Salamanca no ha sido ajena al rastro de dolor, destrucción y barbarie que ha dejado a su paso ETA, durante los más de 43 años de actividad terrorista. La capital y la provincia ha sido terreno de cultivo para terroristas nacidos en la propia tierra, comandos que iban y venían y también se escondían, bombas, asesinatos y mutilaciones. Ahora, los 'cachorros' que aún siguen haciendo de las suyas y que, en muchas ocasiones, veranean en los pueblos de sus ancestros. La realidad, constatada años después y puesta de manifiesto a este diario por miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que han luchado contra la banda, "ETA disponía en Salamanca de una mayor estructura de la que se creía".
Todo tiene un inicio, era un 2 de septiembre de 1992 cuando la banda sorprendió a la tranquila ciudad universitaria con su primer atentado, que le segó la vida al coronel Antonio Heredero, a los 55 años de edad, natural de Calatayud (Zaragoza). El militar iniciaba el ascenso en su vehículo por la rampa del garaje, situado en el número 38 del paseo de la Estación, cuando un explosivo, tipo péndulo, hizo saltar por los aires su coche. El atentado se le atribuyó al comando de ETA que habitualmente operaba en Madrid, y uno de los más sanguinarios. La potencia del artefacto destrozó completamente el coche del coronel e hizo que el cadáver quedara irreconocible.
El segundo atentado mutiló las piernas del capitán Aliste
El siguiente atentado de la banda terrorista en la capital del Tormes se produjo el 11 de noviembre de 1995, es decir, tres años después del asesinato de Heredero. Un atentado le causó gravísimas heridas al capitán de Caballería Juan Aliste Fernández, de 40 años, que perdió las dos piernas por la explosión de una bomba adosada en los bajos de su coche. Casado, padre de un niño y dos niñas, el capitán Aliste nació en la localidad zamorana de Rivas de Aliste en 1955. Ingresó en el Ejército en 1974.
El artefacto, activado por un temporarizador, estalló dos minutos después de que dejara en el colegió a su hija Leticia y a dos amigas de ésta, y se dirigiera, en la zona de la plaza de toros La Glorieta, a trabajar al cuartel de Caballería Julián Sánchez 'El Charro', eran las 8:23 horas de aquella mañana de invierno.
Bajo el asiento del conductor en el vehículo, un Fiat Regata, la chapa presentaba un boquete de medio metro causado por la explosión, y el morro del automóvil se encontraba reventado, aunque sólo perdió parte del parachoques. Los terroristas utilizaron "información antigua", recopilada por el comando que hacía tres años facilitó el asesinato, el 2 de septiembre de 1992, del coronel Antonio Herrero Gil en la capital salmantina. El comando Madrid, del que hablaremos después, seguía creando terror.
Salmantinos asesinados fuera de Salamanca
A estas dos familias salmantinas se han sumado en estas tres décadas otras cuarenta, entre asesinados, mutilados, viudas, huérfanos y padres que han perdido a sus hijos, que han sufrido la violencia de ETA. En la larga y demoledora lista de víctimas de la banda terrorista, también aparecen los nombres de más de una veintena de salmantinos, la mayoría destinados como guardias civiles en el País Vasco y Navarra.
Los dos primeros de la lista fueron Argimiro García y Luis Santos. El primero, agente de la Guardia Civil de 50 años y natural de Aldeadávila de la Ribera, estaba casado y tenía siete hijos, tres varones y cuatro mujeres, con edades comprendidas entre los 26 y los 14 años. Hacía veinticinco años que pertenecía a la Guardia Civil y llevaba siete destinado en Mondragón.
Argimiro solía pasear por las calles del municipio guipuzcoano con el subteniente Luis Santos, salmantino como él, y tomar un vino en algún bar de la localidad donde llevaban destinados seis y siete años, respectivamente. El 17 de diciembre de 1974, los dos guardias se encaminaron por la calle del Ferial. Argimiro iba de paisano, pero Santos, el comandante del puesto, llevaba el uniforme. Minutos después de las 20:30 horas, los ocupantes de un Seat matrícula BI-0945-E, robado unas horas antes a punta de pistola, se pusieron a la altura de los dos guardias civiles y dispararon una ráfaga de ametralladora. Los dos agentes quedaron tendidos en el suelo mientras personal y clientes del cine Gurea, situado frente al lugar, acudían a auxiliarles. Los terroristas, cuatro o cinco según los testigos, huyeron en el mismo coche, chocaron con otro vehículo y lo abandonaron a unos cuatrocientos metros. Argimiro estaba casado y tenía siete hijos de entre 14 y 26 años. Sus heridas eran de tal gravedad que falleció antes de llegar a un centro médico.
En ese mismo atentado, también perdió la vida el subteniente Luis Santos Hernández, natural de Alamedilla, tras ser ametrallado por varios etarras junto a su compañero Argimiro García Estévez en Mondragón, el 17 de diciembre de 1974. A pesar de las heridas sufridas, Santos fue hablando por el camino mientras era trasladado al centro asistencial de la localidad y, desde allí, al hospital de Cruces, donde fue sometido a una intervención quirúrgica de urgencia. A las 23:30 horas falleció. Santos estaba casado y tenía una hija de 24 años y un hijo de 25. Ingresó en la Guardia Civil en 1944 y estaba destinado en Mondragón desde 1968.
El teniente Domingo Sánchez Muñoz, de Sobradillo (Salamanca) y 48 años, participaba en el operativo que buscaba a los etarras que asesinaron a Andrés Segovia Peralta en Gernika ocho días antes. Entre las cuatro y las cinco de la madrugada del 14 de mayo de 1975, Domingo y otros guardias civiles tomaron posiciones en varias carreteras de acceso a la villa. Hacia las 6 llegaron al número 47 de la calle Señorío de Vizcaya y llamaron a la vivienda, en la planta baja. Los propietarios, Ignacio Garay Lejarreta y su mujer, Blanca Saralegui Allende, acudieron mientras dos miembros de ETA intentaban huir por una ventana. Frente a ella estaba Domingo Sánchez. Los etarras abrieron fuego alcanzando en la cabeza y en el pecho al teniente, que fue trasladado a un hospital de Bilbao donde ingresó cadáver. El tiroteo duró casi media hora y en él también resultaron muertos los propietarios de la casa donde se encontró armamento, información sobre movimientos de la Guardia Civil y un plano del itinerario que seguía habitualmente Andrés Segovia. Los dos etarras que habían iniciado los disparos lograron huir, aunque dos horas después uno de ellos, Jesús María Markiegi Aiastui, 'Motriko', fue localizado en una zona de monte donde se produjo un nuevo enfrentamiento en el que resultó muerto. El segundo intervino en otro tiroteo, pero logró escapar.
Domingo Sánchez tenía cuatro hijos de entre veintiuno y dieciséis años. Su primer destino como guardia civil fue Barcelona, en 1946, donde conoció a su esposa, Raquel Salicio, y donde fue enterrado. En 1974 ascendió a oficial y fue destinado a Bilbao adscrito durante los últimos meses al Servicio de Información de la Comandancia de Vizcaya.
Esteban Sáez, guardia civil de 33 años y natural del pueblo salmantino de Galinduste, estaba casado y tenía un hijo. Falleció el 4 de febrero de 1979 a consecuencia de las heridas provocadas por un atentado perpetrado seis días antes, el 29 de enero de 1979. Miembros de ETA atacaron con una bomba dos vehículos de la Guardia Civil que protegían un camión cargado de dinamita. Tras ametrallar el coche afectado por la explosión, los etarras se vieron forzados a huir monte a través porque los agentes del otro coche respondieron al ataque.
Los terroristas buscaban repetir el atentado que el 13 de enero de 1979 había causado la muerte a tres agentes en Azpeitia. El plan era preparar una bomba activada por cable y dejar un segundo artefacto para matar a otros guardias civiles cuando fueran a inspeccionar la escena. Afortunadamente fue desactivada a tiempo por el equipo de artificieros.
El guardia civil Ángel Pacheco Pata tenía 20 años y llevaba solo dos meses destinado en Bilbao. Tenía 20 años, estaba soltero y era natural de Ciudad Rodrigo (Salamanca), aunque había vivido desde muy pequeño en La Fregeneda, de donde eran sus padres.
Tras el asesinato en Elgoibar del cabo primero Anselmo Durán Vidal, la Guardia Civil estableció controles de carretera en las zonas próximas al lugar del atentado. Era el 9 de octubre de 1978. Uno de esos controles se situó en el Alto de San Miguel, en una carretera secundaria que conducía a Elgoibar. Un coche llegó hasta allí con las luces apagadas y, al encontrarse con los agentes, disparó contra ellos y emprendió la fuga. Las balas alcanzaron a Ángel Pacheco, que murió prácticamente en el acto. Los terroristas eran miembros del comando Araba de ETA, que se habían desplazado a Bizkaia y se toparon accidentalmente con el control.
Pedro Fernández, salmantino de 31 años, casado y con dos hijos, regentaba una cafetería próxima a la Jefatura Superior de Policía, sita en el Gobierno Civil de Navarra, a la que acudían numerosos agentes y funcionarios. Pedro, que ya había recibido amenazas de ETA por atenderles, fue asesinado el 5 de abril de 1979 por la explosión de una bomba colocada en los aseos de su establecimiento.
El guardia civil Ángel García Pérez tenía 20 años, estaba soltero, y era natural de Vitigudino (Salamanca). Cuatro miembros del comando Goierri de ETA le mataron junto a sus compañeros, Antonio Alés Martínez y Pedro Sánchez Marfil, cuando se encontraban en el bar Izaro, en el barrio de Juandegi, el 28 de noviembre de 1979. Este local era frecuentado por miembros del Instituto Armado aunque estaba alejado del cuartel.
Los guardias civiles se situaron de pie junto a la barra del bar para tomar algo. Al poco tiempo, entraron cuatro individuos que pidieron una consumición, pagaron y salieron a la calle. Minutos después regresaron con armas que habían cogido de un coche aparcado en la puerta. Antes de que los agentes pudieran reaccionar, los cuatro terroristas, miembros del Comando Goierri de ETA, separaron violentamente a la mujer de Pedro Sánchez y comenzaron a disparar por la espalda a los tres agentes, a quienes remataron en el suelo. Los cuatro terroristas escaparon en un vehículo robado con la ayuda de Juan María Tapia Irujo, colaborador del comando que les alojó en su casa. La mujer de Pedro salió a la calle a pedir ayuda y se encontró con dos coches de la Guardia Civil que pasaban en ese momento por delante del bar.
Luis Domínguez Jiménez tenía 39 años, era natural de Cantaracillo (Salamanca), llevaba 25 años viviendo en el País Vasco donde trabajaba como enterrador desde 1971. Estaba casado y tenía cinco hijos, de entre 9 y 20 años.
El 25 de enero de 1980, varios etarras robaron un coche que condujeron hasta el cementerio donde trabajaba Domínguez. Cuando salió, gritaron su nombre y él intentó protegerse en unos jardines, pero fue alcanzado por un tiro en la rodilla que le hizo caer al suelo. Después, le remataron.
El 5 de junio de 1979 ETA había asesinado a Luis Berasategui Mendizábal, amigo de la víctima. Los terroristas justificaron el asesinato acusando a Domínguez de pertenecer a la extrema derecha. La víctima sabía que le vigilaban desde hacía tiempo. Era amigo de guardiaciviles porque el cuartel estaba junto al cementerio. Su esposa le había aconsejado que dejara de hablar con los agentes por seguridad, pero Domínguez siempre se negó.
Vicente Sánchez, de 32 años, era natural de La Fuente de San Esteban (Salamanca), estaba casado y era padre de dos niñas de 7 y 4 años. Estaba adscrito al servicio de artificieros de la Policía Nacional y llevaba ocho años viviendo en Vizcaya.
Todos los días después de comer, Vicente llevaba a su hija más pequeña al colegio Santa Teresa de Barakaldo. El 8 de abril de 1981 llegó al colegio poco antes de las 15:00 horas, aparcó frente a la puerta y acompañó a su hija al interior del centro. Minutos después, salió y subió al automóvil. Antes de cerrar la puerta se acercó por su izquierda un coche del que bajaron dos terroristas encapuchados que comenzaron a dispararle ante la presencia de alumnos y padres.
El coche de Vicente, sin freno de mano, se desplazó cuesta abajo con la puerta abierta hasta que chocó contra otro vehículo. Poco después, una ambulancia trasladó el cuerpo del policía hasta el hospital de Cruces, donde ingresó muerto. Pasados tres días, ETA Militar asumió la autoría del crimen.
Manuel Hernández Seisdedos, natural de Villarino de los Aires, de 34 años y casado, fue asesinado el 26 de noviembre de 1981 en la trastienda de su armería. Tras acceder al establecimiento aún cerrado al público, uno de los terroristas se acercó a Manuel y le disparó a bocajarro en presencia de sus hijas. Pese a ser trasladado con rapidez a Urgencias del hospital de Basurto, entró con parada cardíaca y falleció dos días después.
Se rompía así la tregua aparente de tres meses en el País Vasco, donde el último atentado mortal se había producido el 10 de julio cuando un comando de ETA asesinó, en la estación de Basauri, al guardia civil jubilado Joaquín Gorjón.
La última víctima mortal salmantina fue Ramón Díaz García. El 26 de enero de 2001, Ramón salió de casa, en el barrio donostiarra de Loyola, para ir a su trabajo en la Comandancia de Marina. Antes de partir, se tomó un café y leyó el periódico en el bar donde solía desayunar. Después subió al coche y lo puso en marcha. En ese momento una bomba-lapa, colocada por un etarra en los bajos del vehículo la noche anterior, explotó y le mató en el acto. La explosión también hirió a otras cuatro personas.
Ramón, de 51 años y natural de Salamanca, estaba casado y tenía una hija y un hijo. Vivía en el País Vasco desde los 11 años. Era cocinero en la Comandancia de Marina de San Sebastián y electricista de formación. Cocinaba en la Sociedad Loyolatarra y en otros establecimientos cercanos a su casa. Además, participaba en la organización de actividades lúdicas en el Club Deportivo Loyolatarra.
El Comando Madrid, con base en Salamanca
Si dos fueron las bombas colocadas en Salamanca y muchos los asesinatos de salmantinos, la provincia también fue fiel testigo de los movimientos de los etarras por la geografía nacional. Así, el 3 de noviembre de 2001, los atónitos ciudadanos de la capital charra comprobaron cómo ETA había utilizado un piso de la capital para preparar cinco coches-bomba en Madrid. Los miembros del comando Madrid tenían alquilado el piso, aunque según algunos testimonios de los vecinos, por los ruidos que se oían, los etarras sólo lo solían utilizar a partir de las doce de la noche o la una de la madrugada y a primeras horas de la mañana.
El frustrado atentando contra el entonces secretario de la Policía Científica, Juan Junquera, que acabó con la detención de dos integrantes del comando Madrid, permitió a la Policía descubrir y desmantelar el piso franco que la banda terrorista tenía en la plaza de Castrotorafe del barrio de Capuchinos.
Pasadas las 14:00 horas del 6 de noviembre de 2001, agentes del Cuerpo Nacional de Policía iniciaron la operación en el segundo D del inmueble número 9 de la plaza de Castrotorafe. Los agentes tuvieron que forzar la puerta para acceder al piso vacío ya que, aunque avisaron al padre de la dueña del inmueble, los terroristas habían cambiado la cerradura.
En enero de 2005, se identificó a Julia Moreno Mancuso, alias 'Bombi', como una de las ocupantes del inmueble del barrio de Capuchinos. Otro de los etarras que también pasó por el piso fue José Luis Rubenach, que huyó en taxi en dirección a Tordesillas tras el atentado frustrado contra Juan Junquera. El resto de los inquilinos fueron los terroristas Gorka Palacios, Aitor García y Ana Belén Egues.
Ana Belén Egues Gurrutxaga, natural de Tolosa y de 31 años de edad, y sus cuatro colaboradores se trasladaban semanalmente hasta Salamanca, ciudad en la que se descubrió el piso franco donde los terroristas almacenaban el explosivo -la policía halló 40 kilos de dinamita- y que servía de base logística para el comando. Allí hablaban de los atentados y del trabajo preparatorio. Durante todo ese tiempo los miembros del comando Madrid han ido cambiando y hasta diez personas han formado parte de él, entre ellos Alberto Rey Domecq.
En el piso de Salamanca se intervinieron un ordenador, un subfusil, un fusil Cetme, varias ollas, material electrónico diverso, unos 20 kg de explosivo 'Titadine' y documentación diversa y otros efectos.
En 2008 se localizó en la avenida de Salamanca un coche abandonado con una tartera con el logotipo de ETA, dejado por el etarra Pedro María Olano, el mismo al que la banda ordenó en 2007 transportar explosivos desde Francia hasta La Alberca. Así se divulgó en el auto del juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande Marlaska, en el que no se detalla cuánto tiempo se depositó el material en la ciudad y si tenía relación con el coche hallado años atrás.
Terroristas procedentes de tierras salmantinas
ETA contó en sus filas con numerosos militantes sin relación alguna con las siete provincias vascas de Euskal Herria (Araba, Bizkaia, Gipuzcoa, Nafarroa y las tres vascofrancesas de Lapurdi, Zuberoa y Beherea Nafarroa). Mejor nacidos a centenares de kilómetros de allí, lo que no les ha impedido abrazar la causa del independentismo violento. No son mayoría, claramente, pero tampoco una simple anécdota, ya que algunos casos superan con creces la ficción más enrevesada de una novela negra. Una vez más, aunque suene a tópico, la realidad supera a la ficción.
Iba para bombero y se quedó en etarra. Decía que aspiraba a salvar personas de entre las llamas y que prefirió "liberar un pueblo", el de Euskal Herria. Pronunciar el nombre de Idoia López Riaño todavía provoca escalofríos entre las familias de las 223 víctimas mortales que asesinó durante una década de militancia en la banda (1984-1994). Bombazo y fuego en la madrileña plaza de la República Dominicana, en la masacre del 14 de julio de 1986 que se llevó la vida de 12 guardias civiles.
Comenzamos por la más conocida, Idoia López Riaño, recibió el apodo policial de 'la Tigresa', aunque su alias real en ETA era 'Margarita', nació en San Sebastián el 18 de marzo de 1964, aunque se crió en Rentería. Ingresó en la banda terrorista ETA en el año 1984, año en que cometió también su primer crimen, y cumplió condena por el asesinato de 23 personas (crímenes realizados entre 1984 y 1986). En prisión se desvinculó de ETA para acogerse a la denominada 'vía Nanclares', y firmó un documento pidiendo perdón a sus víctimas. El 13 de junio de 2017 salió de prisión en libertad por haber cumplido todas sus condenas.
Tiene orígenes salmantinos, aunque su madre fuera extremeña, porque su padre es de Puerto Seguro (Salamanca). Acudía verano tras verano a una casa en Villar de Ciervo propiedad de su padre. La historia de López Riaño es la más común en los pueblos de frontera. Hija de emigrantes, él salmantino y ella extremeña que cada verano regresaban a su pueblo de origen, en este caso Puerto Seguro, para pasar unos días de vacaciones. Sus amigas del pueblo dejaron de verla cuando cumplió 16 años, exactamente cuando conoció a José Ángel Agirre Agirre, su primer novio. Él la metió en el comando Oker de ETA en 1982.
Inmaculada Pacho (Trabanca, Salamanca, 1969) fue condenada en nueve sentencias a penas que sumadas superan los 500 años de cárcel por cinco asesinatos. Aparte quedan otros delitos terroristas cometidos cuando formaba parte de una célula satélite del comando Vizcaya, que estuvo activa a finales de los años ochenta. Detenida en 1991, tendría que haber abandonado la prisión en 2008 de no habérsele aplicado la denominada 'doctrina Parot', por lo que su puesta en libertad se retrasó hasta 2021.
Pacho fue detenida junto con Fernando del Olmo Vega en 1991, tras confesar ser los autores del atentado con coche bomba que destruyó la comisaría de policía de Burgos y provocó 20 heridos. Ambos formaban un grupo de colaboradores liberados (a sueldo de ETA) del comando Vizcaya. Los dos etarras fueron detenidos por la policía municipal de Bilbao en Junio de 1990 por el robo de un coche. El coche bomba les fue entregado por los miembros ilegales (fichados por la policía) del comando Juan Carlos Iglesias Chouza y Juan María Ormazábal Ibarguren. En septiembre de 1990 facilitaron la información previa que hizo posible cometer el atentado contra unas dependencias de la Guardia Civil en Bilbao, resultando muertos un paisano y un guardia civil. Además, participó en el atentado de un coche bomba contra un vehículo zeta de la policía en la que murieron los dos integrantes de la patrulla.
Un guardia civil y cuatro hijos terroristas
La etarra María Nieves Sánchez del Arco es hija de un guardia civil, natural de Cipérez y madre de Bogajo, que hace años fue destinado a un acuartelamiento de la Benemérita en la margen izquierda vizcaína, bastión socialista por excelencia. Allá por 1986, María Nieves decidió incorporarse a la infraestructura del comando Vizcaya que operaba en la zona, al que cedió en varias ocasiones su vivienda para que lo utilizara como 'piso franco'. Cuando la Policía descubrió su colaboración con la banda, no tuvo más remedio que poner tierra de por medio para no ser detenida. Huyó a Francia y allí se unió sentimentalmente a un destacado etarra, Jesús María Insausti Múgica, alias 'Karpov', que se encargaba de adiestrar a los nuevos militantes que cruzaban la frontera para huir de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Ambos fueron capturados tiempo después en la localidad de Haillan, en las proximidades de Burdeos, e ingresados en la prisión de Val D'Oise. María Nieves o Edurne, se había casado años antes con un joven bielorruso, Sergio Yegorov, que también se enroló en ETA con el alias de 'Ruso'.
La 'desgracia' de esta familia del Arco no acaba aquí. Ángel Sánchez del Arco, otro hijo del guardia civil Ernesto Sánchez, a quien su trabajo llevó al País Vasco, fue detenido en 1992 por compañeros de su padre, acusado de colaborar con el comando Askatu de la banda terrorista. Un tercer hijo, Begoña Sánchez del Arco, huyó de su domicilio para evitar ser detenida por su vinculación con ETA, y terminó recalando en México, donde años después fue detenida junto a su compañero sentimental, el también etarra Vicente Sagredo, natural de Ampuero (Cantabria). Y un cuarto hijo de este modesto guardia civil, Ernesto, de nombre como su padre, fue detenido en varios ocasiones por las policías española y francesa por su relación con la izquierda abertzale. La historia es insólita, pero es historia.
No queda aquí la cosa, sino que Garcibuey también tiene un siniestro personaje con raíces en ese precioso pueblo serrano, se trata del exjefe de ETA Francisco Javier López Peña, alias 'Thierry', que falleció en marzo de 2013 de un derrame cerebral a los 54 años de edad. López Peña, también conocido como 'Zulos', 'Bartolo', 'Pierre' o 'Marcel'— estaba considerado por la policía española como el responsable de que ETA decidiera romper en 2007 la tregua iniciada el 22 de marzo de 2006. El Ministerio del Interior también lo señaló como la persona que decidió perpetrar el atentado de la T-4 de Barajas, el 30 de diciembre de 2006, que acabó con la vida de dos ciudadanos ecuatorianos.
'Thierry' estuvo en las dos reuniones clave celebradas entre el Gobierno de España y ETA. En la de diciembre de 2006 sustituyó al hasta entonces considerado número uno de la organización, Josu Urrutikoetxea, 'Josu Ternera', y en la de mayo de 2007 ya era el portavoz principal de los terroristas. Estaba considerado el jefe militar de ETA en el momento de su detención, en mayo de 2008 en Burdeos (Francia). Fuentes antiterroristas le sitúan como miembro de la banda desde 1980.
El último jefe de ETA y metido ahora a político
David Plá, de origen salmantino, concretamente de la zona de Ciudad Rodrigo de donde procedía su madre, fue propuesto por el Consejo Nacional de Sortu para ser responsable del Marco de Orientación Estratégica y vice secretario general tercero y portavoz. Nacido en Pamplona en 1975, formó parte de la cúpula de la banda que certificó el fin de la actividad armada el 20 de octubre de 2011. De hecho, fue uno de los encapuchados que leyó el comunicado. Cumplió cuatro de los cinco años de prisión que le fueron impuestos en Francia por asociación de malhechores, equivalente francés del delito de pertenencia a organización terrorista. "Muchas veces me han preguntado si tenemos orígenes catalanes: que sepamos, no. Mi padre y su familia son de Navarra y mi madre es de Salamanca. Tuve que aprender euskera en mi juventud y poco a poco fui cogiendo conciencia política y más compromisos dentro de la militancia. Yo comencé a militar unido a la problemática juvenil, fue un recorrido que yo entendí natural. Era parte de una realidad de nuestro pueblo", decía en una entrevista en TV-3.
Pla inició su andadura en la izquierda abertzale a finales de los años noventa como miembro de la organización juvenil Jarrai. En julio de 2000, coincidiendo con la penúltima gran ofensiva de la banda terrorista, fue detenido en Zaragoza junto a Aitor Lorente cuando preparaban un atentado contra el entonces alcalde de la capital aragonesa, José Atarés, del PP. Ambos terroristas fueron condenados a seis años de prisión por pertenencia a organización terrorista y falsedad documental en una sentencia pactada entre la Fiscalía de la Audiencia Nacional y su defensa. Durante su estancia en prisión, el ministerio público vinculó a Pla con la preparación del asesinato del senador y presidente del PP aragonés Manuel Giménez Abad, perpetrado el 6 de mayo de 2001. Sin embargo, la Audiencia Nacional no halló pruebas de su implicación en este crimen, y tras cumplir la condena fue excarcelado en julio de 2006.
Pla, abogado de profesión, se trasladó a Francia y se hizo responsable entonces de Halboka, el aparato de la banda dedicado al apoyo de los presos. En ese puesto se convirtió en la principal correa de transmisión de las consignas de ETA a los reclusos en las cárceles. Esta labor, continuada después por Arantza Zulueta, recientemente excarcelada, era de vital importancia: con ETA ya muy debilitada, el principal activo de la organización era la cohesión de sus presos.
Al mismo tiempo, a medida que los jefes etarras eran detenidos en intervalos cada vez más cortos, Pla escalaba posiciones en el aparato político de la banda. En abril de 2010, Pla fue detenido en Francia en una operación contra el colectivo de abogados Halboka. En este dispositivo policial fueron arrestados en España los letrados Arantza Zulueta, Jon Enparantza e Iker Sarriegi. Sin embargo, mientras los detenidos en España iban a prisión provisional de orden del juez Fernando Grande-Marlaska, Pla era puesto en libertad por falta de pruebas por las autoridades judiciales francesas. Comenzaba su periodo en la clandestinidad, con la misión de echar el cierre a la historia criminal de ETA, con episodios muy esperados, como el anuncio de cese definitivo de la violencia, el 20 de octubre de 2011 y otros como la escenificación de la entrega de armas ante una "comisión internacional de verificación".
Ahora quedan los 'cachorros'
Puede ser un joven cualquiera, un hijo de un salmantino -o andaluz, extremeño o zamorano- emperrado en cortarse el pelo a lo 'vasco', llevar pendiente y en escuchar la radio en euskera aunque no entienda el idioma. Puede ser uno de los muchos Pla. Entrar en ese mundo era una forma inmediata de integrarse y de tener un estatus en el pueblo vasco, según narran a este diario hijos de emigrantes salmantinos en Euskadi, algunos de ellos 'metidos' en ese mundo.
Suelen tener entre 15 y 23 años. Muchos de ellos estudian y algunos tienen trabajo, y los demás engrosan las listas del paro. Aun cuando hayan sido inscritos en español, sus nombres son ahora palabras en euskera. Es decir, si se llamaba María, ahora será Miren. Si se llamaba Dolores, será Nekane. Si se apellidaba Aguirre, ahora lo hace como Agirre, y si era José, ahora se hace llamar Joseba. En sus días libres salen en grupo y toman el asfalto de las ciudades y pueblos vascos. Rompen vidrieras, pintan las paredes con leyendas en favor de los terroristas presos, ensayan su primer cóctel molotov y, de paso, se encargan de todos los 'recibimientos' a los presos que salen en libertad. Son los llamados 'cachorros' de ETA, la generación del recambio, los que aseguran la continuidad de aquella locura que duró 43 largos años, que extienden la sensación de terror todos los días.
Conviene recordar que son esos mismos jóvenes a los que Arzalluz denominaba cariñosamente "los chicos de la gasolina", en referencia a sus "hazañas" con cajeros automáticos, mobiliario urbano y vehículos de transporte público. Esos mismos jóvenes cuyos nombres y voces suenan cada vez que sale en libertad algún pistolero de ETA. Son los que siguen con esa 'kale borroka' silenciosa. Y esos mismos jóvenes, en suma, que se parapetan bajo el seudónimo de organizaciones políticas que se mueven a golpe de subvención de algunos ayuntamientos vascos. Esos jóvenes 'cachorros' -como David Pla- que, en muchas ocasiones, veranean en los pueblos de sus ancestros que se expanden por toda la geografía provincial, plena en vacaciones de emigrantes que tuvieron que dejar el terruño para vivir en Bilbao o Barcelona, en muchas ocasiones en situaciones difíciles.
Pueblos y veranos en los que estos 'aprendices' también han dejado su impronta. Una veces intentando crear un conflicto de banderas, intentando colocar la ikurriña en balcones oficiales durante las fiestas de los pueblos, o llenando de pintadas locales de uso público o fachadas de los pueblos.
Como resumen, al menos trece terroristas han sido juzgados por sus atentados contra salmantinos, pero dos de ellos han sido absueltos por falta de pruebas. La mayoría de los atentados ha quedado impune y las víctimas de ETA han vivido, durante largo tiempo, sin reconocimiento, ante una sociedad que miraba para otro lado. Como la sipnosis de 'Patria', el afamado libro de Fernando Aramburu. ¿Qué ha envenenado la vida de aquellos hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte de un guardia civil, es la imposibilidad de olvidar y la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político de una inmensa minoría.