Una vida militar dedicada a las misiones en el exterior
Kosovo, Indonesia, Afganistán, Líbano, Irak o son algunos de los destinos a los que han viajado los militares del Regimiento de Ingenieros de Salamanca, la unidad que más misiones en el exterior ha realizado en toda España en la época moderna y en todos los continentes, salvo Oceanía. Desde el primer viaje a la antigua Yugoslavia hasta la actualidad se acumulan cientos de experiencias a través de las personas que deciden dedicar su vida al ejército. El teniente Francisco Caballero, el sargento Primero José Marcos Maide y la cabo primero Noelia Mosteiro, todos ellos con una dilatadísima experiencia en misiones al exterior, detallan a la Agencia Ical sus vivencias, desde las anécdotas más divertidas, hasta los momentos crudos, pasando por los cambios en los últimos veinte años.
“Ir de misión es una realización personal y profesional que nos completa como militares”, sentencia la cabo primero. En lo que coinciden sus compañeros, quienes afirman que “el punto de vista diferente” que aporta una misión no se puede alcanzar de otra manera “por muchos años que esté de servicio en una unidad en la que no ha salido para nada”.
Pero, ¿cómo empieza todo? Es el propio Ejército el que determina qué unidad conformar para cumplir las necesidades de cada momento. El REI 11, por ejemplo, se dedica a la construcción vertical y horizontal, lo que implica el despliegue y repliegue de bases, con trabajos de albañilería, abastecimiento de agua o suministro de electricidad. De esta manera, dependiendo de la carga de trabajo se pueden establecer misiones de hasta seis meses de duración, con relevos si fuese necesario.
La marcha de casa
El teniente Caballero compara la partida al trabajo de los futbolistas: “están entrenando toda la semana para jugar el fin de semana. Nosotros somos iguales, estamos deseando salir”. Admite que “el mayor problema es la familia”, ya que “en realidad, los que sufren son ellos porque nosotros estamos deseando salir y hacer nuestro trabajo”. En su caso, el sargento Marcos Maide añade que, a medida que va pasando el tiempo, se gana en experiencia: “en la primera misión no sufres lo mismo que en la segunda o tercera”. En este sentido, coincide en que “los que sufren realmente son los que se quedan aquí, porque el concepto de tiempo cambia”.
En este sentido, la mejora de las telecomunicaciones ha supuesto una mejora clave, ya que permite tener un contacto diario con la familia. Recuerdan cómo antiguamente solo podían llamar una vez al mes o cada quince días y la única información que recibían los familiares era aquella que daban los medios de comunicación de bombas o atentados. “El hecho de tener contacto diario con tu gente facilita mucho que tu familia no piense que te ha podido pasar algo”, apunta el sargento primero.
Una mochila de experiencias
Los tres recuerdan especialmente la primera misión que realizaron. En el caso del teniente fue en 2002-2003 en Kosovo, un trabajo que afrontó con “mucha ilusión y muchas ganas”, aunque con “incertidumbre total”, porque fue el primer viaje que le permitió conocer otras culturas. El sargento primero recuerda especialmente el olor cuando bajó del avión en Kabul entre 2002-2003: “no lo he olvidado nunca”. En su caso, al moverse por la ciudad diariamente, aprovechó para hacer fotos con su cámara analógica. La cabo primero tuvo su primera misión en la antigua Yugoslavia en el 99, una experiencia “inolvidable” que recuerda especialmente porque se recorrió todo el país para hacer el reconocimiento de puentes: “es un país precioso que me recuerda mucho a mi Asturias natal”.
Aunque la primera misión siempre se recuerda más, cuando llegan nuevos destinos impactan igualmente, porque “cada lugar es completamente diferente”. El teniente fue una de las personas que viajaron a Indonesia para ofrecer ayuda humanitaria tras el tsunami de 2005. En ese caso no había un conflicto armado ni una escala de violencia, pero sí tuvo un gran impacto al desescombrar y ver cadáveres enterrados. La gente del lugar, también le impresionó, al ver que “después lo que sufrieron, con familias muertas, que lo poco que tenían te lo ofrecían”.
De unas misiones a otras ganan madurez y un sentido más práctico de lo material, que también varía dependiendo de la zona. “No es lo mismo Bosnia, que tienes al lado Croacia que es una ciudad turística, que irte a Kabul”, puntualiza la cabo primero Mosteiro. “Valoras cómo la gente que no tiene nada te da lo poco que tiene. Doy las gracias por todas esas experiencias tan gratificantes que me aportó el uniforme, porque sino no hubiera sido posible”, subraya.
Sin embargo, no todas fueron experiencias gratificantes. Mosteiro recuerda cómo estaba en Afganistán cuando se estrelló el Yak-42 en 2003. Ella era una de las personas que hizo el relevo a los que se marcharon de allí tras varios meses y que después se estrellaron. “Fue muy duro porque conocías a la gente, son situaciones que te hacen valorar más, que hay que disfrutar lo que hay en el día a día”, rememora.
En cuanto a la sensación de peligro, el sargento primero Marcos Maide apunta que tienen “un concepto diferente” que se gana con el tiempo. “A medida que ganamos experiencia, no es que no tengas miedo, si no que lo asumes de una manera diferente”, añade. No obstante, cuentan con una preparación para tener la máxima seguridad, por lo que se minimiza esa sensación de peligro, siempre teniendo en cuenta una flexibilidad ante posibles cambios, explica el teniente.
¿Cómo es el día a día en una misión exterior? De nuevo, depende mucho de la zona y de sus costumbres y climatología. En Afganistán, por ejemplo, se levantaban a las 04.00 horas de la mañana para dejar de trabajar sobre las 15.00 debido al calor. Y en los países musulmanes el viernes era el día de descanso. Los tres recalcan que, de cualquier manera, el concepto de tiempo allí es diferente porque “siempre estás ocupado”.
El tiempo libre también se sujeta al país, ya que si está permitido salir de la base, pueden salir a conocer la zona. Si no, pueden hacer deporte, ir a la cantina, leer o ver una película. Esto, como todo, también ha cambiado mucho desde las primeras misiones en las que, si había suerte, otras unidades vendían la tele al hacer el relevo. Ahora cada uno puede llevar su propia tablet, por ejemplo. También se aprovecha el tiempo para estrechar relaciones y conocer otros ejércitos. “Los italianos en el 99 no tenían mujeres en el ejército, y que las españolas fuéramos militares les llamaba muchísimo la atención”, recuerda Mosteiro.
La vuelta a casa
Tras varios meses llevando una rutina militar, llega el momento de volver a casa y adaptarse de nuevo a la vida civil. Los tres recuerdan anécdotas de los primeros días de su vuelta, como sentir que iba rapidísimo en una carretera de 90 kilómetros por hora en el caso del teniente tras regresar de Kosovo, donde circulaba a 60; o llevarse el papel higiénico del baño a la habitación, como parte de la costumbre de llevarse su propia toalla y neceser a los baños comunes de la base, en el caso de la cabo primero.
La comida es una parte clave. ¿Los menús más solicitados tras la vuelta? Unos huevos fritos con patatas y un filete o unas lentejas. El sargento primero recuerda que cuando regresó de su primera misión, tras ver a su familia, a las pocas horas se fue a dar un paseo solo por la Plaza Mayor de Salamanca y a tomar un café. “Echas de menos cosas muy básicas. Esa experiencia te la metes en la mochila, tienes experiencias para contar a tus hijos y nietos”, detalla.
Nuevas misiones
“Tengo unas ganas locas de volver a salir”, afirma el teniente. La unidad del Regimiento de Ingenieros no ha sido demandada para salir de misiones al exterior en los últimos años, excepto a la Antártida en 2019-2020. Debido a la pandemia, se han enfocado en la Operación Balmis y Baluarte o la Operación Tormenta con la gran nevada. “Estamos para lo que se necesite”, afirman. No obstante, remarcan que aunque actualmente no hay unidades enteras, “es raro el momento en el que no hay un representante del Regimiento en alguna parte del mundo”. Actualmente, de hecho, hay representantes en Letonia y Mali.
Un trabajo duro y sacrificado en el que se consideran unos afortunados “porque trabajamos en algo que nos gusta, estamos ayudando a nuestro país, y estamos viviendo unas experiencias que ,si no fuera por el Ejército, sería imposible”. Tal y como explica el sargento primero, a nivel personal “te ayuda a ver el mundo fuera de tu zona de confort” y, a nivel profesional, “las experiencias que vives no las vas a olvidar nunca”.