fomento de la igualdad de oportunidades.