Puente Ladrillo, el barrio de la singular infraestructura construida sobre la vía del ferrocarril hacia Madrid. Hace casi siglo y medio, varias familias de ferroviarios levantaron sus casas en esta zona, junto a los talleres de reparación de los convoyes. Este grupo se expandió de tal forma que a finales del siglo XIX se constituyó en una especie de pueblo-barrio del extrarradio de Salamanca. De hecho, como siempre recuerda el que fuera su párroco durante décadas, Antonio Romo, lo que más le llamó la atención al llegar era que las gallinas estaban sueltas por las calles.
La situación alejada del barrio no favoreció su desarrollo urbanístico. Así, no fue hasta la década de los setenta ya en el siglo XX cuando llegó el alcantarillado y el abastecimiento de agua. Hasta entonces, llegaba a través de dos fuentes de Renfe. "Tuvieron que picar todos desde el depósito de Campoamor para meter las tuberías", recordaba a este diario Mariano Hernández, miembro de la asociación Puentelave y uno de los vecinos que más tiempo lleva en el barrio, quien recuerda como anécdota la primera vez que tuvo que ir a Cabrerizos, al llegar a Puente Ladrillo, pensó que ya se encontraba allí. Tal era la lejanía del barrio y su estructura como pueblo.
La distancia con el barrio del Rollo, entonces el final de la ciudad, se acortó con la construcción de edificios en la calle Borneo. Fue en la década de los noventa, al igual que el parque Tomás Bretón. Era todo una escombrera, recuerdan vecinos del barrio. Ya en el año 2000 llegaron los edificios en torno a la carretera de Aldealengua y en 2005 las manzanas de la zona nueva junto al límite municipal con Cabrerizos. Pero aún perviven los solares y la antigua fábrica de zapatillas en torno a la calle Jamaica, que dio empleo a muchas familias del barrio, al igual que una ebanistería en lo que hoy es la zona de las naves industriales.
Y si el Puente Ladrillo da nombre al barrio, su iglesia parroquial de la Asunción es su identidad. Construida sin permiso municipal, por iniciativa de los propios vecinos en terrenos que Renfe posteriormente les cedió, edificando también una escuela y una guardería. Centros educativos que perderían su auge en función del progreso de la ciudad, construyéndose un nuevo colegio y un instituto, el número 3 durante muchos años hasta que se denominó Venancio Blanco, después incluso una residencia de mayores.
La singular estructura social de Puente Ladrillo, con mayoría de familias de ferroviarios, propició un ambiente familiar en la zona durante décadas. Una solidaridad que se ha convertido en seña de identidad del barrio, de hecho, cada mes de febrero se celebra una Semana de la Solidaridad al amparo de la labor vecinal y de la parroquia hacia los más desfavorecidos. Así surgió un ropero solidario, una Escuela de Pastores, una casa de acogida, una empresa de limpiezas, una asociación de apoyo a Hispanoamérica y una cooperativa agrícola. “La casa del cura no tenía puerta, siempre estaba abierta”, recuerda a este diario Mariano Hernández.
Todo parte de un rastrillo solidario de una vecina
Rastrillo solidario que inició una vecina a la que ayudó el párroco cuando pasaba una mala racha. Después, su suerte cambió e hizo grandes negocios de moda en San Sebastián, por eso quiso devolver la ayuda inicial que encontró en Puente Ladrillo donando ropa, pero no prendas usadas, sino a estrenar que no se habían vendido al final de la temporada.
La vida era como la de un pueblo. Los niños se esparcían en las antiguas escuelas junto a la iglesia, con sus típicos juegos de niñez en los que la imaginación propiciaba horas y horas de entrenamiento gratuito. Y al igual que una localidad del ámbito rural, disfrutaba de sus fiestas patronales, en las que los quintos eran los protagonistas. Y mientras los hombres acudían a su cita laboral ferroviaria, las mujeres se empleaban en las labores del hogar, lavando la ropa en los pilones que había en la zona de las antiguas cocheras de Renfe.
Puente Ladrillo era zona de paso de ganado entre los municipios de Las Villas y Salamanca, de ahí que en torno a sus viviendas también hubiera una actividad primaria de agricultura y ganadería. La estructura comercial era escasa, “la tienda de alimentos y el bar”, como en cualquier pueblo. No fue hasta la construcción de los edificios de varias plantas cuando se desarrolló la implantación de tiendas en los locales comerciales. Y en 1993 se construyó el primer supermercado, que todavía hoy perdura tras cambiar de propietarios a lo largo de estas décadas.
Un barrio solidario, pero también reivindicativo, de lucha constante para lograr los servicios públicos de los que disfrutaban otros barrios. Así se consiguió traer lo básico, agua y alcantarillado, luego llegaron recogida de basuras, autobús, servicios sociales… Ahora, la lucha prosigue para que se resuelvan los problemas de reventones, “desde que se hizo el casco viejo no se han cambiado las tuberías”, puntualiza Alberto Méndez, así como un mayor cuidado de parques y zonas verdes, pasos de peatones elevados en Jesús Arambarri para evitar atropellos, y la mejora de los alcorques de los árboles.