Santa Teresa de Jesús entra en clausura entre aplausos y vítores de los albenses
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-"¿Quién os trajo acá, doncella,/ del valle de la tristura?/ -Dios y mi buena ventura./". Acá llegó Teresa de Jesús para hacer de la Villa Ducal su morada eterna, motivo de peregrinación y destino internacional de creyentes y turistas. Por este motivo, los albenses cada 15 de octubre renuevan su devoción a la Santa más universal, que tiene su cúlmen cada 22, con una procesión multitudinaria llena de vítores y aplausos, cuando la imagen regresa a la clasura en el convento carmelita envuelta en una nube de incienso.
Cientos de personas, no sólo vecinos de la villa, sino de toda la comarca e incluso de otras zonas más lejanas de la provincia, acuden a venerar con su presencia a la Santa andariega que, aunque nacida en Ávila, quiso que Alba de Tormes fuese su morada eterna. Gentes de todas las edades y condiciones, con la Corporación al frente, con su alcaldesa, Concepción Miguélez, que recoge el bastón del concejo, junto al séquito carmelita, encabezado por su prior, Miguel Ángel González, pueblan las calles de la Villa Ducal, por donde ufana andaba Teresa más de quinientos años atrás para hacer de este lugar centro internacional de devoción teresiana.
Repican las campanas del convento y suenan los acordes de marcha religiosa de la Banda Municipal de Alba de Tormes, dirigida por Mario Vercher, mientras el incienso impregna de aroma religioso todo el centro de esta villa. Y como escribía Teresa de Cepeda y Ahumada. "Mirad los cobardes/ aquesta doncella,/ que no estima el oro/ ni verse tan bella". Con la actualidad de las letras de la Santa en días de tanta vanidad, los albenses finalizan sus fiestas.
Alba de Tormes y Teresa de Jesús
Alba de Tormes y Santa Teresa están muy unidos, Santa Teresa de Jesús fundó en 1571 el convento de carmelitas descalzas de la Anunciación en Alba de Tormes, y en este convento morirá Teresa en 1582. Desde entonces, esta villa y esta santa no se explican una sin la otra. Alba es la villa ducal de la Casa de tal nombre, en el siglo XVI es una segunda Corte Española, en la cual se agrupan hombres de letras, políticos o militares y toda una población ambulante que giraba alrededor de los Duques. A ello se debe la proyección que Alba tendrá en la literatura, el arte y la cultura española de la época, cuyo mejor exponente está en los conocidos versos de Garcilaso: En la ribera verde y deleitosa/ del sacro Tormes, dulce y claro río/ hay una vega grande y espaciosa,/ verde en el medio del invierno frío,/ en el otoño verde y primavera,/ verde en la fuerza del ardiente estío.
El recuerdo de Teresa y Juan de la Cruz en el viajero
Con el recuerdo de la Santa, el viajero acude al convento de La Anunciación de las Carmelitas y Sepulcro de Santa Teresa, que lo fundó en 1571, declarado Monumento Histórico-Artístico. La capilla mayor del templo acoge el cuerpo y las reliquias de la Santa, y también conserva la celda donde murió y el primer enterramiento y ahora su Museo Carmus –sobre el que volveremos-. Al lado se halla la iglesia de San Juan de la Cruz, que data de 1692 y 1695, que ahora tiene un gran valor museístico y espiritual, en su silencio deleitarnos con atención en la lectura de su obra de un profundo sentimiento religioso, que roza lo místico. El viajero, apasionado de la obra de Juan de la Cruz, lee con atención y nota en un pequeño instante una sensualidad y un erotismo encubierto detrás de su profunda vocación religiosa. En su mochila siempre viajan, una veces el 'Cántico espiritual', otras la 'Noche oscura' y cuándo no 'Llama de amor viva'. Suena el órgano en la frescura del templo entonando acordes gregorianos. “Buscando mis amores,/yré por esos montes y riberas;/ ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras,/ y passaré los fuertes y fronteras”, es el eco de Juan de la Cruz en el corazón del viajero.
Ya, con la noche entrada, el viajero deja la Villa Ducal, no sin antes hacer parada en Casa Fidel para degustar una fresca cerveza y la afamada jeta. Cruza el río Tormes, por donde paseaba Garcilaso y, a la mente, le viene el poema de Juan de la Cruz:
Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.