Villarino y las brujas de Zarapayas: hogueras de San Juan con cañas y senserina
Villarino de los Aires es el único municipio salmantino -salvando la capital- que honra a San Juan de Sahagún, uno de los patronos del Camino de Santiago. Y no se sabe el por qué de este santoral de un municipio alejado de rutas y caminos. Aunque, según cuentan los vecinos mayores, este Santo les proporcionaba protección contra el mildeu que se llevaba las cosechas de vino, en esta época de junio con los brotes ya salidos. Para honrarlo, al margen de la misa matinal y la procesión, ya perdidas en el tiempo, los acontecimientos tradicionales de fuerte carga social y etnográfica llegaban por la noche con la hogueras que se encendían en los diversos torales y barrios del municipio. Siendo importantes la de la Plaza Mayor y la de La Rebalde. Todas tenían un denominador común, los arbustos que ardían, tales como la senserina, que no es más que tomillo, que ofrece el característico aroma, y las aquí llamadas 'cañas de San Juan', que son las que levantan mucho humo porque nunca arden. Las gentes saltaban las hogueras o 'zajumerios', sahumerios, con el fin de 'ajumarse' para espantar a las brujas y sus 'aojamientos' , mal de ojo, y a los malos espíritus.
Senserina y 'caña de San Juan', para aromatizar y formar humo en las hogueras de San Juan
Esta costumbre aún se conservaba, hasta que llegó la pandemia, con una hermosa hoguera que se prendía en la Plaza Mayor realizada por el Ayuntamiento. Pero este año, con el virus aún flotando, aunque no por estos pagos, y la fuerte tormenta que descargó en el pueblo, nadie se acordó de hogueras ni de San Juan, tan sólo de los huertos y cultivos que han sufrido serios daños y, quién sabe, con el mal de ojo de las brujas, porque haberlas haylas...
Rondas por el pueblo y brujas en el puente de Zarapayas
Además, esta noche, a decir de los mayores, se veían fenómenos extraños. También era muy típica la ronda de San Juan, que los mozos hacían a media noche con gran alegría para poner el ramo a las mozas, lo que originó una de las más bonitas canciones de ronda, dentro del amplio y variado cancionero local, 'La ronda de San Juan', costumbre que ahora se ha perdido. Dice la copla: "De San Juan a San Pedro/ van cinco días,/ que los pasan los mozos/ con grande alegría".
A eso de la medianoche de la víspera de San Juan de Villarino, la Plaza se llenaba de vecinos que eran convocados con el toque del reloj y el sonido de la gaita y el tamboril que recorría las calles del pueblo. En el centro de la Plaza se levantaba una montonera de arbustos –cañas de San Juan y senserina–, alrededor de la que decenas de vecinos esperaban el momento en que el alcalde chiscara la hoguera.
Charras de Villarino con el famoso tamborilero local Gabino
Cuando el reloj del Ayuntamiento daba las doce de la noche, el humo que provocaban las cañas comenzaba a invadir todos los rincones. El olor a tomillo impregnaba los cuerpos y el aire. Era el momento preciso para conjurar los espíritus y ahuyentar a las brujas que, no muy lejos de allí, celebraban su particular fiesta. Los primeros en saltar estos sahumerios, envueltos en un humo espeso, eran los mozos, a los que seguían los más pequeños y, así, hasta que llegaba el turno a las mujeres que levantándose las sayas y dejando al aire las enaguas, también intentaban evitar el conjuro. Y al saltar sobre la hoguera, como era de rigor, los vecinos recitaban una cantinela a modo de fórmula mágica:
Por aquí pasó San Juan,
yo no lo vi,
sarna en ti,
salú en mi.
Las notas de la gaita y el tamboril arreciaban su ritmo de pasacalles. En ese momento, se abrían las casas para que en ellas penetrara la virtud benefactora del humo. En la Plaza, todos los presentes danzaban, brincaban y cantaban al juego del corro asidos de la mano alrededor de las brasas de la hoguera.
Plaza Mayor de Villarino, de cuando las rondas y las brujas, con los postes de las talanqueras para levantar la plaza de toros, hoy desaparecido completamente este conjunto arquitectónico digno de Conjunto Histórico
Mozos y mozas, hombres y mujeres, abuelos y abuelas, niños y jóvenes, formaban un inmenso grupo que integraba la ronda. El tío Chicharro, Juan del Corral, Gabino y Camarolo abrían la marcha con sus gaitas y tamboriles; tras ellos, Félix Roquito repiqueteaba sus castañuelas, Juanjo sacaba dulces notas de su acordeón, la Marchena y las Cherivas marcaban pautas musicales con el almirez, y detrás el gran grupo que rascaba botellas de anís, repicaba en sartenes, melodiaba con tapaderas, tocaba panderos y panderetas, batía palmas y cantaba la ronda de San Juan que levantaba de sus camas a los enfermos, provocaba una sonrisa en las viudas y rememoraba dulces recuerdos en Zacarías, que pasaba bajo sábanas blancas su primera noche de miel.
Calle arriba, calle abajo
cuantos paseos me debes,
ya me los irás pagando
con el tiempo si Dios quiere.
La ronda seguía su marcha hasta que, llegados a la calle Valladrones, las hermanas Inés y Agustina ofrecían a los rondadores dulces, chochos y un exquisito vino blanco con cierto saborcillo dulzón que enervaba la alegría. La moza que asomaba al balcón mostraba una tímida sonrisa que descendía hasta la vista de su pretendiente.
Me pusiste el ramo,
Dios te lo pague.
Me rompiste más tejas
que el ramo vale.
El cortejo seguía por el barrio de Las Flores hasta que llegaba al toral del Castillo, donde Asun ofrecía perrunillas, aceitunas y un trago de aguardiente. Cuando el grupo llegaba a la Plaza, muchos vecinos habían abandonado la ronda. Los más jóvenes seguían su particular fiesta.
A coger el trébole,
el trébole, el trébole.
A coger el trébole
los mis amores van.
El aquelarre de Zarapayas
Mientras el pueblo ahuyentaba los mal de ojos, bailaba y cantaba, Concha Bartolomé García, a la que los vecinos conocían como la tía Casalera, bajaba por un camino ancho, empedrado y lleno de bastardos que se cruzaban en la vereda y relucían con su pelambrera con la claridad de la luna llena. En la hondonada del camino se atisbaba un valle en esa noche de luz, que divide en dos un caudaloso arroyo. De la oscuridad se elevaban gritos imperceptibles en la distancia. Tras pasar una curva, la inquietante mujer, toda ella de riguroso luto, se incorporó a una inmensa lumbre que envolvía en rojo a un puente. Alrededor de la hoguera varias sombras giraban y giraban con ademanes extraños y melena al viento. Eran la brujas que celebraban su fiesta bajo el puente del regato Zarapayas. Villarino siempre ha sido un pueblo en el que pasan cosas raras y, decían, solo imputables a las brujas.
Puente del regato Zarapayas, hoy comido por la maleza...
Nada tenía de extraño este aquelarre, porque era precisamente en este pueblo de La Ribera donde las brujas sayaguesas y la riberanas celebraban sus bailoteos en el puente de Zarapayas. Aunque también las había de otros lugares. Decían las abuelas, "a la cama, que andan brujas y son catalanas".
Contaban que un mozo, una noche venía de pescar y cuando iba derecho al cachón de Toro, en la aceña Nueva, sintió un ruido en el valle de Zarapayas y se paró a escuchar. Vio un baile, venga a tocar, venga a bailar. Lo primero que pensó es que esa noche ya no pescaba nada, porque "andaban paquí estas". El hombre siguió su camino de Arnales y llegó a la falla Palombera, bajó al río Tormes y vio una luz en los picones de Fermoselle. Y dijo para sí, "esta noche ya acabé". Tiró una partida, tiró varias veces la red hasta que se prendió sin dar nada. Se tuvo que venir para casa y, cuando se puso a cruzar el puente de Zarapayas, intentaron agarrarlo por el brazo.
Pero ahí no quedan las leyendas. Refieren por el pueblo que una mujer era bruja y, después de que acostaba al marido, todas las noches, "ella marchaba a lo que iba". Una noche, el marido decidió dormir encima del escaño, pegado a la lumbre de la chimenea, para ver dónde iba o qué hacía la mujer. Y esta no hacía más que preguntarle, "¿no te acuestas ya, demonio...?". Y el marido le contestaba, "no, esta noche me quiero quedar a dormir aquí". Cuando la mujer observó que su hombre no se iba a la cama se puso a hacer las cosas que más tuviera a mano. Sacó un tiesto, que decía que tenía una "medecina" y se untó la cara. Cuando "se acabo de dar" él estaba roncando. Pensando que el marido ya estaba dormido, dijo:
Sin Dios y sin Santa María
Por la chimenea arriba,
Por cima de nogales
Por cima de zarzales
A los arenales de Sevilla.
Entonces ella se marchó. El marido se levantó e intentó imitarla cogiendo el tiesto y untándose como ella y dijo:
Con Dios y Santa María
Por la chimenea arriba,
Por entre nogales
Por entre zarzales
A los arenales de Sevilla.
Iba la chimenea arriba y se caía para abajo. Venga a darse calabazones una vez y otra. Sólo se preguntaba cómo era posible que quería subir y no podía. Cuando ya pensó que tenía que haber dicho mal el conjuro, porque "si ella subió y yo me caigo. No tuve que decir bien". Y dijo entonces:
Sin Dios y sin Santa María
Por la chimenea arriba,
Por entre nogales
Por bajo de zarzales
A los arenales de Sevilla.
Logró salir por la chimenea pero se metió entre los zarzales y se arrasguñó. Y llegó hasta donde estaban ellas y las encontró bailando y brincando. Le preguntó la mujer: "¿Pero qué te ha pasado hombre de Dios?" porque iba todo rasguñao, y le curaron como pudieron las heridas. Al poco, las brujas cogieron a un niño que reposaba en un capazo de mimbre, y se lo pasaron de brazo en brazo. Los niños, dicen, que los robaban a sus madres por la noche cuando ellas dormían, casi siempre hospicianos o hijos de hospicianas. Y recitaban:
Tomalo p'allá,
tíralo p'acá.
Y la puta
de tu madre
en casa está.
Avanzada la noche, cogieron las brujas el tiesto y se volvieron a untar y desaparecieron, dejando allí al pobre marido, que subió para el pueblo como 'Dios lo trajo al mundo', y lo que se encontró, pasadas las primeras cuadras, fue una bodega. Entró y encontró a un grupo de hombres bebiendo vino de una cuba. Le dieron de beber y dijo: "Jesús, qué culo más negro tiene". Mentó a Jesús y todos escaparon y lo dejaron en carnículas, como venía desde Zarapayas, en la cuba. El criado del tío Juan Francisco fue por la mañana a buscar vino y lo encontró en la mitad de la cuba 'escarnachao' y en 'carnículas'. El criado se fue a escape corriendo a casa: "Amo, coja usted una escopeta que hay un hombre escarnachao y en carnículas encima de la cuba". Y llegó el amo a escape y le dijo el pobre hombre: "Quieto tío Juan Francisco, que os voy a contar lo que 'mapasao' esta noche. Yo me fui con las brujas", y les contó todo lo acontecido y, de paso, narró cuando tenían los hombres que irle besando al diablo el culo según bebían en la bodega, y dijo: "¡Ay, Jesús, qué culo más negro tiene, pues todos escaparon y a mí me dejaron aquí en carnículas en mitad de la cuba".
Manuel, otro pescador del pueblo, una noche se venía para casa con las manos limpias, no había pescado nada en toda la noche en Ambasaguas, porque una bruja le echó mal de ojo. Al día siguiente se encuentra la que él creía que era y le dijo: "El día que te pesque te voy a señalar bien señalá". Y salió a intentar cazarla esa noche. Puso una vela debajo de un barreñón. Vio entrar un gato y le intentó echar mano. Le tiró de la cabeza haciendo fuerza en el pescuezo y al otro día apareció la mujer que creía bruja "con las narices señalá" y no le volvió a dar más guerra.
Como junto al mal está el remedio, si alguna vez vienes a Villarino viajero y "malas brujas rabiosas te aojaran, doyte el remedio: cuando alguien tiene mal de ojo se cura con una yerba que se llama maldeojo, tres ojas de oliva, unos pedacitos de caña de San Juan, tres granitos de sal y tres pintas de aceite. Se pone una lata de brasitas, y después todo en un rebujón se quema con la lumbre, y con aquel humo se pasa, si es niño, por el humo, y si es una caballería debajo del vientre para que le dé el humo". Y si, por el camino, te encuentras a una mujer que tienen por bruja en el pueblo, te conviene decir: "Sábado hoy, domingo mañana", y queda uno libre de su influencia.
Y para cerrar esta historia (Viaje a Villarino. Luis Falcón, 2001), no te olvides de cantar cuando vas por la calle:
Trae, trae, tráeme la saya verde
trae, trae, tráeme la colorá,
trae, trae, tráemela Marianita
trae, trae, tráemela para acá.
Me dijiste que era un gatolo que entró por tu ventana,
en mi vida he visto yo
gato negro y con sotana.
Bodega típica de Villarino, llamada de 'Amable'