Aún persisten diferencias muy sustanciales entre los pueblos y la ciudad, y más para aquellos que busquen emociones raras. Por ello, no deben dejar pasar una noche de ánimas en algún pueblo, como es el caso de La Alberca y Mogarraz, enclavados en el corazón de la Sierra de Francia, donde la necesidad nos hizo albergar esa noche.
Lugar donde las campanas de la iglesia tienen también su propio lenguaje, que también suenan en estas noches de difuntos. Cuando tocan a muerto, si suenan 9 campanadas, el muerto es un hombre, si suenan 8, la muerta es una mujer. Pero si suenan 33 campanadas, el difunto era cofrade del Santo Cristo del Sudor, si suenan 49, el difunto era cofrade de San Juan de Sahagún.
La Sierra de Francia guarda tradiciones desde antaño, otras las recupera, quizás otras las invente. Es una zona donde fiestas, como la de San Juan o el Día de los Difuntos, se convierten en un auténtico rito en el que lo profano y lo sagrado se confunden creando un halo de misticismo en todo aquel que participa. Un bello paraje en la provincia, un lugar misterioso en la tierra… De lo que no cabe la menor duda, es que la relación de estos pueblos con la muerte es estrecha, como acontece también en La Raya. Tanto es así que, incluso, esta forma de ser serrana llegó a forjar la creación de un traje especial para despedir a los difuntos, llamado 'traje del ventioseno', íntegramente negro y austero y sin ningún tipo de alhajas, que resulta mucho más tétrico sobre las medias blancas de quienes lo visten, principalmente en La Alberca. Y para recordar esa relación de la vida con la muerte, 'La moza de ánimas' recorre los pueblos cuando se hacen las tinieblas.
Porque las costumbres en la Sierra, por mucho que impresionen, se ven con total naturalidad. Es el caso de la ya conocida por estudiada y acompañada 'moza de ánimas', que no solo es propia de La Alberca, sino de otros muchos de esta zona de la Sierra de Francia como Mogarraz, y de otros pueblos de la geografía salmantina, como acontecía en La Ribera o en núcleos más cercanos de Las Hurdes y Sierra de Gata.
No queda atisbo alguno de duda de que La Alberca, por donde pasea el viajero este viernes de difuntos, es un pueblo donde siguen vivas muchas costumbres tradicionales, algunas de ellas relacionadas con la superstición y el misterio. Y, sobre todo, con la religión. Paseando por el pueblo se pueden contemplar en los dinteles de las puertas de las casas inscripciones con leyendas religioso, cuyo fin es proteger a sus propietarios. Recorre las estrechas y laberínticas calles albercanas sumergido en el silencio y en la tranquilidad de un municipio serrano. Las horas pasan demostrando que el tiempo, en este lugar, se mueve con otro ritmo de paz y sosiego. Una paz que se transmuta en inquietud cuando llegan las tinieblas.
Primeros viernes de mes
Está bien entrada la noche cuando el viajero, acompañado por unos amigos serranos, se dirige a la iglesia. Una suave brisa, fría, muy fría, cuajada con algunas gotas de agua, los calan. Presagian una mala noche. Sorprendiendo por la esquina de una calleja, unas lucecitas, oscilantes, avanzan hacia el templo y hacia los hombres. Son otros fieles, tanto hombres como mujeres, que van alumbrándose con faroles a tocar por sus muertos.
De pronto, escucha una campana. Tres toques de campana. Se acerca hasta el punto que rompe el silencio y contempla tres sombras, caminando despacio, mientras rezan una oración que se le hace ininteligible. Tres mujeres vestidas de negro forman una extraña y lúgubre comitiva. No es una visión. Lo que establece es una tradición albercana iniciada en el siglo XVI, 'La moza de ánimas', que trata de conmover a los vecinos a rezar por las ánimas que están en el Purgatorio ya que según dicen,
- Las del cielo no lo necesitan y las del infierno no lo merecen.
Cada viernes del año, con la noche entrada, haga frio, calor o llueva, sin hora fija, cuando el sol se oculta en el horizonte y la noche levanta su manto, una 'moza', que en realidad es una mujer de cualquier edad, incluso avanzada, recorre las estrechas y oscuras calles del pueblo, acompañada por otras dos mozas más, tocando una esquila y portando un candil, mientras rezan el rosario. Cuando llega a las esquinas señaladas, da tres toques de esquila, y entona una salmodia por todas las almas del Purgatorio:
- Fieles cristianos, acordémonos de las Benditas Almas del Purgatorio con un Padrenuestro y un Ave María por el amor de Dios...
Da tres nuevos toques a la esquila para seguir rezando.
- Otro Padrenuestro y otra Avemaría por los que están en pecado mortal, para que Su Divina Majestad los saque de tal miserable estado.
El viajero y sus amigos se unen al pequeño grupo de penitentes, que vienen cogidas del brazo, rezando el rosario y se marchan así a otra esquina. Hace sonar la esquila dando otros tres toques, y continúan su camino sin dejar de rezar:
Pecador las once son
y en ellas contemplarás
que todo el mundo se acaba
como estamos estarás...
Una cotidiana pervivencia, mientras haya mujeres
De regreso a nuestros días, a una realidad que en la Sierra de Francia no se pierde, este rito de difuntos tiene cotidiana pervivencia: todos los viernes, al oscurecer, recorre el pueblo la esquila de las ánimas, que lleva una mujer que toca en todas las esquinas a la vez que entona una salmodia por las almas del purgatorio.
Hace sonar la esquila por última vez dando otros tres toques, y continúa sin dejar de rezar, hasta completar el recorrido. Mujeres voluntarias la siguen, acompañando sus rezos y sus cánticos. Hace sonar la esquila dando otros tres toques, y continúa su camino sin dejar de rezar, hasta completar un recorrido de aproximadamente treinta minutos, mientras sus convecinos rezan, dentro de sus hogares, en recuerdo de sus difuntos.
La comitiva camina con paso lento hasta que, de repente, se detiene ante una de las casas. La mujer que lleva el farol y la esquila, vestida de negro y cubierta con una mantilla, se vuelve hacia la puerta y recita una oración. Tal vez en recuerdo de algún fallecido. La puerta se abre y una mano les entrega alguna ofrenda, probablemente unas monedas para que paguen una misa en recuerdo del fallecido.
Esta tradición de La Alberca, y recuperada también en Mogarraz, es una costumbre que las mujeres mogarreñas la realizan por medio de una 'manda', que es una promesa para rezarle a todos los difuntos. Ya existe desde hace mucho tiempo, y tienen la firme convicción de que todos los días, llueva, nieve o caigan piedras del cielo, 'La moza de ánimas', debe hacer su ruta por el pueblo. Esta tradición ancestral de mujeres se ha mantenido intacta a lo largo de los siglos, y actualmente un puñado de 'mozas de ánimas' se reparten su turno, un mes cada una, como señal de agradecimiento a peticiones concedidas, movidas por alguna promesa o simplemente por devoción.
Cuenta la leyenda que desde que existe esta tradición en La Alberca, tan sólo una noche la moza de ánimas no salió a hacer su recorrido, y no lo hizo porque fue asesinada de manera misteriosa ese mismo día. Otra leyenda cuenta que la mujer, aterrorizada por los elementos que se unieron aquella noche, frío, lobos, nieve y una oscuridad extrema, prefirió quedarse al abrigo de su casa en aquellas gélidas horas. Aun así, los habitantes del pueblo aseguran que esa noche escucharon perfectamente cómo sonaba la esquila, al igual que todas las noches, al paso por sus casas, sabiendo que la moza de ánimas estaba muerta y que no había salido nadie en su sustitución, y en Mogarraz alguna vez hasta las ánimas "se han dejado ver".
La procesión finaliza en un lugar misterioso y tétrico, un antiguo osario alojado en una hornacina, situada en la fachada exterior de la Iglesia de la Asunción, que contiene dos calaveras, para recordar que tenemos que morir. No deja de ser otro recuerdo a las ánimas, que siempre se les tiene presentes. Unos candiles y un cirio todos los días permanecen encendidos a modo de luz, para guiar a quienes se encuentran en el inframundo.
El viajero llega a la iglesia acompañado por los serranos que le hacen de guía y que, de paso, le invitan a subir a la torre,
- 'Ca' cual ha de tocar por los sus muertos… 'Pa' su bien, así ha de ser.
Dejan atrás a un grupo de mozos que, en una hermosa lumbre en el campanario, asan una cuartilla de castañas, a lo que llaman calboches, que se comen a lo largo de la noche acompañadas de medio pellejo de vino. Cuando abandonan la iglesia, la mala noche sigue paseando frío y lluvia helada en sus rostros. Se encaminan a la casa de uno de los amigos serranos.
Al amparo de la lumbre en la cocina, sentados en un escaño, el serrano explica:
- Mientras se está dando el 'doble' y el responso por un ánima, la 'probe' queda 'aliviá' de sus penas...
Ante la extrañeza del viajero, el hombre incide:
- 'Pos' tengo así como 'entendío' que las mismas ánimas hasta alguna vez se han dejado ver... 'Usté' lo 'pue' creer o no. Yo lo he oído así desde siempre, desde muchachejo.
Es tarde ya y la lumbre parece consumirse con las horas. Por una escalera de madera sube a su alcoba. La curiosidad le hace abrir el pequeño ventanuco, no ve nada, pero oírse, sí se oye, el 'doble' de las campanas de la iglesia, el repique de una esquila y una voz profunda que pide por las "benditas ánimas", y se pierde con el viento serrano en la noche oscura, de la sierra o de nuestras vidas. A ciencia cierta no lo sabe.
"Afortunadamente, aquí no existe un final. Las leyendas, el misterio, el embrujo, y todo ello y el tiempo que aquí quedó quieto, y con él las calles, las paredes de unos edificios, sus tejados, casas de siglos atrás, llenas de vida... es encontrarnos en otra época, en un tiempo donde las pequeñas cosas eran admiradas y queridas en esencia".